viernes, 8 de agosto de 2008

[En otras palabras] El mar de siempre

Voy a pasar unos días clavada frente al mar, a ver qué me dicen las olas. Voy a permitirme disfrutar del mar, antes de saber desde qué orilla podré verlo el próximo verano.

EL MAR DE SIEMPRE

No volver a soñar más que en lo mismo
para tejer el hilo de los tiempos
que tal vez fueron milagrosos.
O acaso no existieron,
sino en la mente de quien los pensó.

Ese arrullo que escuchas
no es el del mar de entonces;
aquel calló con las ausencias,
o bien se hundió lejano
y se perdió en la espuma de otros mares.

No son los mismos, nunca.
Cada uno se acerca a sus orillas,
diversos todos, todos únicos
en el rozar del agua con su tierra;
y cada tierra con su mar se duerme
o al levantar el sol con él se alza.
Pero distintas, diferentes,
las tierras lejos, las de cerca,
tienen su propio mar que las arrulla
y con diverso pálpito respiran.

Como es otra la música
que en su bajar nos llega
del infinito mar de las constelaciones.

Y así vamos de mares y de orillas
al límite final que nos espera.


Eugenio Florit

Me tomo unas semanas de vacaciones, que aprovecharé para hacer unos cuantos cambios, que espero que os gusten. Volveré a primeros de septiembre, aunque procuraré entrar de vez en cuando para responder los comentarios (si es que hay alguno).

Hasta entonces, y disfrutad de la fuerza del sol, estéis donde estéis.

miércoles, 6 de agosto de 2008

[Arte] El nacimiento de Venus


El nacimiento de Venus es un temple sobre lienzo pintado por Sandro Botticelli entre 1482 y 1484, en pleno Renacimiento.
Es fácil apreciar la influencia de las esculturas clásicas en el porte, las líneas y el color de la figura de Venus, alzada en sinuoso contraposto sobre la enorme concha, cubriéndose púdicamente con las manos y el cabello.

Podría pasar horas hablando de la composición, la Diosa encuadrada entre el agua, la tierra y el aire, la simbología de las flores, del manto, de los personajes... y muchos lo han hecho antes que yo.

Pero nada de lo que pueda contaros es comparable a observar por uno mismo la pintura, la belleza y el misterio, incluso la indefinible pureza, que Botticelli supo imprimirle a su Venus.

Recuerdo a alguien que al ver este cuadro en los muros del Ufizzi se le saltaron las lágrimas y le faltó la respiración. A veces la belleza puede ser abrumadora.

Más información:

Botticelli y el Nacimiento de Venus en la Wikipedia
Galería de Botticelli en Artelista

lunes, 4 de agosto de 2008

Otras perspectivas

Hay muchos lugares, objetos y personas que vemos todos los días. Recorremos las mismas calles, utilizamos los mismos objetos, nos cruzamos con las mismas personas, vecinas, desconocidas, o ambas cosas, cuyos horarios coinciden con los nuestros. Y pasamos de largo casi sin verlos, acaban por volverse invisibles, de tan familiares.

Dejamos de prestarles atención a las cosas conocidas, entendidas, etiquetadas. Ya son rutinarias, corrientes, triviales. Buscamos otras cosas, cosas que nos sorprendan, que nos llamen la atención, que nos hagan sentir la emoción del descubrimiento.
Y sin embargo esa emoción puede encontrarse también en las pequeñas cosas cotidianas. Sólo tenemos que cambiar la perspectiva, mirarlas de nuevo como si fuera la primera vez.

Levantar la vista para ver las ventanas, los balcones, y los tejados, las macetas de flores y las copas de los árboles cuyos troncos nos bloquean el camino al pasar deprisa por la acera.
Tratar de hacer las cosas de siempre con distintas herramientas, o sin ellas, para aprender a apreciar el trabajo que nos ahorran. Observar la forma del más vulgar de los objetos, sabiendo que es el producto final de un proceso de diseño que, en algunos casos, ha llevado cientos de años perfeccionar.
Mirar a la gente de verdad, conscientemente: sus caras, sus manos, su forma de caminar o de moverse. Preguntarte, por una vez, quiénes son, cómo son sus vidas, qué pasará por sus pensamientos.

Las más curiosas enseñanzas de la vida no están sólo en las cosas llamativas... también aparecen en las más simples, las que hemos olvidado cómo mirar.
Quizá haya algo maravilloso que ver en el reflejo del sol en los cristales de una fachada, en la forma y el filo de unas tijeras, en la media sonrisa de nuestro compañero de vagón de metro... Quizá haya algo maravilloso que ver ahora mismo, justo ante tus ojos. Si sabes mirar.

viernes, 1 de agosto de 2008

[En otras palabras] Al Sol

Que tengáis una buena cosecha, que nunca os falte el pan. Que el sol os alumbre y os arrope en su calor hasta que llegue el otoño.

AL SOL

Salud, oh sol glorioso,
adorno de los cielos y hermosura,
fecundo padre de la lumbre pura;
oh rey, oh dios del día,
salud; tu luminoso
rápido carro guía
por el inmenso cielo,
hinchendo de tu gloria el bajo suelo.

Ya velado en vistosos
albores alzas la divina frente,
y las cándidas horas tu fulgente
corte alegres componen.
Tus caballos fogosos
a correr se disponen
por la rosada esfera
su inmensurable, sólita carrera.

Te sonríe la aurora,
y tus pasos precede, coronada
de luz, de grana y oro recamada.
Pliega su negro manto
la noche veladora;
rompen en dulce canto
las aves; cuanto alienta,
saltando de placer, tu pompa aumenta.

Todo, todo renace
del fúnebre letargo en que envolvía
la inmensa creación la noche fría.
La fuente se deshiela,
suelto el ganado pace,
libre el insecto vuela,
y el hombre se levanta
extático a admirar belleza tanta.

Mientras tú, derramando
tus vivíficos fuegos, las riscosas
montañas, las llanadas deliciosas,
y el ancho mar sonante
vas feliz colorando;
ni es el cielo bastante
a tu carrera ardiente
de las puertas del alba hasta occidente,

que en tu luz regalada,
más que el rayo veloz, todo lo inundas,
y en alas de oro rápido circundas
el ámbito del suelo;
el África tostada,
las regiones del hielo
y el Indo celebrado
son un punto en tu círculo dorado.

¡Oh, cuál vas! ¡cuán gloriosa
del cielo la alta cima enseñoreas,
lumbrera eterna, y con tu ardor recreas
cuanto vida y ser tiene!
Su ancho gremio amorosa
la tierra te previene;
sus gérmenes fecundas,
y en vivas flores súbito la inundas.

En la rauda corriente
del Oceano, en conyugales llamas
los monstruos feos de su abismo inflamas;
por la leona fiera
arde el león rugiente;
su pena lisonjera
canta el ave, y sonando
el insecto a su amada va buscando.

¡Oh Padre! ¡oh rey eterno
de la naturaleza! a ti la rosa,
gloria del campo, del favonio esposa,
debe aroma y colores,
y su racimo tierno
la vid, y sus olores
y almíbar tanta fruta
que en feudo el rico otoño te tributa.

Y a ti del caos umbrío
debió el salir la tierra tan hermosa,
y debió el agua su corriente undosa,
y en luz resplandeciente
brillar el aire frío,
cuando naciste ardiente
del tiempo el primer día,
¡oh de los astros gloria y alegría!

Que tú en profusa mano
tus celestiales y fecundas llamas,
fuente de vida, por doquier derramas,
con que súbito el suelo,
el inmenso Oceano
y el trasparente cielo
respiran: todo vive,
y nuevos seres sin cesar recibe.

Próvido así reparas
de la insaciable muerte los horrores;
las víctimas que lanzan sus furores
en la región sombría,
por ti a las luces claras
tornan del almo día,
y en sucesión segura,
de la vida el raudal eterno dura.

Si mueves la flamante
cabeza, ya en la nube el rayo ardiente
se enciende, horror al alma delincuente;
el pavoroso trueno
retumba horrisonante,
y de congoja lleno,
tiembla el mundo vecina
entre aguaceros su eternal ruina.

Y si en serena lumbre
arder velado quieres, en reposo
se aduerme el universo venturoso,
y el suelo reflorece.
La inmensa muchedumbre
ante ti desparece
de astros en la alta esfera,
donde arde sólo tu inexhausta hoguera.

De ella la lumbre pura
toma que al mundo plácida derrama
la luna, y Venus su brillante llama;
mas tu beldad gloriosa
no retires: oscura
la luna alzar no osa
su faz, y en hondo olvido
cae Venus, cual si nunca hubiera sido.

Pero ya fatigado
en el mar precipitas de occidente
tus flamígeras ruedas. ¡Cuál tu frente
se corona de rosas!
¡Qué velo nacarado!
¡Qué ráfagas vistosas
de viva luz recaman
el tendido horizonte, el mar inflaman!

La vista embebecida
puede mirar la desmayada lumbre
de tu inclinado disco; la ardua cumbre
de la opuesta montaña
la refleja encendida
y en púrpura se baña,
mientras la sombra oscura
cubriendo cae del mundo la hermosura.

¡Qué magia, qué ostentosas
decoraciones, qué agraciados juegos
hacen doquiera tus volubles fuegos!
El agua, de ellos llena,
arde en llamas vistosas,
y en su calma serena
pinta ¡oh pasmo! el instante
do al polo opuesto te hundes centellante.

¡Adiós, inmensa fuente
de luz, astro divino; adiós, hermoso
rey de los cielos, símbolo glorioso
del Excelso! y si ruego
a ti alcanza ferviente,
cantando tu almo fuego
me halle la muerte impía
a un postrer rayo de tu alegre día.


Juan Meléndez Valdés