lunes, 23 de enero de 2012

¡Adelante!

Atravesaron el laberinto del jardín o, más bien, lo que quedaba de él, y a menudo tuvieron que dar rodeos, porque muchos senderos desembocaban ya en la Nada.
Cuando finalmente llegaron al borde exterior de la llanura y salieron del Laberinto, los porteadores invisibles se detuvieron. Parecían esperar órdenes.
La Emperatriz Infantil se incorporó en sus cojines y echó una mirada hacia atrás, a la Torre de Marfil. Y mientras volvía a reclinarse en sus almohadas, dijo:
-¡Adelante! ¡Siempre adelante... a cualquier parte!


Michael Ende, La Historia Interminable


No siempre podemos saber a dónde vamos cuando decidimos avanzar. Habrá caminos inicialmente prometedores que lleven a lugares inhóspitos, puertas que permanecerán cerradas por más que las empujemos, abismos infranqueables, y carreteras cortadas.

Daremos rodeos, frenaremos la marcha, en ocasiones incluso nos veremos forzados a dar media vuelta y volver a elegir otro sendero, otra salida. A veces, tendremos que optar por lo menos malo en vez de por lo que deseamos o consideramos mejor. Tendremos que adaptarnos a las circunstancias y al terreno, y estar preparados para lo que nos podamos encontrar o lo que pueda surgir de improviso.

No nos engañemos, sabemos que no será sencillo, ni cómodo, y que habrá que correr en ocasiones, trepar en otras, e incluso pasear alguna vez por la cuerda floja o el filo de la navaja. Pero también sabemos que detenerse para algo más que para tomar aliento significa anquilosarse, y que si dejamos que la hierba crezca a nuestro alrededor, las raíces nos engrilletarán los pies.

Y sabiendo esto, podremos poner el pie en el camino, y daremos un primer paso, un salto de fe. Y a partir de ese momento, sin prisa pero sin pausa, sin atisbar siquiera meta alguna en el horizonte, avanzaremos. Sin más destino que el propio caminar, adelante, siempre hacia adelante.