miércoles, 22 de junio de 2011

De eclipses y coincidencias

Hace una semana, se produjo un eclipse de luna que comenzaba a la hora del crepúsculo. La luna llena asomaba ya en la primera fase del eclipse, con luz aún en el cielo y las últimas sombras inclinándose hacia ella. Para admirarlo, fui hasta la ladera del Teide, confiando en poder ver la sombra del pico sobre el mar, apuntando a la luna roja. No pudo ser, porque el polvo en suspensión ocultó la luna de nuestra vista hasta que ya las sombras se habían diluido en la oscuridad, pero en ese tiempo, mientras las sombras se arrastraban por la ladera hasta llegar al mar, tuve tiempo de pensar en cuántas cosas tomamos por coincidencias y casualidades, cuántas cosas nos sorprenden por su oportunidad, simplemente porque desconocemos las causas profundas que las relacionan.

Las sombras del ocaso siempre apuntan a la luna llena, porque en eso consiste el plenilunio, en que nuestro satélite está en el lado opuesto al sol con respecto a la Tierra... lo cual es el mismo motivo por el que los eclipses de luna se producen siempre en esa fase.


No es menos maravilloso ni menos mágico porque sepamos lo que ocurre... al contrario, nos permite captar la interrelación, como un magnífico engranaje, que está presente en todo lo que nos rodea,  el sutil proceso del que formamos parte, Sol, Luna, Tierra, y nosotros, espectadores privilegiados que asistimos al glorioso espectáculo que la naturaleza nos brinda, seres conscientes, a caballo entre lo material y lo espiritual, que podemos, por ello mismo, percibir y apreciar a la vez su lógica y su poesía.

Formamos parte de este asombroso baile sideral, y somos afortunados de poder comprenderlo y también sentirlo. De poder calcular con precisión milimétrica el movimientos de los astros, y mirar luego al cielo, a esa luna rojiza, y sentir en nuestro interior la música de las esferas.



Imágenes realizadas a partir de fotos tomadas la noche del 15 de Junio en Izaña

lunes, 6 de junio de 2011

Un paso más allá

Syrio dice que cada herida es una lección, y que cada lección te lleva un paso más allá.

Arya Stark, en Juego de Tronos, de George R.R. Martin


El dolor es el gran maestro, dicen. Podemos saber las cosas, preverlas y hasta esperarlas, pero no aprendemos de verdad hasta que recibimos el golpe. La ventaja es que entonces ya no lo olvidamos nunca.
Cada golpe es una lección, cada herida nos hace más fuertes, no porque se endurezca la piel, o el alma, sino porque nos enseña a protegernos, a defendernos, incluso a contratacar.

Una cicatriz debería siempre dividirnos en dos: la persona que éramos antes de que nos dañasen y la que fuimos a partir de entonces. Una marca indolora pero indeleble, al igual que la herida que señaló nuestra piel debe dejar de doler con el tiempo pero nunca desaparecer de nuestra memoria. Cada dolor que afrontamos nos hace avanzar, cada dolor que se convierte en enseñanza nos hace crecer.