Todos huimos, alguna vez. Todos tenemos momentos de debilidad, nos sentimos incapaces de afrontar algunas cosas, nos rendimos ante nuestros miedos. Todos, en alguna ocasión, hemos preferido cerrar los ojos, mirar hacia otro lado, o directamente escapar de algunas situaciones. Porque es más fácil correr, esconderse o enterrar la cabeza, que enfrentarse a lo que tememos que nos esté esperando.
Y, sin embargo, muchas veces nuestros miedos no son más que sombras. El objeto de nuestros temores puede ser pequeño e insignificante, pero lo que vemos es su sombra proyectada en la pared, enorme, oscura y aterradora. El miedo actúa como la luz de una antorcha: no importa qué es lo que pongas ante ella, le arranca sombras múltiples y confusas, de contornos imprecisos, que se agitan y parpadean, sombras en las cuales es difícil o imposible reconocer aquello que les dio origen. Y nos olvidamos de que hay algo detrás. Nos olvidamos del objeto de nuestro miedo, de que es algo concreto, algo real.
Hasta que nos atrevemos a dar el siguiente paso adelante. Y vemos lo que había tras la sombra del temor. Y descubrimos que, la mayoría de las veces, no era tan terrible como aquello que habíamos forjado en nuestra mente.
Pero si optamos por huir, nunca podremos darnos cuenta. Y con la distancia, aquellas sombras de nuestra percepción se harán más y más grandes, más y más horribles. Y se quedarán ahí, cerrándonos el camino, hasta que nos decidamos a enfrentarlas, a enfrentarnos a nosotros mismos.
4 comentarios:
Tus palabras son un bálsamo que reconforta y sosiega el espíritu.
A veces me gustaría tenerte cerca para conjurar ciertas sombras especialmente aterradoras.
Un beso.
Caramba, gracias, me sonrojas. ^^
Al final las sombras siempre parecen más temibles de lo que son cuando las miramos de frente.
Un saludo.
Estoy de acuerdo... las sombras no se esconden; los que nos escondemos somos nosotros.
A veces las mayores amenazas están dentro de nuestra cabeza. ;)