miércoles, 30 de enero de 2008

Valores personales, principios generales

Como dije el otro día, creo que es importante llegar a unos principios morales personales bien fundamentados, no basados en un abstracto concepto de “bueno” y “malo” simplemente repitiendo como un loro lo que nos dijeron de pequeños.

Podría hablar largo y tendido de normas relativas y normas absolutas, de conciencia, y de convivencia. Y al final acabaría repitiendo lo que ya se dijo antes que yo. Así que os ahorraré la disquisición ético-filosófica. Alguien antes que yo ya la hizo, la expuso, y la sintetizó de manera admirable.

Porque, aunque pueda parecer complicado ceñirse a una norma razonada, a la vez personal y general, que ayude a la armonía social y al mismo tiempo no se base en miedo o castigo, esa norma existe, todos la conocemos. Evidentemente, nadie es perfecto, ni santo. Nadie se rige siempre por una moral y unos principios estrictos, y yo menos que nadie. Pero sí podemos procurar que, si nos saltamos las normas particulares, no estemos rompiendo en pedazos la norma general.

Aunque quizá no nos hayamos parado a pensar sobre ello, muchos la seguimos. Es mucho más sencillo de lo que parece.

Hay muchas definiciones:

  • “Haz a los demás lo que desees que te hagan a ti”
  • “Haz lo que quieras mientras no dañe a nadie”
  • “Todo lo que envíes te será devuelto”

Todas tomadas de una espiritualidad de base concreta, pero todas ciertas.

Pero nadie fue capaz de resumirlo como Immanuel Kant.

Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu actuación se convierta en una ley universal

El Imperativo Categórico. Tan simple, y tan completo. Un segundo antes de actuar, un solo segundo o incluso menos, para preguntarnos: ¿Qué sucedería si todo el mundo que estuviese en mis mismas circunstancias hiciese lo mismo que yo?

¿Qué sucedería?

Si no puedes desear que las consecuencias de tus actos se multipliquen por cuatro mil millones… entonces, no lo hagas.

Obra como si la máxima de tu acción debiera convertirse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza

O al menos, lucha por ello.

lunes, 28 de enero de 2008

Valores personales, principios personales

Las creencias y la lógica no tienen por qué estar reñidas.
Parece evidente, ¿no? Pero, sin embargo, sigue habiendo muchísimas personas que supeditan su razón a sus principios morales. Y, aún peor, hay personas que supeditan el bienestar de los demás a sus principios morales.

Siempre he pensado que una persona que deja de hacer algo que le gusta, que le produce satisfacción o que le hace sentir bien simplemente porque le han dicho que es “malo”, sin explicarle por qué, está haciendo una tontería. Pero las personas que impiden que otros hagan cosas que les gustan, les producen satisfacción o les hacen sentir bien porque cree que eso que hacen es “malo”, están haciendo daño.

Hay cosas que son realmente dañinas, para uno mismo o para otros, y es tarea de cada uno, de nuestra cabeza y nuestro corazón, no llevarlas a cabo. Nadie debe imponernos una moral, sino darnos los motivos, las razones. Las cosas no son “malas” o “buenas” sin más. Son buenas o malas porque ayudan o hieren a otros, favorecen o dañan nuestra salud o nuestro entorno, protegen o menoscaban la riqueza de la vida… hay miles de razones para hacer o no hacer algo. Razones lógicas, emotivas, racionales, sentimentales, aprendidas, inducidas, deducidas, inventadas… “Me lo dijo Fulanito” no es una de ellas. “Es que me castigan”, tampoco. Al menos cuando has pasado de los diez años.

Crezcamos. Que nuestra moral venga de nuestro interior, y no desde fuera. Y dejemos que los demás vivan también según su moral, no según la nuestra. Y cuando ambas choquen, ¿qué tal si hablamos en lugar de pelear? Si nuestros principios están basados en razones sólidas, ¿no vale la pena mirarlos con otros ojos?

viernes, 25 de enero de 2008

[En otras palabras] Deixis en fantasma

A veces nos empeñamos en aferrarnos a las cosas, en retenerlas. Quizá haya, simplemente, que dejarlas discurrir. Ni siquiera esperarlas. Apreciar lo que llega, cuando llega, y dejarlo marchar después.

DEIXIS EN FANTASMA

Aquello.
No eso.
Ni
—mucho menos— esto.

Aquello.

Lo que está en el umbral
de mi fortuna.
Nunca llamado, nunca
esperado siquiera;
sólo presencia que no ocupa espacio,
sombra o luz fiel al borde de mí mismo
que ni el viento arrebata, ni la lluvia disuelve,
ni el sol marchita, ni la noche apaga.

Tenue cabo de brisa
que me ataba a la vida dulcemente.
Aquello
que quizá hubiese sido
posible,
que sería posible todavía
hoy o mañana si no fuese
un sueño.

Ángel González

lunes, 21 de enero de 2008

Ni calvo ni con tres pelucas (II): Humildad e hipocresía

Hablé el otro día de las imposiciones absolutas que aprendemos en la niñez, y de cómo, si de mayores no logramos superarlas y cambiar nuestra manera de responder ante los estímulos de una manera más racional y menos automática, nos acaban dando problemas.

Hoy voy a centrarme en uno de estos absolutos, que la mayoría de las veces ni siquiera nos han explicado, pero que está grabado a fuego en muchos de nosotros: Hay que ser humilde, no debemos presumir de nada. Decir cosas buenas de uno mismo está muy feo.

Es difícil, puesto que recibimos mensajes muy contradictorios: debemos ser humildes, que es lo que está bien visto, no debemos presumir de las cosas buenas que tenemos, aunque sean cualidades que hemos cultivado durante años y que nos gusta tener. Y mucho menos si son cualidades que, en el fondo, consideramos dignas de admiración, que consideramos que nos destacan entre los demás, nos hacen “especiales”.

A determinadas edades (especialmente en la adolescencia, aunque hay muchas personas que lo hacen durante toda su vida) tratar de ser especial, es muy importante. Pero no basta con que consideremos que tenemos algo que nos hace diferentes al resto, puesto que deben verlo todos, deben de ser los demás quienes nos consideren notables. Y, ¿cómo hacemos para que se nos considere de esa manera, si debemos ser humildes? Hay varios sistemas, pero todos coinciden en el resultado final: Oir de la boca de los demás lo que nosotros no podemos decir en voz alta porque la educación que nos han dado nos lo impide. Una forma de hacerlo es llamar la atención sobre las características positivas que uno considera que posee, negando poseerlas: Es el caso de la muchacha delgada que se queja de que tiene mucha tripa, o la guapa que pregunta “¿No me ves demasiada nariz?”. También se pueden resaltar estas características minimizándolas: “Sí, es cierto que saqué buenas notas, pero hay otras cosas más importantes”, o, si se reconocen, haciéndolas pasar como algo casual: “Es que tuve suerte”, “Yo no me cuido nada, es mi metabolismo”, o comparándose con otras personas con diferentes cualidades o mayor grado de las mismas: “Yo soy guapa, pero Fulanita es más inteligente”, o “Saqué muy buenas notas, pero Menganito sacó más que yo”.

Un caso especial es aquel en el que se insinúa que el saber algo que consideramos bueno de nosotros mismos no nos gusta, que realmente no creemos que tengamos esa cualidad, pero se abruma al interlocutor con historias, quitándoles importancias con expresiones como “pero es casualidad”, “yo no creo que sea importante”, “seguro que no tiene nada que ver”, pero llenando el relato de detalles (ya sean reales, sacados de contexto o medio imaginados) que sólo se explican dando por hecho que realmente poseeemos esa cualidad. Es hacer de abogado del diablo de nosotros mismos, acusándonos para que la otra persona, al tratar de responder a esas acusaciones, acabe diciendo lo que nosotros queremos que diga. Contar, por ejemplo, que no te consideras un hombre atractivo, por eso no entiendes que el sábado cinco chicas diferentes se acercaran a ligar contigo, y qué será lo que vieron, porque no es posible que te vean guapo, y eso es muy extraño, como lo de la vez que la cajera del supermercado te dio su número de teléfono, o cuando esa compañera de trabajo se pasaba por tu mesa diez veces al día con diferentes excusas… terminando con un “Yo no le veo explicación…” y esperar a que sea el otro el que, guiado a la única justificación posible, sea el que te diga que las mujeres se vuelven locas por ti.

¿Por qué le doy importancia a esto? Os preguntaréis. ¿Es que creo acaso que la excesiva importancia que se da a la humildad es debida a la influencia cristiana y los paganos deberíamos ignorarla? Pues no. El exceso de humildad como virtud es una imposición cultural, no religiosa. Está más relacionado con “lo que está bien visto” que con “lo que está bien”. Y en la sociedad en que vivimos, nos lo inculcan a todos, desde niños. Lo que tenemos que hacer es madurar y saber cuándo hablar bien de nosotros mismos es presunción y cuándo es autoestima. Y dejar a un lado la hipocresía.

Y, sobre todo, que la próxima persona que no tenga la suficiente inteligencia o madurez para haber superado la fase “quiero ser supermegabruja” preadolescente y me insinúe que le han pasado cosas “muy raras” tratando de que yo le diga que es “especial” o “tiene dones”, no se extrañe si, en lugar de contestarle lo que quiere oir, me doy la vuelta y le dejo con la palabra en la boca. El que avisa no es traidor.

viernes, 18 de enero de 2008

[En otras palabras] ¡Sí, cada vez más vivo...!

Para llegar alto, para tocar el cielo, es preciso primero asentarnos, bien fuerte, en la tierra, cavar los cimientos, crear una base estable. Y, entonces, cuando nuestros pies estén bien firmes en el suelo, podremos crecer cuanto queramos sin miedo a que el viento nos tumbe. Sin raíces no hay ramas.

¡Sí, cada vez más vivo
--más profundo y más alto--
más enredadas las raíces
y más sueltas las alas!

¡Libertad de lo bien arraigado!
¡Seguridad del infinito vuelo!

Juan Ramón Jiménez

miércoles, 16 de enero de 2008

Ni calvo ni con tres pelucas (I): Absolutos

Muchas cosas que nos inculcan de pequeños son valores absolutos: Es una estrategia cómoda y práctica. No se puede explicar a un niño cuya lógica todavía está desarrollándose, los motivos por los que algunas cosas están prohibidas, otras mal vistas, otras permitidas y otras aplaudidas. No se le puede explicar a un niño la sutil diferencia entre “Esto está bien hacerlo en una amplia mayoría de los casos aunque no en todos” y “Esto es bueno”. No tiene demasiado sentido explicarle detenidamente a un niño de dos o tres años cómo funciona su sistema digestivo y la acumulación de energía en sus células, y, por tanto, por qué debe comer muchas espinacas y pocas gominolas. Es mejor decirle que se termine todo lo del plato o no comerá postre, o que piense en los niños pobres que no tienen nada que llevarse a la boca.

E igual pasa con los modales y la ética. Es más rápido y más fácil decir “No digas nunca palabrotas” que explicar por qué una palabra malsonante no debe ser pronunciada en unos determinados contextos, mientras que en otros es aceptable. Así que acabamos rigiéndonos por una serie de normas absolutas que nos han inculcado sin posibilidad de discusión: Hay que ser amable, diplomático, firmes en las opiniones, humildes… y otro montón de cosas. Aunque haya momentos en que lo más indicado fuese no ser amable, sino no dejarse avasallar; no ser diplomático, sino sincero; no tener una opinión férrea, sino dudar de nuestras convicciones; y no ser humilde, sino apreciar nuestras buenas cualidades.
Pero lo peor es que, a pesar de que tratar de ser lo segundo (cuando sea adecuado) sin dejar de ser lo primero (que es lo bueno y lo correcto según nos dijeron siempre) puede llegar a rallar en la esquizofrenia, al final es la solución que la mayoría tratamos de adoptar.

Y así nos vemos, tratando de expresar nuestra forma de ser, de hacer lo que consideramos más correcto, pero luchando constantemente contra normas absolutas que nunca nos dijeron que no eran más que valores relativos. Nunca nos enseñaron de niños que, en determinadas circunstancias, vale más analizar la situación y responder en consecuencia, que tratar de aplicar una solución general, válida para muchos casos, pero, quizá, no en éste en concreto. Eso tenemos que aprenderlo solos, equivocándonos una y mil veces, según nos hacemos mayores.

Y, sin embargo, las viejas leyes escritas en piedra siguen en nuestro interior, y muchas veces acabamos cambiando una norma inflexible por la contraria. O acabamos queriendo llevar la contraria, hacernos valer, decir lo que realmente pensamos, presumir de lo que somos o tenemos… pero sin atrevernos a hacerlo realmente. Y alcanzamos el precario punto medio de ser diplomáticos con los que nos imponen respeto e impertinentes con los que consideramos subordinados, de ser amables con quien creemos que va a tenérnoslo en cuenta, y desconsiderados con quien no nos importa que se queje, de ser humildes a la hora de hablar de nosotros mismos… y tratar de influir en los demás para que nos digan los maravillosos que somos.

Ningún absoluto es bueno, pero el pretender haber escapado de ellos cuando en realidad la dicotomía moral de un niño sigue gobernando nuestra vida, es aún peor.

lunes, 14 de enero de 2008

Circunstancias

Yo soy yo y mi circunstancia,
y si no la salvo a ella, no me salvo yo.

José Ortega y Gasset


Somos quienes somos porque fuimos quienes fuimos. Porque a lo largo de nuestra vida, a nuestro alrededor, junto a nosotros, han estado familia, amigos, conocidos, lugares y cosas. Por el tren que cogimos, y el viaje que nunca llegamos a hacer. Por el día en que decidimos no ir al colegio, y el día en nuestras madres nos sacaron de la cama a regañadientes para que fuésemos. Por la persona a la que dirigimos la palabra en una fiesta, y la persona que, viéndonos, no se atrevió a acercarse. Por los cachorritos que recogimos de la calle, y las lagartijas a las que arrancamos el rabo para verlo agitarse solo. Somos lo que somos porque hemos aprovechado unas oportunidades y desaprovechado otras, junto con algunas que ni siquiera llegamos a tener por no estar en el momento y lugar oportunos. Por todo lo que hemos hecho, y todo lo que dejamos de hacer. Por todo lo que pudimos hacer, y todo lo que nos impidieron (el momento, nuestros padres, los amigos, la ética, el miedo…) llevar a cabo.

Somos quienes somos porque nuestros padres son quienes son, y los padres de ellos fueron quienes fueron. Porque la tierra en que nacimos es como es, y la cultura que hemos heredado viene de donde viene. Podemos aprender, soñar, decidir, romper las normas, porque hemos forjado una personalidad propia en el confortablemente cálido o intolerablemente ardiente fuego de las circunstancias, hasta adquirir cierto control sobre ellas (nunca completo) que nos permita vivir una vida lo más feliz posible.

Quizá las circunstancias que rodearon algunos momentos de nuestra vida hayan sido duras, o difíciles, tal vez hayan sido incluso increíblemente dolorosas. Quizá hayamos tenido que ceder a las circunstancias, llevándolas como un peso que nos impedía crecer, avanzar. Pero siguen siendo parte de nosotros. Lo que hayamos aprendido en esos momentos nos acompañará durante toda nuestra vida, habrá formado nuestra misma identidad. Podemos rechazar lo que nos han enseñado, pero no podemos borrarlo. No podemos fingir que no ha existido, porque si negamos aquello que nos ha hecho como somos, nos negamos a nosotros mismos.

Aprendamos a ver las circunstancias no como muros que nos encierran, sino como piedras con las que construir. Aprendamos a sentirnos orgullosos de todos y cada uno de los pasos que nos han traído hasta aquí.

viernes, 11 de enero de 2008

[En otras palabras] El Gran Nacimiento

Por más poesía que se haya escrito sobre el milagro de la vida, el mayor milagro es simplemente que existe, que existimos.

Fuese lo que fuese lo que impulsó a la vida a iniciar su andadura, sucedió sólo una vez. Ése es el hecho más extraordinario de la biología, tal vez el hecho más extraordinario que conocemos. Todo lo que ha vivido, planta o animal, tuvo su inicio a partir del mismo tirón primordial. En determinado punto de un pasado inconcebiblemente lejano, cierta bolsita de sustancias químicas se abrió paso hacia la vida. Absorbió algunos nutrientes, palpitó suavemente, tuvo una breve existencia. Todo eso pudo haber sucedido antes, tal vez muchas veces. Pero este paquete ancestral hizo algo adicional y extraordinario: se dividió y produjo un heredero. Una pequeña masa de material genético pasó de una entidad viva a otra, y nunca ha dejado de moverse desde entonces. Fue el momento de la creación para todos nosotros. Los biólogos lo llaman a veces el Gran Nacimiento.

«Adonde quiera que vayas en el mundo, cualquier animal, planta, bicho o gota que veas utilizará el mismo diccionario y conocerá el mismo código. Toda la vida es una», dice Matt Ridley. Somos todos el resultado de un solo truco genético transmitido de generación en generación a lo largo de casi 4.000 millones de años, hasta el punto de que puedes coger un fragmento de instrucción genética humana y añadirlo a una célula de levadura defectuosa, y la célula de levadura lo pondrá a trabajar como si fuera suyo. En un sentido muy real, es suyo.


Bill Bryson,
Una breve historia de casi todo. Cap. 19: La aparición de la vida.

miércoles, 9 de enero de 2008

[Música] Mediæval Bæbes

Cuando empecé el apartado de música, lo hice con Isabella, una preciosa canción que para mí tiene un significado muy especial. Desde entonces tenía pendiente hablar del grupo que la interpreta, Mediæval Bæbes.

Decir que es un grupo de chicas que cantan canciones de inspiración antigua y medieval es reducirlas mucho. Son unas intérpretes magníficas, y con un registro muy amplio, aún dentro de un estilo que a primera vista podría parecer bastante limitado.

Su carrera comienza en 1997, por iniciativa de Katharine Blake, con un álbum llamado Salva Nos, y hasta ahora han publicado otros cinco: Worldes Blysse en el 98, Undrentide en 2001, The Rose en 2002, Mistletoe and Wine en 2003 (una recopilación de canciones navideñas) y Mirabilis en 2005 (hay además uno o dos discos recopilatorios y un DVD). El número de componentes del grupo ha ido variando en cada uno de ellos, pero han conservado su peculiar estilo del primero al último.

Es, sin duda, uno de los conjuntos de música más fascinantes que he conocido nunca. Todo en ellas, la ambientación, las voces, las propias canciones, te transporta a una época mítica. Cantan tanto en inglés como en italiano, francés, y otros idiomas, incluído el latín. Tanto adaptan canciones antiguas como utilizan temas modernos pero con un “sabor” medieval. Algunas de sus canciones son alegres y juguetonas, adecuadas para bailar y saltar, otras son dulces y pausadas, un acompañamiento perfecto para una tarde tranquila y un buen té, otras son místicas y envolventes, con una suavidad que inspira a la meditación, otras tienen un ritmo que arrastra, elevando la energía a un punto álgido. Pero todas y cada una de ellas son bellísimas.

Si hay un grupo musical de inspiración pagana que considero imprescindible, son las Mediæval Bæbes.

Os dejo, sólo como ejemplo, algunos de sus temas. Mucho me extrañaría que aquellos que no las conociérais de antes no vayáis enseguida a buscar más.

Musa Venit Carmine:



Ah, si mon moine:



Y el magnífico video, tanto en música como en imágenes, de Temptasyon:



Más información (en inglés):

Página web oficial de las Mediæval Bæbes
Galería de fotos del grupo en Flickr

lunes, 7 de enero de 2008

Preguntas

Mientras más aprendo, más me asombro. Mientras más sé, más me queda por saber. Son tantos los interrogantes que plantea una sola mirada al cielo… Hay tanto misterio envuelto en una gota de agua…

El mundo gira, en un equilibrio casi perfecto, sustentado por miles de millones de caóticos procesos ocurriendo al mismo tiempo, más como un número de malabares con infinitas pelotas que como una máquina perjectamente ajustada. Y, sin embargo, todo encaja. Todo ocupa su lugar, con una precisión milimétrica, para que los grandes cambios se produzcan gradualmente, tanto que ni nos damos cuenta. Y, sin embargo, a pequeña escala, el cambio es lo único incesante.

Ni siquiera sabemos exactamente qué hay bajo nuestros pies, bajo la corteza terrestre, o en la profundidad de gran parte de los océanos. Ni sabemos qué ocurre exactamente en el interior de nuestro cerebro, qué es lo que convierte un intercambio químico en una sensación, o una sinapsis aleatoria en un pensamiento. Sabemos, sí, por qué brillan las estrellas, pero no sabemos cuántas estrellas hay, ni cuántas de aquellas cuyo brillo vemos cada noche han cambiado o desaparecido ya, mientras percibimos la luz que emitieron hace mil o un millón de años.

Miro a mi alrededor y me asombro, de que la densidad del agua helada sea menor que la del agua líquida, haciendo flotar el hielo sobre los mares. De que la fuerza de la gravedad, tan poderosa que mantiene a los planetas en sus órbitas, sea a la vez tan débil que se la puede vencer momentáneamente tan sólo de un salto. De que las plantas transformen las sales de la tierra, la luz del sol, el aire y el agua en verde vida. De que huesos, músculos y tendones colaboren con tanta exactitud, formando y dando movimiento a mis dedos, y mi sistema nervioso haga que lleguen hasta ellos los impulsos de mi cerebro, permitiéndome escribir estas líneas. De que, alguien, en algún lugar del mundo, pudiese un día tener una idea tan nueva y fascinante como la de plasmar sobre la pared de una cueva la imagen de un bisonte, y de que desde ahí se llegase a Las Meninas, El Pensador, o la cúpula de Santa Maria dei Fiori.

Miro a mi alrededor y no paro de hacerme preguntas. Algunas de ellas han recibido respuesta a través de las cosas que he ido aprendiendo. Otras quizá la reciban algún día. Muchas de ellas, sin embargo, seguirán siempre siendo incógnitas para mí. Pero, en realidad, eso no me importa. Mi fe en las leyes de la naturaleza no se basa en las respuestas, sino en las propias preguntas.