lunes, 28 de junio de 2010

El espíritu de la ley

Vamos con una obviedad: Las normas existen por algo.

No surgen porque sí, sino que, por lo general, tienen un sentido, responden a una necesidad de regular determinados comportamientos que es necesario mantener, o de castigar otros que son disruptivos o problemáticos. La mayor parte de las normas que rigen una comunidad tratan de responder a las necesidades de sus miembros, facilitar la convivencia y las relaciones entre ellos, minimizar las disputas y, en caso de que se den, resolverlas de forma justa. No importa si es un patio de vecinos, una clase de parvulitos, una pandilla de amigos, un equipo deportivo, una comunidad religiosa, una asamblea de concejales o el conjunto entero de habitantes de un país, cualquier grupo de seres humanos necesita guiarse por una serie de reglas, implícitas o explícitas, que ayuden a sus miembros a orientar sus acciones en la dirección adecuada para obtener el mayor bien general posible.

Esto no quiere decir que no hayan existido (y existan) leyes injustas, redactadas para favorecer los privilegios de una minoría o para dejar fuera a otras, normas estúpidas o arbitrarias creadas para legitimar caprichos de algún gobernante, o reglas trasnochadas que dejaron de tener sentido hace tiempo y permanecen por la fuerza de la costumbre, limitándonos en lugar de ayudarnos. Pero, en su conjunto, podemos aceptar con bastante seguridad que, si algo se convirtió en norma sancionada, es porque tenía alguna utilidad.
Y esa utilidad puede haberse reducido o desaparecido con los avances de la ciencia, la sociedad o la cultura, pero también puede permanecer intacta, sólo que nunca nos hemos parado a pensar cuál será, acatando la ley o rebelándonos frente a ella como una imposición, sin comprender de dónde viene y a qué responde.

Ceñirnos a las normas al pie de la letra y enfrentarnos a quienes no las cumplen o no se rigen por ellas simplemente porque sí puede ayudarnos a convivir, pero también puede alienarnos, coactar nuestra libertad e impedirnos madurar. Saltárnoslas simplemente porque sí puede darnos ventajas, pero también puede causarnos graves perjuicios, o causárselos a otras personas. Rebelarnos contra la autoridad llevando la contraria en todo es tan infantil como obedecer ciegamente.
Lo que precisamos es entender el espíritu de la ley, no su letra, tratar de comprender de dónde vienen las normas, porqué se crearon en primer lugar, si son impuestas o consensuadas, si están anquilosadas o han evolucionado, y, sobre todo, a qué necesidades de la comunidad dan respuesta. Intentar regirnos por nuestras propias reglas, pero tomando como base las comunes, e intentar que éstas sean flexibles y razonables, las mejores posibles, las más adecuadas para uno mismo y para todos.

viernes, 25 de junio de 2010

[En otras palabras] Vida, oficios

Con las obligaciones contándome los pasos, encontrando donde no esperaba las fuerzas y las ganas para avanzar, al menos, un trecho cada día.

VIDA, OFICIOS

Insoslayable para la vida,
la nueva vida me amanece: es un pequeño
sol con raíces que habré de regar mucho
e impulsar a que juegue
su propio ataque contra la cizaña.
Pequeño y pobre pan de la solidaridad,
bandera contra el frío, agua fresca para la sangre:
elementos maternos que no deben alejarse
del corazón.
Y contra la melancolía, la confianza; contra
la desesperación,
la voz del pueblo
vibrando en las ventanas de esta casa secreta.
Descubrir,
descifrar,
articular,
poner en marcha:
viejos oficios de los libertadores y los mártires
que ahora son nuestras obligaciones
y que andan por allí contándonos los pasos:
del desayuno al sueño,
del sigilo en sigilo,
de acción en acción,
de vida en vida.

Roque Dalton

miércoles, 23 de junio de 2010

La realidad de lo irreal

¿Deseáis ver los Reinos Lejanos? Muy bien. Pero primero, debéis saber: los lugares que visitaréis, los lugares que veréis, no existen. Porque solamente hay dos mundos... el vuestro, que es el mundo real, y otros mundos, que son de fantasía. Mundos como ésos existen en la imaginación de los hombres. Su realidad o falta de realidad no es importante. Lo que importa es que están ahí. Esos mundos proveen alternativas. Proveen escape. Proveen amenazas. Proveen sueños y poder. Proveen rechazo y dolor. Ellos le dan significado a vuestro mundo. No existen, y de esa manera, ellos son todo lo que importa.

Titania, reina de las hadas,
en Los Libros de la Magia, de Neil Gaiman

Estamos acostumbrados a considerar "real" al mundo externo, e "irreales" a nuestras experiencias internas. Sin embargo, todo lo que conocemos del mundo no es más que la conjunción de diferentes percepciones sensoriales que nuestro cerebro integra e interpreta. Los pensamientos, los sentimientos y las emociones son experiencias meramente internas, no observables, de cuya existencia otras personas no tienen más pruebas que nuestras palabras y acciones basadas en ellos. ¿Es más real el paisaje que veo por la ventana que la sensación que despierta en mí? Hay personas con determinados trastornos cerebrales que son incapaces de percibir algunas cosas o cualidades, o que perciben otras que los demás no. Su realidad es distinta a la de quienes le rodean, pero no por eso es menos real para ellos.

Cuando creamos algo, primero imaginamos cómo podría ser, después cómo desarrollarlo, luego podemos diseñarlo, y posteriormente realizarlo. ¿Era menos real entonces la idea que el objeto? ¿Es menos real el plano que la máquina? ¿Es menos real que el cuadro la imagen que el pintor tenía en su cabeza antes de plasmarla en el lienzo? No. Ambos son reales, sólo que en ámbitos distintos. Una semilla no es un árbol, pero puede llegar a serlo, y la semilla no es menos real que el árbol únicamente porque aguarde escondida bajo la tierra, ni comienza a ser real cuando el primer brote verde sale a la luz.
Cuando nos sentimos felices, o tristes, cuando nos enfadamos o nos enamoramos, no son experiencias menos reales porque otras personas no puedan percibir que las sentimos. Cuando soñamos, mientras estamos inmersos en el mundo onírico, éste es real para nosotros. Cuando imaginamos, cuando creamos, estamos haciendo realidad en nuestra mente cosas que no existían antes, y podemos incluso hacerlas realidad físicamente para que pasen a formar parte del mundo externo. Pero primero tienen que ser reales para nosotros.

La existencia no es una cuestión de absolutos, hay diferentes grados de realidad. Que algo no sea visible, tangible y persistente, no quiere decir que no sea real.

lunes, 14 de junio de 2010

[Música] La Maza

Muchas cosas tienen valor, no únicamente por lo que son de por sí, sino sobre todo por aquello que representan, que simbolizan, aquello más grande o más complejo de lo que son parte, el sonido con cuyos ecos resuenan, el tejido cuya urdimbre crean sus hilos. Muchas cosas que creemos imprescindibles, a las que hemos erigido altares, no son más que símbolos, sistemas, instrumentos, a los que, olvidando que su función es servir de apoyo, otorgamos una importancia central. Hay cosas que no podemos conseguir igual de pulidas, o igual de rápido, sin las herramientas adecuadas, pero lo que es seguro es que no podemos hacer nada con las herramientas sin la materia prima y el tesón necesario para usarlas.



La Maza

Si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte,
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.
Si no creyera en la balanza,
en la razón del equilibrio,
si no creyera en el delirio,
si no creyera en la esperanza.
Si no creyera en lo que agencio,
si no creyera en mi camino,
si no creyera en mi sonido,
si no creyera en mi silencio...

Qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones,
un revoltijo de carne con madera,
un instrumento sin mejores resplandores
qué lucecitas montadas para escena.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un testaferro del traidor de los aplausos,
un servidor de pasado en copa nueva,
un eternizador de dioses del ocaso,
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.

Si no creyera en lo más duro,
si no creyera en el deseo,
si no creyera en lo que creo,
si no creyera en algo puro.
Si no creyera en cada herida,
si no creyera en la que ronde,
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida.
Si no creyera en quien me escucha,
si no creyera en lo que duele,
si no creyera en lo que quede,
si no creyera en lo que lucha...

Qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones,
un revoltijo de carne con madera,
un instrumento sin mejores resplandores
qué lucecitas montadas para escena.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un testaferro del traidor de los aplausos,
un servidor de pasado en copa nueva,
un eternizador de dioses del ocaso,
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.

Silvio Rodríguez

miércoles, 9 de junio de 2010

Errare humanum est (III): Resarciendo

Resarcir.
(Del lat. resarcīre).

1. tr. Indemnizar, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio. U. t. c. prnl.

Quizá compensar un error cometido sea una de las cosas mas difíciles de hacer, y no digamos de hacer correctamente. Es mucho más sencillo buscar una instancia externa que nos castigue, nos absuelva, o ambas cosas, sea un sacerdote o la Ley de Tres. O convencernos a nosotros mismos, sea repitiéndonos que no es nuestra culpa para lograr cierto grado de tranquilidad de conciencia, o flagelándonos con pensamientos y sentimientos negativos, rumiando nuestra equivocación o previendo desastrosas consecuencias casi con esperanza, con la sensación de merecerlas. O escudarnos en nuestras buenas intenciones, como si bastase con un pensamiento amable para contrarrestar un acto dañino.

No podemos hacer nada para arreglar algo que ya ha pasado, para "borrar" nuestros errores. Pero sí podemos evitar volver a cometerlos, y el primer paso es reconocer que somos responsables de todo cuanto hacemos o dejamos de hacer, decimos o callamos. Y si nuestras buenas intenciones tienen algún valor, es hacernos ver cuánto nos hemos desviado del objetivo al equivocarnos.

No podemos resarcir a todos aquellos a quienes hayamos herido, ofendido o perjudicado. Pero sí podemos reconocer que algunos de esos actos los hicimos voluntariamente, sabiendo o no lo que acarrearían, y afrontar sus consecuencias, y tratar de minimizar aquellas que no pretendíamos. Sí podemos asumir que otras veces, sin pretenderlo, hicimos daño porque cometimos errores, dejar a un lado las excusas y el orgullo, y simplemente empezar por disculparnos. Y después, poner todo lo que esté en nuestra mano para compensarlo. Muchas veces será mucho más sencillo de lo que pensamos.

No podemos eliminar nuestros errores, pero podemos aprender de ellos mucho sobre el camino que deseamos tomar, sobre los demás, y, ante todo, sobre nosotros mismos.

viernes, 4 de junio de 2010

[En otras palabras] Pasión sin límites

Porque hay días luminosos en los que mi corazón canta y vuela, derramando alegría.

PASIÓN SIN LÍMITES

Vuela mi corazón
unido con los pájaros
y deja entre los árboles
un invisible rastro
de alegría y de sangre.

Las gotas de rocío
se helaron en las manos
abiertas y floridas
de los enamorados
perdidos en la brisa.

Vuela mi corazón,
mi corazón atado
con cadenas de estrellas
a la sombra de un árbol
atado con cadenas
y con cantos de pájaros.

José María Hinojosa

miércoles, 2 de junio de 2010

Errare humanum est (II): Arrepentimiento

Arrepentirse.

(Del lat. re, intens. y poenitēre).

1. prnl. Dicho de una persona: Sentir pesar por haber hecho o haber dejado de hacer algo.
2. prnl. Cambiar de opinión o no ser consecuente con un compromiso.
No siempre nuestros errores tienen consecuencias, y no siempre éstas tienen que ser negativas, aunque a menudo lo sean, para nosotros o para otras personas. Sin embargo, lo que hace que consideremos erróneas algunas de nuestras decisiones o comportamientos, es el hecho de que, inmediatamente o con el tiempo, nos arrepentimos.
Ni siquiera tienen que ser decisiones o acciones realmente relevantes para nuestras vidas, pero a veces la conciencia de habernos equivocado se nos queda clavada como una espinita que no nos podemos sacar. El pesar del arrepentimiento nos invade, y, a veces, nos remorderá durante mucho tiempo, siempre que recordemos nuestro error.

Y entonces tratamos de quitarle importancia, de fingir que no ha ocurrido, o, por el contrario, le damos vueltas a la cabeza, rememorando todas las posibilidades: "Si hubiera hecho esto...", "Si hubiera dicho aquello..." "¿Por qué no elegí la otra opción?" "¿Por qué no callé a tiempo?". E incluso tratamos de autojustificanos, convencernos a nosotros mismos de que no fue una equivocación, de que obramos acertadamente, o de la única manera posible.

El arrepentimiento puede paralizarnos, convertirnos en estatuas de sal que sólo saben mirar hacia atrás, incapaces de superar el dolor, la pena o la vergüenza, propia o ajena, que pudieron provocar nuestros errores. Pero también, si aprendemos a sobrellevarlo, puede ser un motor, una fuerza que nos impulse a corregir las cosas que hicimos mal, o a intentar las que nunca hicimos.
Puede servirnos para ser más listos, y más sabios, para reconocer esa piedra que una vez nos hizo tropezar, y saber esquivarla.