miércoles, 23 de noviembre de 2011

Tejiendo la red



Según vamos viviendo, vamos construyendo una serie de redes. Como los hilos de una telaraña, conectamos nuestra vida con la de los demás, con nuestro entorno y las normas que lo rigen, buscando puntos de apoyo, apuntalando relaciones, situándonos donde queremos o creemos que nos conviene estar. Acumulamos cosas, costumbres y rutinas que nos ayudan a tener un cierto control sobre el ambiente, y a encontrarnos a gusto en él.

Pero a veces, un apoyo se desmorona, el peso hace colapsar la estructura, o quizá una ráfaga de viento o una mano, inconsciente o malévola,  rompe nuestros hilos. Y la mayoría de esas veces nos lanzamos a reconstruir, juntando los pedazos, aquello que ya se ha roto. O, si tenemos fuerza suficiente para dejar atrás lo que sabemos que hemos perdido, podemos tender hilos nuevos partiendo de lo que ha quedado intacto, y recomponer nuestra zona de confort. El problema es cuando nos negamos a reconocer que nuestro esfuerzo va a ser inútil. Cuando nos empeñamos en levantar estructuras sobre bases inadecuadas, o en el lugar y momento menos oportuno, y perserveramos y perseveramos, dejándonos la piel repitiendo una y otra vez los mismos patrones, pretendiendo, con un optimismo injustificado, nacido sólo de nuestra capacidad de autoengañarnos, que esta vez sí,  esta vez obtendremos un resultado diferente, aunque hayamos hecho las mismas cosas.

Es difícil desprenderse de los viejos hábitos, de aquello que te hace sentir seguro, del lugar donde sabes que puedes permtirte rendirte y caer, porque caerás en blando. Pero, si lo piensas, ya lo hicimos al menos una vez. El primer hilo que tiende una araña es siempre un salto de fe que requiere dejar atrás el lugar seguro al que había trepado sin saber si alcanzará el siguiente puntal. Una vez también nosotros nos atrevimos a confiar en alguien o a elegir un camino, a partir del cual nuestra vida empezó a crecer. Nuestra red, nuestro lugar seguro, es algo en permanente evolución, algo que empezamos a construir casi de la nada, y podemos reconstruir igualmente cuando sea necesario. No es el lugar, ni los apoyos que eliges, ni cada uno de los hilos, ni la forma en que se entrelazan entre sí. Es la araña en su centro, atenta a cada vibración que su tela le transmite, lo que da sentido a todo el tejido.

Hay muchísimas cosas en la vida que no podemos prever. Cosas para las que es imposible estar preparado, porque obedecen a un azar incalculable. Pero eso no quiere decir que uno de esos acontecimientos tenga necesariamente que poner nuestra vida patas arriba, incluso si no hemos tenido la precaución o la suerte de que nuestro entorno sea lo suficientemente firme como para resistir el golpe. Por mucho que la tormenta nos zarandee, podemos empezar de nuevo. Sólo es preciso un salto al vacío.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Construyendo nuestros propios muros

De todos los obstáculos con los que nos tropezamos en la vida, ninguno es tan alto, ni tan recio, como aquellos que nos ponemos a nosotros mismos.

Nuestra forma de mirar ya afecta a la dificultad de lo que percibimos, ya sea porque desde demasiado cerca no siempre vemos dónde está la puerta, ya sea porque desde demasiado lejos ciertas barreras, que de tenerlas delante podríamos salvar de un salto, parecen terriblemente altas por un mero juego de perspectiva.

Pero también hay muros que ni siquiera están ahí hasta que nosotros los construimos.
Todos cargamos con nuestras propias piedras: experiencias, temores, castigos, sesgos, deberes, dolores... Tratamos de liberarnos de ellas, o usarlas para protegernos, y las soltamos en medio del camino.
Y entonces resulta que, si queremos pasar, tenemos que vencer nuestros propios demonios, siempre tremendamente aterradores para uno mismo, aunque para otros no sean más que polvo y se sorprendan al vernos titubear frente a ello.
Tenemos que escalar sobre nuestros propios escombros, donde nunca se sabe cuándo puedes pisar sobre un recuerdo afilado, oxidado, que te infecte la sangre con la fiebre de antesdeayer.

No obstante, si logramos limpiarlas, sacudirlas, limarlas para eliminar los bordes cortantes y miramos bien dónde ponemos los pies, con esas piedras también podemos construir escaleras, y vados, en lugar de muros. Cuando hemos logrado aprender de algo, deja de ser un escombro para convertirse en un ladrillo, algo que en lugar de estorbar o hacernos tropezar, podemos utilizar como materia prima para muchas cosas.

Siempre con cuidado, eso sí, sabiendo que nada que ha sido auténtico se olvida realmente, que nada que ha calado realmente profundo se puede ignorar por el mero hecho de desearlo, que los verdaderos cambios nos transforman por completo y a todos los niveles, e incluso afectan a lo que antes fuimos, pues, desde el otro lado, podemos comprenderlo.
Lo que creemos "superado" es un cepo. Lo que hemos asumido como realidad, es un trampolín.

viernes, 16 de septiembre de 2011

[En otras palabras] Las Alas

Si no cuidas de sacudirte cada uno cuando cae, cuando te das cuenta, mil millones de copos de nieve pueden acabar por sepultarte. Pero sigo luchando, cada día, para no perderlo todo, para recuperar las cosas perdidas, a pesar de todo. Nadie puede luchar contra la avalancha, pero sí tengo aliento aún para ir derritiendo cada copo. No será rápido, no está siendo fácil, pero resisto. Y sigo aquí.

LAS ALAS

Yo tenía...
¡dos alas!...
Dos alas,
Que del Azur vivían como dos siderales
¡Raíces!...
Dos alas,
Con todos los milagros de la vida, la Muerte
Y la ilusión. Dos alas.
Fulmíneas
Como el velamen de una estrella en fuga;
Dos alas.
Como dos firmamentos
Como tormentas, con clamas y con astros...
¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...
El áureo campaneo
Del ritmo; el inefable
Matiz atesorando
El Iris todo, más un Iris nuevo
Ofuscante y divina, que adorarán las plenas pupilas del Futuro
(¡Las pupilas maduras a toda luz!)... el vuelo...
El vuelo ardiente, devorante y único,
Que largo tiempo etormentó los cielos,
Despertó soles, bólidos, tormentas,
Abrillantó los rayos y los astros;
Y la amplitud: tenían
Calor y sombra para todo el Mundo,
Y hasta incubar un más allá pudieron.
Un día, raramente
Desmayada a la tierra,
Yo me adormí en las felpas profundas de este bosque...
¡Soñé divinas cosas!...
Una sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y no siento mis alas!
¿Mis alas?...
—Yo las vi deshacerse entre mis brazos...
¡Era como un deshielo!

Delmira Agustini

miércoles, 20 de julio de 2011

Encauzando

Las relaciones humanas, de cualquier tipo, son frágiles. Cambian, se intensifican o debilitan, acaban por no parecerse en nada a lo que pretendíamos, y originándose cosas que no esperábamos. También se acaban, pese a nuestros esfuerzos en sentido contrario, o permanecen en nuestras vidas como una pálida sombra de lo que eran, porque nos negamos a reconocer que se han convertido en un lastre.

Entonces, ¿por qué nos empeñamos en convertir esas relaciones en los cimientos de nuestra vida? ¿Por qué nos definimos a nosotros mismos según lo que los demás ven en nosotros, o lo que deseamos que vean? ¿Por qué ese intento constante de presentarnos favorablemente a los otros? ¿Por qué esa búsqueda de alguien con quien compartir mucho antes de tener siquiera algo que compartir?

Las relaciones se parecen más a un río que a un árbol; nosotros podemos encargarnos de excavar y mantener el cauce, quizá hasta orientarlo, pero el agua fluye libremente, y puede secarse, desbordarse, crear nuevos cursos, salirse por completo de nuestro control. Y a eso no podemos enfrentarnos arrojándonos al fondo para tratar de contener la corriente entre los dedos. Tampoco empeñándonos en construir un canal, de altas paredes forradas de hormigón y potentes esclusas, con el que contener el agua y que vaya exactamente por donde nosotros queremos y con el caudal que queremos.
Nuestra labor es mantener la ribera en buen estado, y comprender que las otras personas son individuos, que no van a actuar como nosotros deseamos, sino que siguen sus propias motivaciones y sus propios impulsos.

Mientras más completos seamos en nosotros mismos, más firmes serán nuestras orillas, y más capaces seremos de adaptarnos a los cambios, sin temerlos, sino aceptándolos y cambiando con ellos.
Y, si el manantial se seca, o la inundación lo anega todo, podremos llorar por el agua derramada, sí, pero después sabremos cómo empezar a construir nuevos cauces, más seguros, más flexibles.

miércoles, 22 de junio de 2011

De eclipses y coincidencias

Hace una semana, se produjo un eclipse de luna que comenzaba a la hora del crepúsculo. La luna llena asomaba ya en la primera fase del eclipse, con luz aún en el cielo y las últimas sombras inclinándose hacia ella. Para admirarlo, fui hasta la ladera del Teide, confiando en poder ver la sombra del pico sobre el mar, apuntando a la luna roja. No pudo ser, porque el polvo en suspensión ocultó la luna de nuestra vista hasta que ya las sombras se habían diluido en la oscuridad, pero en ese tiempo, mientras las sombras se arrastraban por la ladera hasta llegar al mar, tuve tiempo de pensar en cuántas cosas tomamos por coincidencias y casualidades, cuántas cosas nos sorprenden por su oportunidad, simplemente porque desconocemos las causas profundas que las relacionan.

Las sombras del ocaso siempre apuntan a la luna llena, porque en eso consiste el plenilunio, en que nuestro satélite está en el lado opuesto al sol con respecto a la Tierra... lo cual es el mismo motivo por el que los eclipses de luna se producen siempre en esa fase.


No es menos maravilloso ni menos mágico porque sepamos lo que ocurre... al contrario, nos permite captar la interrelación, como un magnífico engranaje, que está presente en todo lo que nos rodea,  el sutil proceso del que formamos parte, Sol, Luna, Tierra, y nosotros, espectadores privilegiados que asistimos al glorioso espectáculo que la naturaleza nos brinda, seres conscientes, a caballo entre lo material y lo espiritual, que podemos, por ello mismo, percibir y apreciar a la vez su lógica y su poesía.

Formamos parte de este asombroso baile sideral, y somos afortunados de poder comprenderlo y también sentirlo. De poder calcular con precisión milimétrica el movimientos de los astros, y mirar luego al cielo, a esa luna rojiza, y sentir en nuestro interior la música de las esferas.



Imágenes realizadas a partir de fotos tomadas la noche del 15 de Junio en Izaña

lunes, 6 de junio de 2011

Un paso más allá

Syrio dice que cada herida es una lección, y que cada lección te lleva un paso más allá.

Arya Stark, en Juego de Tronos, de George R.R. Martin


El dolor es el gran maestro, dicen. Podemos saber las cosas, preverlas y hasta esperarlas, pero no aprendemos de verdad hasta que recibimos el golpe. La ventaja es que entonces ya no lo olvidamos nunca.
Cada golpe es una lección, cada herida nos hace más fuertes, no porque se endurezca la piel, o el alma, sino porque nos enseña a protegernos, a defendernos, incluso a contratacar.

Una cicatriz debería siempre dividirnos en dos: la persona que éramos antes de que nos dañasen y la que fuimos a partir de entonces. Una marca indolora pero indeleble, al igual que la herida que señaló nuestra piel debe dejar de doler con el tiempo pero nunca desaparecer de nuestra memoria. Cada dolor que afrontamos nos hace avanzar, cada dolor que se convierte en enseñanza nos hace crecer.

miércoles, 18 de mayo de 2011

La sombra del umbral

Hay puertas que una vez se abren, nunca pueden volver a cerrarse.

Podemos fingir que no están ahí, pasar el cerrojo, amontonar delante todos los trastos que se nos ocurran, incluso tapiarlas. Pero ahí estará, por más que queramos convencernos de que sólo existe una pared, la conciencia de que hay un paso, un camino, una salida o una entrada. Nos hemos asomado al otro lado, y lo que hemos atisbado nos puede haber maravillado, sorprendido o dado miedo, pero sabemos que es real y que está ahí.
Una vez ese conocimiento se instala en nosotros, no podemos negarlo, sólo ocultárnoslo, racionalizarlo o mentirnos. A lo peor, erigirnos en guardianes de algo que no nos pertenece, tratar de alejar a otros, cuando los vemos demasiado dispuestos, del lugar al que nosotros no queremos o no nos atrevemos a llegar.

Ni siquiera tenemos que atravesar la puerta, si tanto respeto nos impone. Hace falta un tipo especial de valor para decidir plantarse. Pero también hay que ser lo bastante lúcido para reconocer que es nuestra decisión, que la puerta está ahí, abierta. O la sombra del umbral acabará condicionando nuestras vidas más de lo que nunca podría haberlo hecho el umbral mismo.

lunes, 9 de mayo de 2011

El futuro empieza en el presente

Mirar hacia el futuro es bueno. Nos permite albergar esperanzas y hacer planes, nos espolea y nos enseña a prever las consecuencias de nuestros actos. Pero también puede bloquearnos, cuando un posible acontecimiento apenas vislumbrado empieza a ocupar más tiempo en nuestra cabeza de lo que debería, y nos centramos tanto en lo que puede venir, que olvidamos el presente, y, en ocasiones, incluso pasamos por alto las claves de hoy que pueden modificar drásticamente lo esperado

De niña leí un cuentecito griego de autor anónimo que trataba sobre un labrador que, harto de que su mujer y sus hijas fuesen rematadamente bobas, se marchaba a ver mundo, sólo para acabar volviendo al descubrir que en el mundo había gente mucho más boba que ellas. Y todas las tonterías que encotnraba en su viaje tenían algo en común: se trataba de gente que era incapaz de ver la realidad de lo que tenían delante, y se aterrorizaban, tomaban decisiones insensatas o buscaban rebuscadísimas soluciones a problemas muy sencillos de resolver.

Y emprendió el viaje; pasadas unas horas llegó a otro pueblo y, al pasar delante de de una casa, vio a una mujer junto a la cuna de un niño, y, colgada de la pared, un hacha.
-¡Pobre niñito mío! -gemía la mujer-. ¡Muerto por un hacha...!
-¿Por qué lloras, buena mujer? -preguntó el labrador.
-¿No ves que ese hacha caerá encima de mi niño y lo matará? ¡Y todavía me preguntas por qué lloro!
-¡Ésta es más boba que las mías! -se dijo el labrador-. ¿Qué me das si salvo a tu hijo de tan triste suerte?
-¡Todo lo que quieras... mi vida entera si te sirve de algo...!
El labrador cogió la cuna y la llevó al otro extremo de la habitación diciendo:
-Mira, buena mujer, ya no hay motivo para que llores...
La angustiada madre le regaló una buena cantidad de dinero en agradecimiento, y el hombre prosiguió su viaje.

¿Cuántas veces he temido lo peor sin ser consciente de que podría evitarlo si me parase a analizar la situación actual sin temor y encontrase el punto donde actuar, aquí y ahora?¿Cuántas veces nos sentimos bloqueados por una situación o por un problema sin darnos cuenta de que la solución está al alcance de nuestra mano?
El futuro es lo que hacemos, lo que vamos creando con nuestros actos: no es algo que temer, pero tampoco un indeterminado momento color de rosa donde por arte de magia todo será mucho mejor.
Nuestro futuro será el que nos construyamos, hagámoslo bien.

viernes, 22 de abril de 2011

[En otras palabras] Canto XV

Ampáranos, Madre, para que sepamos mirar a nuestro alrededor y ver la belleza y la vida, y sepamos contagiar a los demás esa mirada de reverencia y maravilla.

¡Feliz Día de la Tierra! 

CANTO XV

Sí, la noche sostenida en las grandes hojas espesas,
en las lianas que bajan hasta las aguas negras,
como lentas serpientes encantadas por los brujos,
en los brillos que huyen como soplos azules,
dando un temblor fugaz a las ocultas flores,
te dio el secreto antiguo de mi ardorosa tierra.
Tocaste las raíces, las piedras y las frutas,
abrazando los árboles, corriste por pantanos,
penetraste en las cuevas, heriste el armadillo,
que semeja un cruzado de bruñidas corazas,
perdido en las penumbras de la selva y el río.
Viste las madrugadas de las lluvias calientes
y oíste el murmurar de árboles y animales,
ese reclamo eterno de la tierra en la noche
que a veces llora y grita y ronca en la pantera.
Y viste el estallido de las grandes semillas,
y el nacer de la hoja y el abrir de la flor.
Y hablaste, circundado por venados atónitos:
“¡Ampárame, oh tierra maravillosa!
Yo me estaré contigo adorando tus peñas
que en las penumbras tienen rostros de nuevos dioses.
Yo vengo de los puertos, de las casas oscuras,
donde el viento de enero destruye niños pobres,
donde el pan ha dejado de ser pan para los hombres.
Yo vengo de la guerra, del llanto y de la cruz.
¡Ampárame, oh tierra maravillosa!”


Vicente Gerbasi

miércoles, 13 de abril de 2011

Silvestre


Estamos acostumbrados a los ramos, las macetas, los jardines, los arbustos y los parterres. A rosas, claveles, lirios, crisantemos... Pero hay otra belleza que se muestra en las plantas silvestres que logran abrir sus flores cada año, aprovechando cada gota de lluvia, cada rayo de sol. Una belleza que va más allá de los ojos, que le habla a nuestro corazón de fuerza y de tesón, de los ritmos naturales, de la vida que late en el vientre de nuestra Madre Tierra, esperando su momento.






Porque las flores que brotan espontáneamente, esos pequeños destellos de luz y color entre el pasto, o incluso en las cunetas o en los rincones abandonados, son un regalo de la primavera que nos conecta con nuestra propia savia nueva, y nos recuerda que es el momento de que también nuestras propias semillas extiendan sus brotes hacia el sol..

viernes, 1 de abril de 2011

[En otras palabras] Soneto del caminante

Porque hay que seguir avanzando, incluso cuando no sabes a dónde vas.

SONETO DEL CAMINANTE

No, no despiertes jamás para vivir tu sueño
porque el sueño es un viaje más allá del olvido.
Tu pie siempre es más firme después de haber caído.
Sólo es grande en la vida quien sabe ser pequeño.

El amor llega y pasa como un dolor risueño,
como una rama seca donde retoña un nido.
Sólo tiene algo suyo quien todo lo ha perdido.
Nadie es dueño de nada sin ser su propio dueño.

La vida será tuya si sabes que es ajena,
que es igual ser montaña que ser grano de arena,
y que a veces lo menos vale más que lo más;

Y sabrás, finalmente, cansado caminante,
que el tiempo es un camino que crece hacia delante
mientras se va borrando, poco a poco, hacia atrás.


José Ángel Buesa

lunes, 28 de marzo de 2011

Vendar o curar

Nos pasamos la vida pretendiendo que los demás nos conozcan y aprecien, y como nunca conseguimos del todo que la gente vea lo que nosotros creemos evidente de nosotros mismos, acabamos poniendo nuestras esperanzas en el futuro, esperando que algún día encontraremos a alguien que nos comprenda, que sepa cómo pensamos y por qué actuamos, que nunca nos malinterprete y sepa darnos tiempo cuando lo necesitemos. Una persona que sea consciente de nuestras debilidades pero no las explote, que sepa cuánto duelen las heridas que la vida nos ha causado y las cubra, con exquisito cuidado y vendajes de seda, para que se vayan curando solas, sin que se vean.

Y como de costumbre, lo que deseamos no es lo que necesitamos. Porque nuestros amigos (y nuestras parejas) no están para leernos la mente y actuar exactamente como nos gustaria que lo hicieran, de la forma más cómoda y placentera para nosotros mismos. A menudo limpiar la herida, aunque duela extraer la suciedad, y desinfectarla, aunque el alcohol escueza, nos ayudará a curar mucho mejor que los más suaves vendajes y los más solícitos mimos.

Si queremos que nos entiendan, probemos a explicarnos. Si queremos que nos conozcan, probemos a tratar a los demás sin prevención ni suspicacia, y a aceptar las críticas cuando las recibamos en lugar de achacarlas a la incomprensión ajena. Un amigo no es menos amigo por no saber lo que te pasa o cómo solucionarlo sin que se lo cuentes. O por darte malas noticias, abrirte los ojos, decirte lo que no quieres oir, o incluso, a veces, causarte dolor.
Las personas no son títeres para aparecer mágicamente sólo cuando lo necesitemos y hacer sólo lo que preferimos que hagan. A veces lo que más nos puede ayudar requiere un esfuerzo que nos parece excesivo, o nos exige renunciar a cosas que apreciamos. A veces para ayudarnos hace falta enfrentarnos a cosas que preferiríamos ignorar.

A veces no hace falta poner vendajes sino quitarlos, dejar que la herida se airee y la piel se fortalezca. Y es entonces, a la hora de dar el tirón, cuando toca apretar los dientes y arrancar la costra, cuando comprendes para qué están los amigos.

lunes, 21 de marzo de 2011

Vagando en círculos

A veces tenemos que caminar mucho para volver al punto de partida, y correr mucho para permanecer en el sitio. Y, cuando nos damos cuenta, los pasos que creíamos que nos estaban alejando nos traen hasta la puerta que creíamos haber cerrado tras nosotros. Y comprendemos que nunca salimos del todo por esa puerta, que nos limitamos a rodearla.

El camino puede haber sido agotador, y sin embargo habernos conducido a donde ya estábamos. Eso no quiere decir que haya sido tiempo y esfuerzo perdido, puesto que en el entretanto habremos aprendido muchas cosas de las que aún no podemos ser conscientes, y al menos una lección que ya no olvidaremos: no se puede avanzar sin cambiar, sin dejar cosas atrás, sin haber cruzado el umbral, a sabiendas o desprevenidamente. No se puede llegar lejos si seguimos siendo los mismos.

No hace siquiera saber exactamente a dónde vas. Pero andar determinadas sendas requiere más que poner un pie delante del otro o seguir las huellas de quienes nos precedieron. Requiere una voluntad y un esfuerzo totalmente comprometidos. No se trata de marcar una cruz en un mapa y seguir la línea más recta para alcanzarla sin prestar atención a nada que no sea nuestro objetivo. No se trata de buscar quien nos lleve de la mano y nos aparte las piedras para que no tropecemos con ellas. No se trata de dejarse llevar por cada soplo de viento y cambiar de dirección cada vez que algo nos sorprende o nos deslumbra, ni correr tras espejismos que parecen prometer sueños dorados al alcance de nuestra mano pero que siempre que la alargamos están un poco más lejos. Lo importante es que ese camino sea algo personal. Que sea nuestro camino, con todas sus revueltas y sus encrucijadas.

Y si esas revueltas te conducen de nuevo ante esa puerta que creías a tu espalda, no te desanimes, y comprende que quizá necesitabas algo de lo que has aprendido en tu vagabundeo para tener la fuerza y el valor de cruzarla.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Tocar fondo

A veces, una roca firme te retiene, o una mano amiga te sujeta antes de que pierdas pie y empieces a hundirte. A veces, en plena caída, encuentras una rama a la que agarrarte, o un punto de apoyo para poder subir.

Otras veces, en cambio, la única manera de tomar impulso es llegar a tocar fondo.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Fusibles

Nuestro cuerpo y nuestra mente tienen ciertos mecanismos de protección. Cuando nos sobrecargamos, sea por nuestra propia actividad, o debido a estímulos externos, empezamos a recibir señales de aviso. Ignorarlas, por necesario que nos pueda parecer en el momento, nunca es buena idea.

Todos podemos pensar en determinados lugares, tareas, entretenimientos, e incluso personas, que nos producen sensaciones de agobio o de hartazgo, que nos "queman", y que, sin embargo, seguimos manteniendo en nuestras vidas. Solemos tener buenos motivos para ello, pero la realidad es que los tenemos porque necesitamos apelar a ellos, necesitamos autoconvencernos para seguir repitiendo un patrón que en el fondo, sabemos que nos está siendo perjudicial.

Hasta el día en que, después de haber pasado por alto todas las señales, nos fundimos. Quizá nos ponemos enfermos, quizá nos da un ataque repentino de tristeza o de ira, o simplemente nos quedamos sin fuerzas. Recuperarse cuando ya ha ocurrido es lento y dificultuoso, y eso si hemos tenido suerte y nuestro estado no ha afectado a personas que no tenían culpa y perdemos por eso nuestros puntos de apoyo.

Pero si incluso entonces, si incluso cuando ya hemos fundido nuestros fusibles físicos o mentales, seguimos insistiendo en sobrecargarnos, justificándonos con una y mil razones, desde las más nobles a las más pueriles, terminaremos por quemarnos del todo. Y entonces lo mejor de nosotros mismos se habrá perdido y quién sabe si seremos capaces de recuperarlo o volverlo a construir.

Prestemos atención a los pequeños indicios que nuestro cuerpo y nuestra mente nos dan, a todos esos avisos: el cansancio, la ansiedad, el insomnio, los leves dolores sin explicación aparente. Tomémoslos como señales de precaución, que para eso están. Hagamos caso a esa parte de nosotros a la que no solemos escuchar y nos empeñamos en mantener bajo control consciente en todo momento, éscuchémosla por una vez y atendamos a lo que nos quiere decir antes de que se fundan los fusibles.
Saber cuándo retirarse es tan importante como saber cuándo insistir.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Como un rayo

Como un rayo, que golpea cuando ilumina, nos llegan a veces palabras o ideas que nos cortan el aliento y nos frenan en seco.

Escuchamos algo, o lo leemos, o estamos mirando un cuadro, un paisaje, y un detalle antes inadvertido captura de golpe nuestra atención. Nos planteamos algo, o nos asalta un pensamiento que nos deja boqueando, como si hubiéramos caído de golpe a una poza de agua fría. Vemos en los ojos de otra persona o captamos en sus palabras toda la fuerza de una descarga eléctrica, tierra y nube haciendo contacto en una explosión cegadora.

La sensación nos abruma, la mente parece abrirse a la vez en todas direcciones, a veces como una flor, a veces como un estallido.

Y si tenemos suerte cuando, tambaleándonos, recuperamos el equilibrio, podemos conservar no sólo el recuerdo del golpe, sino parte de esa luz.

Como un rayo, que al tocarnos nos enciende y nos abrasa. Y nunca volvemos a ser los mismos.

viernes, 4 de febrero de 2011

[En otras palabras] Instante

Llega el deshielo y tímidamente vuelve a asomar el sol... aún quedan noches frías, pero veo la primera chispa que enciende ya la promesa del fuego.

INSTANTE

Ven a mirar conmigo
el final de la lluvia.
Caen las últimas gotas como
diamantes desprendidos
de la corona del invierno,
y nuevamente queda
desnudo el aire.

Pronto un rayo de sol
encenderá los verdes
del patio,
y saltarán al césped
una vez más los pájaros.

Ven conmigo y fijemos el instante
-mariposa de vidrio-
en esta página.

Meira Delmar

miércoles, 2 de febrero de 2011

[Recetas] Cremas de queso para Imbolc

Los lácteos de todo tipo son alimentos típicos de esta fecha, debido a su relación con los primeros partos del ganado, especialmente las ovejas. Aunque la leche en sí no me agrada, soy en cambio una gran amante de sus derivados; me apasionan los batidos, el yogur, y sobre todo el queso. Por eso hoy quiero ofreceros dos recetas muy, muy sencillitas de cremas de queso que añaden un toque de sabor a cualquier banquete o fiesta, y son especialmente adecuadas para Imbolc.




Queso de Hierbas

Ingredientes:

  • 150 gr de queso blanco para untar (tipo Philadelphia)
  • 250 gr de queso de Burgos
  • Hierbas provenzales
Se mezclan el queso para untar y el queso de Burgos, machacando éste último con un tenedor, hasta conseguir una pasta homogénea. Luego, se añaden hierbas provenzales al gusto y se remueve. Para la presentación, se puede cubrir la superficie con más hierbas provenzales, que luce mucho.


Dip de queso y cebolla

Ingredientes:

  • 150 gr de queso blanco para untar
  • Medio sobre de sopa de cebolla
  • Leche o nata
Mezclar el queso blanco y la sopa de cebolla, rebajando con leche hasta conseguir la consistencia deseada (usando nata en lugar de leche si se desea una textura más cremosa). Se puede usar para untar, pero os lo recomiendo especialmente como salsa para mojar patatas fritas. :)


¡Feliz Imbolc a todos! 

miércoles, 26 de enero de 2011

Arcoiris

Que algo sea un fenómeno natural y explicable, no quiere decir que no pueda ser mágico.


Mucha gente trata de relegar la espiritualidad a los "huecos", a los grandes misterios de la vida y el universo que la ciencia no puede explicar, como si fuera una muleta en la que apoyarse. Pero el sentimiento de lo sagrado nace de la reverencia y el asombro, y ambas cosas no disminuyen porque sepamos exactamente cómo ocurren las cosas. A veces, incluso, el saberlo no hace más que aumentar nuestra maravilla.


Todas las culturas y las mitologías han observado con fascinación los fenómenos naturales, y han creado mitos sobre ellos.
Si la luz y la oscuridad son poderosas en sí mismas, ¿qué decir de ese prodigio de color que cruza el cielo? La señal del pacto de paz entre el Creador y los hombres, la mensajera de los Dioses, "corriendo sobre el lluvioso viento", el puente Bifrost que une los mundos de Midgard y Asgard, la serpiente de colores del Tiempo del Sueño... el arcoiris es un límite, un umbral, entre el sol y la lluvia. Sólo puedes apreciarlo cuando las condiciones son las precisas, y por más que trates de acercarte, nunca lo alcanzarás. No es de extrañar que siempre fuese considerado un presagio, bueno o malo, pero increíblemente poderoso.


Pero además, el arcoiris nos sirvió para aprender, para conocer mejor el mundo que nos rodea y la naturaleza de la luz. Gracias, entre otras cosas, a esa señal en el cielo, los hombres nunca dejaron de preguntarse por las relaciones entre la luz y el color, por los fenómenos ópticos y nuestra forma de percibirlos, por la misma esencia de la realidad y su significado.

No hace falta una olla llena de oro enterrada en su extremo. Perseguir el arcoiris nos ha hecho más sabios, pero también más humildes; más niños, y como especie, más ricos.


Fotos tomadas el  22 de enero desde mi ventana.

miércoles, 19 de enero de 2011

[Noticias] A vueltas con Tindaya

En todos los lugares hay rincones especiales, llenos de historia, cargados de magia, que no suelen ser conocidos mucho más allá de sus aledaños. La montaña de Tindaya es uno de ellos, aunque desgraciadamente en los últimos tiempos ha empezado a hacerse famosa por motivos ajenos a su importancia real.


La isla de Fuerteventura no es especialmente escarpada, y Tindaya, con sus 400 metros de altura, destaca en el paisaje como una señal que llena los ojos.

Los aborígenes la consideraban sagrada, y, como en muchas otras montañas a lo ancho del mundo, encontraban en ella un lugar donde los divino y lo humano podían entrelazarse. En sus alrededores y laderas hay múltiples rastros de la vida y espiritualidad de los majos, y en su cumbre se encuentran una gran cantidad de grabados rupestres en forma de pies.


Aún después de que Fuerteventura fuera conquistada y sus habitantes supervivientes se mezclasen con los nuevos pobladores y adoptasen sus costumbres y religión, Tindaya siguió siendo especial y mágica, incluso sobrecogedora para quienes se acercaban a ella, y durante mucho tiempo fue llamada "la montaña de las brujas".
Su valor ecológico, arqueológico, y espiritual es reconocido por todos los habitantes del archipiélago, y aún tiene mucho que enseñarnos sobre nuestra biodiversidad y nuestra historia.


Y sin embargo, dos amenazas acechan a Tindaya, cada una a su manera.

Por un lado, la montaña está compuesta en gran parte de traquita, un tipo de piedra muy apreciada para usos ornamentales y, por eso mismo, también muy cara. Cualquiera diría que explotar una cantera en un lugar así, declarado monumento natural y Bien de Interés Cultural, no estaría permitido, pero la realidad es que la traquita es realmente, tremendamente cara, y cuando se manejan esas cantidades de dinero, hay gente a la que la palabra "valioso" le empieza a sonar de otra manera.

Y entonces, por otro lado... llegó Chillida. En una de sus inspiraciones de artista, se empeñó en crear una escultura monumental, titánica, "una montaña despojada de su interior para que el espacio entrara en ella, un homenaje a la pequeñez que nos une a todos los hombres". Buscó el emplazamiento ideal donde llevar a cabo su sueño, descartó muchos lugares y al final, eligió Tindaya. Tindaya, la montaña sagrada; Tindaya, la montaña mágica; Tindaya, cuya situación, belleza e historia brillan por sí mismos, sin necesidad de ser soporte para la ideas ni el "arte" de nadie.

¿Vaciar una montaña de tan alto valor histórico, cultural y natural? ¡Qué locura! Pero, un momento... ¿vaciar una montaña a la que luego podrás cobrar entrada y cuyos "escombros" se pueden vender por millones de euros? No hace falta que os diga que a algunos los ojos les hicieron chiribitas.

Hace dieciocho años que la cuestión del monumento en Tindaya se planteó por primera vez. Muchos intereses, dinero e influencias confluyeron en ese proyecto. Muchas voces críticas se alzaron en su contra. Hubieron denuncias, informes, corrupción y papeleo, protestas y escándalos. La montaña se resistía a ser violada, a convertirse en un cascarón sin alma utilizado en beneficio de unos pocos. Chillida murió en 2002, y aunque los defensores de la obra insistían en llevarla a cabo, parecía que sin el apoyo de su iniciador, no saldría adelante. Parecía que por fin Tindaya iba a quedar en paz, incólume, alzándose contra el cielo como el monumento que por sí misma siempre ha sido.

Y entonces, ayer, leí esto en El País:
Renace la montaña sagrada de Chillida
Tras 18 años de polémicas, una reunión entre la familia y el Gobierno canario reflota el proyecto de Tindaya


El politiqueo y los intereses sólo esperaban a que mirásemos hacia otra parte para seguir haciendo negocio. Pero yo que ellos no cantaría victoria aún. La montaña de Tindaya tiene su propio espíritu, su propia fuerza. No os extrañe que, aunque crean conseguir lo que ambicionan, el resultado sea muy diferente a lo que esperaban.



Todas las fotos de esta entrada pertenecen al álbum de Flickr La Montaña de Tindaya de Jose Mesa (Mataparda), y están licenciadas en Creative Commons para que sirvan para el conocimiento y la defensa de este mágico lugar.

Más información:

Tindaya en la Wikipedia
Todos somos Tindaya, blog con todas las noticias e información sobre la evolución del malhadado proyecto.
Plataforma apoyo monumento Chillida Tindaya, por si quereís la otra versión (que siempre es bueno mirar las cosas desde los dos lados).

viernes, 7 de enero de 2011

[En otras palabras] El regreso

Recordando cosas que había olvidado, pisando sobre mis propias huellas, regresando a lugares de los que nunca partí...

EL REGRESO

Cada día que pasa,
cada día,
es más corto el camino
de regreso.

De repente la nave
romperá el horizonte
y la veré avanzar hacia la orilla
flamante de banderas.

Y en un instante el sol
habrá borrado
todos los años
que viví en la sombra.

Meira Delmar