miércoles, 25 de agosto de 2010

Convencer

Convencer.

(Del lat. convincĕre).

1. tr. Incitar, mover con razones a alguien a hacer algo o a mudar de dictamen o de comportamiento. U. t. c. prnl.
2. tr. Probar algo de manera que racionalmente no se pueda negar. U. t. c. prnl.

Cuando sentimos el impulso de tratar de convencer a alguien de algo, estamos partiendo de la base de que la idea previa de esa persona es equivocada o incorrecta. De que nosotros somos quienes tenemos la razón, y tenemos casi el "deber" de corregirle.

Por eso mismo, ese impulso es mayoritariamente egoísta. No nos replanteamos nuestras convicciones sino que directamente tratamos de inculcarlas a otros. Porque eso es lo que intentamos: inculcar, adoctrinar, influir... de todo menos convencer. No aportamos datos, rara vez tenemos en cuenta los hechos. Jugamos con los argumentos, las emociones, las falacias, con todas las armas de la retórica, creyéndonos en posesión de la verdad y en la obligación de transmitirla.

Y así, negamos al otro la posibilidad de tener su parte de la verdad, su parte de la razón. Discutimos en lugar de mostrar. Las verdades pierden entonces su sentido, transformándose de razones en meras excusas.
Los hechos se defienden solos, son los que son, y la realidad no cambia para adecuarse a nuestras categorías mentales. Las creencias no pueden erradicarse, o implantarse, mediante argumentos lógicos. ¿Qué pretendemos entonces, cuando intentamos convencer? En casi todos los casos, reforzarnos a nosotros mismos, usando a los demás como hombres de paja.

Cuando sentimos el impulso de tratar de convencer a alguien, haríamos mejor preguntándonos si es siquiera necesario, si no es mejor que los demás piensen distinto que nosotros. Y entonces, escucharles, y ver qué podemos aprender de ellos.

lunes, 16 de agosto de 2010

Frutos de la cosecha

Junto a mi puerta, al lado del rosal, hay una parra. El año pasado descubrí que producía uvas negras cuando ya era tarde para recolectarlas, casi todas se secaron, y los lagartos, pájaros y hormigas se alimentaron con el resto, como sin duda llevarían haciendo desde mucho antes de que yo llegara. Este año cuidé y regué la planta desde que empezó la primavera, y protegí los racimos, que crecieron hermosos y en gran cantidad. La semana pasada recolecté la mayoría de ellos, dejando unos cuantos para que los animales puedan comer.
En la ladera de enfrente, por donde suelo salir a pasear, crecen varias higueras salvajes, que con los calores del verano se han llenado de gordos y dulces higos, muchos más de los que puedo comer, e incluso regalar. Ayer recogí parte de los frutos, con la intención de hacer mermelada para el invierno.






Muchas veces plantamos semillas casi sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo. Sembramos palabras y consejos en la mente de otros, realizamos acciones que se quedan enterradas largo tiempo hasta que las circunstancias son las adecuadas para que germinen. Cada uno de esos frutos es un regalo inesperado, pero no debemos olvidar que sigue siendo la consecuencia de nuestras propias causas, que no se nos entrega porque sí, y que, si bien podemos recolectarlo y disfrutarlo, es necesario que algunos frutos sigan en las ramas para que, al caer a tierra y pudrirse, produzcan nuevas semillas que, quién sabe cómo y cuándo, nos aportarán también dulces cosechas.

lunes, 2 de agosto de 2010

[Recetas] Pan de trigo



Si un alimento forma parte de la cultura occidental, éste es sin duda el pan, que nos acompaña desde los albores de la civilización. Su simbología propia es muy amplia, y se enriquece con la de su forma y sus ingredientes. El trigo, a su vez, es, entre otras cosas, símbolo solar, de renacimiento y de abundancia.
En esta fiesta de la cosecha que, pese a las diferentes creencias y costumbres, bajo una advocación u otra, se celebra en agosto desde tiempo inmemorial, el pan tiene un papel principal.

Esta receta es la más sencilla que conozco para hacer nuestro propio pan de trigo. Lleva bastante tiempo, pero no requiere demasiado esfuerzo, y aunque (sobre todo las primeras veces) el resultado no sea exactamente como el pan que estamos acostumbrados a comprar ya hecho, el mero hecho de amasarlo y hornearlo es toda una experiencia que nos ayuda a conectar con nuestras raíces.

Ingredientes:
  • 500 g de harina de trigo
  • 33 cl. de agua
  • 2 cucharaditas de levadura de panadero
  • 2 cucharaditas de sal
Preparación:
  1. Mezclar en un bol la harina con la sal y la levadura, con una cuchara de madera o con las manos
  2. Añadir el agua y amasar durante 10 minutos (al rato notaréis el cambio en la textura, pero es bueno seguir amasando unos minutos más después)
  3. Si al rato de amasar veis que la masa sigue muy húmeda y se pega a los dedos, añadir un poco más de harina, si está muy seca y se desmigaja, añadir un poco más de agua. 
  4. Una vez amasado, colocar la masa en el bol (engrasado con aceite o bien espolvoreado con harina, para que no se pegue), taparlo con un trapo, y dejarlo reposar alrededor de una hora en un sitio cálido.
  5. Cuando la masa haya subido hasta doblar su tamaño, presionar en el centro, amasarla unos minutos más, dividirlo en las partes que queramos y darle la  forma elegida.
  6. Colocar las piezas en la bandeja del horno (nuevamente, engrasada o enharinada), taparlas con un trapo, dejarlas en un sitio cálido, y dejarla subir durante aproximadamente otra hora hasta que hayan vuelto a duplicar su tamaño.
  7. Precalentar el horno a 200º C, y poner a hornear.
  8. El proceso de cocción dura unos 45 minutos, pero depende del tamaño que hayáis escogido para las piezas de pan, y de su forma, así que hay que estar atento y sacarlas cuando estén doradas.

Para el pan de esta celebración, yo le he añadido semillas de sésamo y romero por encima antes de meterlo en el horno, pero hay casi infinitas variaciones posibles.
¡Que aproveche!


Más información:
Pásaos si podéis por The Fresh Loaf, una estupenda página  (en inglés) con decenas de recetas de pan, desde las más sencillas a las más refinadas, y buenos trucos para mejorar la técnica.