lunes, 30 de noviembre de 2009

Rastreando lo intangible

Investigar ciertos conceptos se parece un poco a seguir un rastro. Tienes un nombre, un detalle, un autor o unas pocas frases, recurres a tus conocimientos previos sobre el tema, tratas de relacionarlo con algún otro dato, y lo tomas como punto de partida para buscar más información, que a su vez te abrirá otras opciones entre las que tendrás que elegir la más plausible y seguir el hilo, tejiendo datos, hasta llegar a una conclusión coherente... o a una contradicción en los términos o una nueva información que invalide alguno de los puntos en los que te has basado, en cuyo caso toca deshacer lo elaborado hasta volver al punto en el que estamos razonablemente seguros de ir bien encaminados y optar por otra de las posibilidades.

Pero además, no siempre ese camino nos conduce a donde esperamos llegar. No porque aparezcan obstáculos, sino porque simplemente no hay más pasos que podamos dar. A veces, las opciones se agotan, las pequeñas pistas que parecían prometedoras no llevan a ninguna parte, nuestras preguntas no reciben respuesta, y en general, la búsqueda se estanca y no hay manera de seguir adelante.

Continuar insistiendo, repitiendo los mismos pasos una y otra vez, sólo sirve para agotar nuestras energías y nuestra motivación, frustrándonos. Pero rendirse y abandonar sin más tampoco es la solución.
En ocasiones basta con dejarlo a un lado durante un tiempo, para volver sobre el tema cuando tengamos la mente en otra disposición o hayamos aprendido algo nuevo que tras enlazar con lo que teníamos nos ayude a avanzar otro paso.
Pero muchas veces, la duda puede quedarse hibernando en el fondo de nuestra mente durante meses o años, hasta que llegamos a olvidarnos por completo de ella. Otras cosas requieren nuestra atención, nos interesamos por otros campos, y no volvemos a pensar en investigar ese tema. Y un día, sin más, nos topamos con el eslabón que nos faltaba, delante de nuestros ojos: un libro, una noticia, una conversación, una foto, un enlace en una web o unas palabras dichas al pasar por un desconocido, y volvemos a agarrar el hilo, a seguirlo y a tejer, hasta encontrar la respuesta. A veces, incluso, esa respuesta nos lleva después hacia nuevas preguntas.

No siempre es posible dar con lo que buscamos a la primera, pero a veces, las respuestas llegan cuando uno ya no las espera, y, mientras tanto, las pesquisas que nos guían hasta ellas nos sirve para descubrir muchas más cosas. Y a veces, incluso, andar ese camino nos cambia tanto que elegimos a propósito tomar la bifurcación que nos lleva hacia otra meta.

viernes, 27 de noviembre de 2009

[En otras palabras] Camino blanco, viejo camino...

Siempre hacia adelante... debo andar ahora un camino estrecho e irregular donde no resuenan más pasos que los míos.

Camino blanco, viejo camino,
desigual, pedregoso y estrecho,
donde el eco apacible resuena
del arroyo que pasa bullendo,
y en donde detiene su vuelo inconstante,
o el paso ligero,
de la fruta que brota en las zarzas
buscando el sabroso y agreste alimento,
el gorrión adusto,
los niños hambrientos,
las cabras monteses
y el perro sin dueño...
Blanca senda, camino olvidado,
¡bullicioso y alegre otro tiempo!,
del que solo y a pie de la vida
va andando su larga jornada, más bello
y agradable a los ojos pareces
cuanto más solitario y más yermo.
Que al cruzar por la ruta espaciosa
donde lucen sus trenes soberbios
los dichosos del mundo, descalzo,
sudoroso y de polvo cubierto,
¡qué extrañeza y profundo desvío
infunde en las almas el pobre viajero!

Rosalía de Castro

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Hacia el centro

Hay cosas que hay que buscar dentro antes de poder encontrarlas fuera. El corazón propio a veces puede ser el más enrevesado de los laberintos.



El diseño original del laberinto es de André Heller, para su obra Crystal Worlds, parte del Swarovski Kristallwelten en Wattens (Austria). Yo lo he trazado, con más pena que gloria, a partir del esquema que aparece en el libro Laberintos, de Gernot Candolini.

viernes, 20 de noviembre de 2009

[En otras palabras] Adolescente fui en días idénticos a nubes...

Atrás quedó lo que fui: ingenua, titubeante, y casi resignada, prisionera entre los muros sin saber que caerían, ni el sueño que me esperaba a la vuelta de la esquina. Pero a veces surge un recuerdo, y no comprendo del todo cómo crucé a la otra orilla, o si algo se hundió en el agua...

Adolescente fui en días idénticos a nubes,
cosa grácil, visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si ese recuerdo busco,
que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de hoy.

Perder placer es triste
como la dulce lámpara sobre el lento nocturno;
aquél fui, aquél fui, aquél he sido;
era la ignorancia mi sombra.

Ni gozo ni pena; fui niño
prisionero entre muros cambiantes;
historias como cuerpos, cristales como cielos,
sueño luego, un sueño más alto que la vida.

Cuando la muerte quiera
una verdad quitar de entre mis manos,
las hallará vacías, como en la adolescencia
ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.

Luis Cernuda

miércoles, 18 de noviembre de 2009

No necesitamos mártires

Estoy harta de aquellos que usan sus experiencias negativas para situarse en un plano superior a los demás, de los que se creen "más paganos" o "más auténticos" por haberse enfrentado a situaciones de intolerancia o de prejuicio. Porque muchas veces, esas experiencias ni siquiera son debidas a la práctica de su religión, sino justamente al querer imponer su punto de vista sobre otros, al enarbolar sus creencias como una bandera en lugar de limitarse a vivirlas. Muchas veces, quienes más se ponen en el papel de víctimas, son justamente los iniciadores del conflicto, que utilizan luego para respaldar su posición.
Seguir un camino espiritual no implica enfrentarse a nadie que siga otro. Si hay personas que lo creen así, bien... ¿no habéis escuchado nunca la expresión «Dos no pelean si uno no quiere»?

Pero si hay algo que me molesta todavía más, es el querer arogarse para uno mismo y sus creencias el sufrimiento de otros. Inocentes víctimas de la política y la sociedad de tiempos pasados que, en la mayoría de los casos, no hicieron nada más que estar en el momento equivocado cuando alguien buscaba a quien señalar con el dedo como culpable de lo que quiera que en ese momento fuese "malo". Y que ahora algunos, en lugar de respetar su memoria como merecen, utilizan como estandarte para bajo su sombra señalar a otros. Qué vergüenza.

Los paganos actuales no necesitamos sentirnos ofendidos porque otros piensen distinto a nosotros y emplear ejemplos históricos cargados de emocionalidad (y, por tanto, de demagogia) para legitimar un rol de damnificados que no nos pertenece. No necesitamos mártires, si van a servirnos para atacar y demonizar a otras personas por el mero hecho de tener creencias diferentes y compartirlas con muchas otras personas que realizaron, hace mil o dos mil años, malas acciones, por atroces que éstas fueran. Porque lo que uno cree no es el único criterio que define lo que uno es.

Lo que los paganos necesitamos es gente que esté dispuesta a vivir intensamente su espiritualidad, no a sufrir (o a morir) por ella.

viernes, 13 de noviembre de 2009

[En otras palabras] Convertir en sed nuestra tristeza

Aguantando, resistiendo, sosteniéndome firme contra el viento, contra el dolor, el propio y el ajeno. Aguardando el regreso de la luz, aunque su brillo me hiera y me ciegue. No me sentaré a llorar entre las ruinas mientras con las mismas piedras puedan levantarse edificios nuevos.

CONVERTIR EN SED NUESTRA TRISTEZA

A veces nos quedamos silenciosos
tan hondos y vacíos de tristeza,
que nuestra pura desnudez invoca
mudamente la luz de una presencia.

Medimos por el hueco, lo que falta
de densidad y plenitud en esta
lobreguez de ser hombre clausurado,
pero abierto en sí mismo y sin cancela.

Alguien a quien le damos nuestra espalda
nos acosa buscándonos las vueltas
y se pone a mirar hacia lo oscuro
que tiembla en lo interior de la caverna.

Y nosotros sentados hacia dentro,
con los ojos sellados en la piedra,
tememos que, al volvernos, de repente,
nos hallemos de cara a la evidencia.

Porque nunca podremos. Hace falta
que nos bielde la muerte y nos dé vuelta,
que nos meta su luz como en un guante
y nos saque los ojos hacia afuera.

La luz nos llegará. Se hará presente
a inaugurar su reino. Mientras llega,
sólo queda esperar en el silencio
y convertir en sed nuestra tristeza.

Jesús Tomé

miércoles, 11 de noviembre de 2009

En momentos como éste...

A veces lo único que puedes hacer es estar ahí y mantenerte en pie cuando todo se desmorona.

A veces, con eso basta.

lunes, 9 de noviembre de 2009

De relumbrón y oropel

No sé si es la sociedad actual, o el ser humano propiamente dicho, pero a veces me da la impresión de que se valora la apariencia cada vez más por sí misma, no ya porque sea señal de algo, sino simplemente por ser... bueno, aparente.

No es que sea nada nuevo, el caso es que últimamente lo veo por todas partes, y me da qué pensar.
Es una tendencia muy extendida, pero estos días me ha llamado la atención especialmente en el campo de los productos de estética. Alcanza su máxima expresión en cualquier anuncio de cremas, jabones, maquillaje o potingues varios: que recuerde ahora mismo, he visto productos con oro, caviar, seda, extracto de perla... ¿veis el patrón? Evidentemente, la gran mayoría de esos productos han sido testados farmacológicamente y, si bien no producen exactamente los efectos que promete la publicidad, tampoco es que dañen la piel. Pero qué casualidad que el oro y el caviar, además de ser muy caros y (por tanto) exclusivos, también tengan interesantes propiedades para el bienestar del organismo, más que, por ejemplo, el estaño o las judías verdes. O que las tengan las secreciones de una ostra (que es al fin y al cabo lo que son las perlas) pero no las de una almeja. ¿O no?*

Se llama efecto de halo, una especie de "atajo mental" propio de nuestro cerebro por el cual agrupamos todas las características que percibimos de una misma cosa y las evaluamos en conjunto partiendo de lo que sabemos de una sola de ellas, normalmente la primera que conocemos o la más llamativa. Si lo primero que percibimos de alguien es belleza física, tenderemos a encontrar a esa persona más simpática, agradable, e incluso más inteligente que a otra menos agraciada. Si escuchamos primero una voz chirriante y desagradable a nuestra espalda, al presentarnos a esa persona la encontraremos menos atractiva, menos simpática.
De la misma forma, si el oro, las perlas o la seda están ya catalogados en nuestra mente como algo hermoso, escaso y valioso, asociamos esas mismas cualidades a los productos que los contienen y los utilizamos, porque queremos tenerlas también.

La espiritualidad adolece también de su propio efecto de halo. Tendemos a considerar a las cosas llamativas, exóticas, inusuales o desconocidas, como más deseables, más fascinantes, más "mágicas".
Nos parece más sabio alguien que se autotitula maestro, con túnica bordada y amuletos arcanos, hablando con palabras que no entendemos, que un amigo en vaqueros que se exprese en un lenguaje llano y comparta con nosotros su aprendizaje sin pretender ser un experto. Consideramos los chakras y las runas signos de un enorme saber perdido, y catalogamos los cuentos infantiles de entretenimiento irrelevante. Hablamos con reverencia de la Biblioteca de Alejandría y nunca hemos entrado en la de nuestra ciudad.

Y esto también causa que algunas personas, cuando empiezan a andar una senda espiritual, traten de proyectar primero la imagen de ser diferentes, antes que preocuparse de aprender qué es lo que realmente les distingue de personas que siguen otros caminos y, sobre todo, qué les une a ellos. La apariencia antes que la esencia, porque la apariencia es lo que primero ha llamado la atención, y además es lo más fácil de conseguir, lo más fácil de copiar, ya que no hace falta saber qué significa. Los objetos y parafernalia "místicos", el lenguaje ampuloso pero insustancial, las referencias a "misteriosos secretos" sin nada detrás, e incluso el disfrazar de enseñanzas las más evidentes perogrulladas. Y después, otros muchos confunden esa apariencia con la auténtica esencia, y pierden el camino atraídos por el brillo del oropel, arrastrados por el canto de sirena del efecto de halo: "Parece que sabe, así que debe ser sabio. Si no comparte ese saber es porque no estoy preparado. Si cuando lo comparte me parece una tontería es que no lo he entendido bien, o que no soy digno".

Así que compramos la crema con partículas de oro, cuanto más cara, mejor, y reverenciamos a los maestros que nos hablan de símbolos secretos y civilizaciones perdidas, cuanto más artificiosamente, mejor. Y mientras tanto, las cremas que hacen la misma función a mucho menor precio cogen polvo en la estantería, y los verdaderos maestros y las auténticas enseñanzas se deslizan en silencio a nuestro lado y pasan de largo sin que les echemos una sola mirada.
Despreciamos los diamantes sin pulir porque los vidrios rotos brillan más.


*Sí, sé que también está la baba de caracol... de hecho, eso es también un ejemplo de efecto de halo, sólo que las cualidades a asociar son "natural", "ecológico", o "verde". Pero eso es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión. ;)

viernes, 6 de noviembre de 2009

[En otras palabras] La cifra

Redescubriendo esa dulce costumbre de la noche... mientras hay tiempo de mirar la luna, todo está en su sitio.
 LA CIFRA

La amistad silenciosa de la luna
(cito mal a Virgilio) te acompaña
desde aquella perdida hoy en el tiempo
noche o atardecer en que tus vagos
ojos la descifraron para siempre
en un jardín o un patio que son polvo.   
¿Para siempre? Yo sé que alguien, un día,
podrá decirte verdaderamente:
No volverás a ver la clara luna,
Has agotado ya la inalterable
suma de veces que te da el destino.
Inútil abrir todas las ventanas
del mundo. Es tarde. No darás con ella.
Vivimos descubriendo y olvidando
esa dulce costumbre de la noche.
Hay que mirarla bien. Puede ser la última.

Jorge Luis Borges

miércoles, 4 de noviembre de 2009

[Música] Aysouraguam

Esa palabra casi impronunciable es el título de una de mis canciones favoritas. Es de un grupo canario llamado Taburiente, cuya música acompañó gran parte de mi infancia, y, aunque ahora me suene extrañamente "ochentero" en ocasiones, hay algunos de sus temas que no han perdido nada de su fuerza evocadora. Hasta el punto de que ahora empleo esta canción habitualmente para concentrar energía o cuando necesito de alguna manera reunir fuerzas para avanzar. Y siempre consigue ayudarme.



Nunca supe qué significa aysouraguam (y Google no me da ninguna ayuda). Parece una palabra en bereber o amazigh, pero igualmente podría ser inventada. En el fondo, creo que prefiero no saberlo y seguir otorgándole, como hacía de niña, un significado diferente y personal cada vez que la escucho.