viernes, 29 de enero de 2010

[En otras palabras] La luna

Por esa luna fría que me marca el camino... por la luz impalpable y las sombras azules. Me iré de viaje con un pedazo de esta luna en el bolsillo, para regalarlo a quien yo sé.
LA LUNA

La luna se puede tomar a cucharadas
o como una cápsula cada dos horas.
Es buena como hipnótico y sedante
y también alivia
a los que se han intoxicado de filosofía.
Un pedazo de luna en el bolsillo
es mejor amuleto que la pata de conejo:
sirve para encontrar a quien se ama,
para ser rico sin que lo sepa nadie
y para alejar a los médicos y las clínicas.
Se puede dar de postre a los niños
cuando no se han dormido,
y unas gotas de luna en los ojos de los ancianos
ayudan a bien morir.

Pon una hoja tierna de la luna
debajo de tu almohada
y mirarás lo que quieras ver.
Lleva siempre un frasquito del aire de la luna
para cuando te ahogues,
y dale la llave de la luna
a los presos y a los desencantados.
Para los condenados a muerte
y para los condenados a vida
no hay mejor estimulante que la luna
en dosis precisas y controladas.

Jaime Sabines

lunes, 25 de enero de 2010

Dicotomías y maniqueísmos (II): Bien y Mal absolutos

Decía el otro día que el pensamiento dicotómico tiene la consecuencia directa de dividir el mundo en dos mitades, separando cosas que no siempre son tan distintas como parecen, y juntando otras que no siempre tienen tanto en común.
El siguiente paso, después de olvidarnos de que toda clasificación es artificial, es asignarle a las categorías que hemos construido un juicio de valor. Tenemos dos polos opuestos, así que necesariamente, uno ha de ser bueno, y el otro malo. Y ahí estamos de nuevo: usando un cerebro evolucionado para distinguir en términos de "comida rica y buena/comida que me pone enfermo" o "animal que comer/animal que me come", para cosas mucho más complejas, y cometiendo los errores inevitables.

Porque no siempre está claro qué es lo Bueno y qué es lo Malo. ¿Acaso es mejor la montaña que el valle, el mar que el río, o la flor que la fruta? Y todo se vuelve mucho más difícil aún cuando hablamos de personas. Desde lo que no podemos cambiar (¿es mejor ser rubio que moreno, alto que bajo, mujer que hombre?) a cosas menos innatas (¿es mejor ser impulsivo que reflexivo, silencioso que hablador, confiado que receloso?) o comportamientos concretos (¿es mejor arriesgarse que esperar, enseñar que aprender, respetar la tradición que innovar?). 
E incluso aunque logremos encajar en nuestra clasificación todos esos conceptos, alejándonos cada vez más de la complejidad de la realidad, cada persona reúne múltiples características, cada una con su propia (y generalmente poco clara) etiqueta. Y si pocas cosas hay que sean puramente clasificables, mucho menos existen personas con características sólo Buenas o sólo Malas.

Así que tenemos nuestro cerebro categorial, y la dificultar de adjudicar un valor moral a las acciones y características de otros humanos, más allá de cosas muy básicas. Lo que sigue es previsible: Yo me considero una buena persona, así que lo Bueno será lo mío: mis actos, mis valores, mi país, mi color de piel, mis costumbres, mis creencias... Y todo lo que no sea igual que lo mío, no es lo Bueno, y como mi dicotómico mundo solo tiene dos lados, debe necesariamente ser Malo. Todo resuelto. No necesito conocer nada ajeno, puesto que ya está a priori clasificado en el lugar que el corresponde. En el otro bando.
Y entramos en el razonamiento circular. Nosotros somos Buenos. Ellos no son de los nuestros, así que son Malos. Y si ellos son Malos, cualquier cosa que hagamos para combatirlos será necesariamente Buena. Así que nosotros somos los Buenos.

Nos encerramos en ese círculo vicioso, y dejamos fuera todas las cosas que tenemos en común, centrándonos a menudo en una sola característica, o en un pequeño grupo de ellas. Empeñados en dividirnos en grupos cerrados y crear con ellos una escala en la que lo nuestro esté en la parte que le corresponde, que es la superior. Obligándonos a nosotros mismos a elegir un bando, a tomar partido, y asignando otro a los demás... simplemente porque no son nosotros.

viernes, 22 de enero de 2010

[En otras palabras] ¡Está bien!

Gracias por el apoyo, la comprensión, la compañía y los ánimos. Gracias a todo lo que me habéis dado soy más fuerte, más sabia que ayer, y sigo aprendiendo. Todo está bien.
¡ESTÁ BIEN!

Porque contemplo aún albas radiosas
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
en que tiembla el lucero de Belén,
y hay rosas, muchas rosas, muchas rosas
gracias, ¡está bien!

Porque en las tardes, con sutil desmayo,
piadosamente besa el sol mi sien,
y aun la transfigura con su rayo:
gracias, ¡está bien!

Porque en las noches una voz me nombra
(¡voz de quien yo me sé!), y hay un edén
escondido en los pliegues de mi sombra:
gracias, ¡está bien!

Porque hasta el mal en mí don es del cielo,
pues que, al minarme va, con rudo celo,
desmoronando mi prisión también;
porque se acerca ya mi primer vuelo:
gracias, ¡está bien!

Amado Nervo

miércoles, 20 de enero de 2010

Tentando a la fortuna



Sólo unos pasos más, sólo unos días...  después, ocurra lo que ocurra, sabré que me he ganado el descanso. Aunque luego tenga que seguir en el camino, nadie me arrebatará lo que ya he avanzado. Y quizá haya aprendido mucho más de lo que esperaba, sobre cosas muy distintas de aquellas a las que estaba prestando atención.


Foto tomada en el Monte de Las Mercedes el 17 de enero

viernes, 15 de enero de 2010

[En otras palabras] Armonías

Rescatando las ocultas fuerzas de mi alma para dar unos pasos más, un último esfuerzo. Quizá no sirva para lo que ahora busco, pero nunca será inútil.

ARMONÍAS
A M. Valenzuela
Cual la naturaleza
de la que forma parte y es fiel copia
el alma humana tiene ocultas fuerzas
silencios, luces, músicas y sombras.

Vagas nieblas también... las ilusiones
que el paisaje embellecen cuando brillan
y que desaparecen cuando asomas,
sol de la realidad que las disipas...

Y como en sucesión jamás turbada
todo nace en la tierra y todo muere,
en el mundo ideal de los espíritus
rigen eternas, semejantes leyes:

brotan sobre las tumbas de los muertos
las flores, mensajeras de alegría;
sobre la tumba de un amor llorado
brotan ensueños de tristeza mística.

José Asunción Silva

miércoles, 13 de enero de 2010

Dicotomías y maniqueísmos (I): La clasificación de la realidad

Los humanos hemos evolucionado para clasificar las cosas en esquemas sencillos. Nos ha sido muy útil, pero también ha hecho que olvidemos que el hecho de reducir fenómenos muy complejos a pequeños pedacitos para poderlos entender, no significa que el fenómeno total sea igual a la suma de esos pedacitos. A veces hay categorías que dejan elementos fuera, a veces hay categorías que se solapan. Nuestra construcción mental de la realidad y la realidad misma no tienen por qué ser idénticas, y cuanto más sencillo es nuestro esquema, más distorsionará aquello que pretende reflejar.

El más sencillo de todos los esquemas es la dicotomía: segmentar el mundo en dos categorías opuestas,  bueno/malo, bello/feo, listo/tonto, luz/oscuridad... olvidando que entre ambos polos existe todo un mundo de posibilidades, que entre el blanco y el negro no sólo está el gris, sino toda la gama de colores posibles. Al dar el siguiente paso y convencerse de que el esquema mental es equivalente al fenómeno en su totalidad, entramos en el maniqueísmo, interpretamos toda la realidad como si realmente sólo tuviera dos lados. Todo lo que percibimos debe entrar, obligatoriamente, en una de nuestras dos únicas categorías, así que trazamos una línea arbitraria que divide el mundo en dos mitades y empezamos a clasificar.

Pronto se nos acaban las cosas claramente pertenecientes a un lado o a otro, así que empezamos a elegir criterios aproximados, poniendo en el lado del negro al azul marino y al granate, y en el lado del blanco al azul celeste y al rosa pastel. Y según las distinciones se van haciendo más sutiles, más concienzudos nos volvemos, buscando pequeños detalles que hagan encajar ese matiz de naranja en un lado o en otro, haciendo de la clasificación un modo de vida, olvidando su utilidad inicial, que era comprender el mundo, para convertirla en unas reglas rígidas. Pensando que nuestro pequeño esquema es igual a la realidad entera, y si rompemos las reglas del esquema, la realidad no tiendría sentido.

Y así, nuestra línea arbitraria acaba convirtiéndose en un muro impenetrable, que separa cosas que tienen mucho más en común de lo que querríamos creer.

lunes, 11 de enero de 2010

El alba


Ha sido una larga noche...
Pero ya comienza un nuevo ciclo, y la luz de la mañana me calienta el corazón.













Fotos tomadas a bordo del barco entre Gran Canaria y Tenerife, el 9 de enero