miércoles, 18 de mayo de 2011

La sombra del umbral

Hay puertas que una vez se abren, nunca pueden volver a cerrarse.

Podemos fingir que no están ahí, pasar el cerrojo, amontonar delante todos los trastos que se nos ocurran, incluso tapiarlas. Pero ahí estará, por más que queramos convencernos de que sólo existe una pared, la conciencia de que hay un paso, un camino, una salida o una entrada. Nos hemos asomado al otro lado, y lo que hemos atisbado nos puede haber maravillado, sorprendido o dado miedo, pero sabemos que es real y que está ahí.
Una vez ese conocimiento se instala en nosotros, no podemos negarlo, sólo ocultárnoslo, racionalizarlo o mentirnos. A lo peor, erigirnos en guardianes de algo que no nos pertenece, tratar de alejar a otros, cuando los vemos demasiado dispuestos, del lugar al que nosotros no queremos o no nos atrevemos a llegar.

Ni siquiera tenemos que atravesar la puerta, si tanto respeto nos impone. Hace falta un tipo especial de valor para decidir plantarse. Pero también hay que ser lo bastante lúcido para reconocer que es nuestra decisión, que la puerta está ahí, abierta. O la sombra del umbral acabará condicionando nuestras vidas más de lo que nunca podría haberlo hecho el umbral mismo.

lunes, 9 de mayo de 2011

El futuro empieza en el presente

Mirar hacia el futuro es bueno. Nos permite albergar esperanzas y hacer planes, nos espolea y nos enseña a prever las consecuencias de nuestros actos. Pero también puede bloquearnos, cuando un posible acontecimiento apenas vislumbrado empieza a ocupar más tiempo en nuestra cabeza de lo que debería, y nos centramos tanto en lo que puede venir, que olvidamos el presente, y, en ocasiones, incluso pasamos por alto las claves de hoy que pueden modificar drásticamente lo esperado

De niña leí un cuentecito griego de autor anónimo que trataba sobre un labrador que, harto de que su mujer y sus hijas fuesen rematadamente bobas, se marchaba a ver mundo, sólo para acabar volviendo al descubrir que en el mundo había gente mucho más boba que ellas. Y todas las tonterías que encotnraba en su viaje tenían algo en común: se trataba de gente que era incapaz de ver la realidad de lo que tenían delante, y se aterrorizaban, tomaban decisiones insensatas o buscaban rebuscadísimas soluciones a problemas muy sencillos de resolver.

Y emprendió el viaje; pasadas unas horas llegó a otro pueblo y, al pasar delante de de una casa, vio a una mujer junto a la cuna de un niño, y, colgada de la pared, un hacha.
-¡Pobre niñito mío! -gemía la mujer-. ¡Muerto por un hacha...!
-¿Por qué lloras, buena mujer? -preguntó el labrador.
-¿No ves que ese hacha caerá encima de mi niño y lo matará? ¡Y todavía me preguntas por qué lloro!
-¡Ésta es más boba que las mías! -se dijo el labrador-. ¿Qué me das si salvo a tu hijo de tan triste suerte?
-¡Todo lo que quieras... mi vida entera si te sirve de algo...!
El labrador cogió la cuna y la llevó al otro extremo de la habitación diciendo:
-Mira, buena mujer, ya no hay motivo para que llores...
La angustiada madre le regaló una buena cantidad de dinero en agradecimiento, y el hombre prosiguió su viaje.

¿Cuántas veces he temido lo peor sin ser consciente de que podría evitarlo si me parase a analizar la situación actual sin temor y encontrase el punto donde actuar, aquí y ahora?¿Cuántas veces nos sentimos bloqueados por una situación o por un problema sin darnos cuenta de que la solución está al alcance de nuestra mano?
El futuro es lo que hacemos, lo que vamos creando con nuestros actos: no es algo que temer, pero tampoco un indeterminado momento color de rosa donde por arte de magia todo será mucho mejor.
Nuestro futuro será el que nos construyamos, hagámoslo bien.