lunes, 19 de enero de 2009

Sobre las vestales (I): Elegidas para servir a la Diosa y al Imperio

Como muchos sabréis, Vesta era la diosa romana bajo cuya protección se encontraba el hogar. Siempre pura y virgen, pero a la vez valedora de la familia, su culto fue de los más poderosos del Imperio, y uno de los pocos que estaba constituido únicamente por mujeres.

En aquellos tiempos, el hogar y la familia se organizaban en torno al fuego (de hecho, la palabra hogar proviene de focāris, derivada de focus, fuego), así que el fuego era el principal símbolo de Vesta, y la principal tarea de sus sacerdotisas, custodiarlo.
Porque Vesta también protegía el hogar de todos los ciudadanos, el propio Imperio. Y para servir a una de las grandes Diosas de Roma no se podía elegir a cualquiera...

Según uno de los primeros historiadores de Roma, Quinto Fabio Píctor (siglo III a.n.e.), el Pontífice Máximo (Pontifex Maximus) debia reunir a veinte vírgenes patricias y seleccionar entre ellas a las seis vestales. Cuando elegía a cada una, le dirigía esta palabras: “Te tomo amada y te constituyo sacerdotisa de Vesta, de acuerdo con las sabias prescripciones legales, para que ejerzas en provecho del pueblo romano las sagradas funciones que competen al sacerdocio de Vesta”. Entre los requisitos que debían cumplir para ser elegidas, estaban los de contar con una edad de entre seis y diez años, no padecer ningún defecto físico, no ser huérfanas de ambos progenitores y, por supuesto, ser vírgenes. Una vez seleccionada, era acompañada hasta la Casa de Vesta, donde permanecería durante treinta años, siendo recibida en ella por la Virgo Vestalis Maxima.

Desde ese momento comenzaba la educación de la nueva vestal. Los primeros diez años se dedicaban al aprendizaje del culto a vesta y de sus nuevas funciones; los diez siguientes eran los de servicio, cuidando la llama sagrada y participando en las ceremonias religiosas; por último, los diez años restantes se dedicaban al pupilaje de nuevas vestales. Pasado este periodo de tiempo, podían abandonar el templo y casarse si lo deseaban, aunque la mayoría decidía quedarse, debido al privilegiado estatus del que gozaban.
Ser elegida como vestal era sin duda un gran honor, al que sólo podían aspirar las jóvenes de buena familia. Pero también conllevaba cumplir variadas obligaciones... y severos castigos si éstas eran rotas.
De esas obligaciones, y de las contrapartidas que obtenían estas sacerdotisas, hablaremos en la próxima ocasión.


Texto extraído del artículo:

Las vestales, guardianas del fuego sagrado de Roma, firmado por S. C.
Publicado en la revista Memoria: La Historia de cerca, nº XIII, Noviembre de 2008

2 comentarios:

Wuwei dijo...

Vaya, me has traído a la mente mis años de estudios de historia... Ni siquiera en el temario universitario se profundizaba demasiado en los aspectos religiosos del mundo antiguo. El imperio romano fue un crisol donde confluyeron todo tipo de cultos y creencias, de oriente y occidente. Se produjeron grandes trasvases de ideas, cultos y mitos que se pueden rastrear hasta hoy en día... Mitos egipcios en el trasfondo cristiano, imágenes griegas de buda sentado en posición de loto... Fue un momento muy interesante de la historia. Posiblemente la mayor parte se ha perdido o ha sido asimilado y cristianizado, perdiendo su intención original... y las prácticas iniciáticas, casi siempre las más importantes, perdidas en un oscuro pasado... Y, sin embargo, una cosa llama la atención: existe una corriente más o menos oculta, radical (en el sentido de ir directamente hacia la raíz), presente de distintas maneras en todas las culturas y tiempos. Presocráticos, neoplatónicos, místicos judíos, sufís, cristianos, etc muchas veces hablan de cosas semejantes e incluso emplean un lenguaje común. Hay como un hilo de enlace que supongo también se podrá rastrear en todos los cultos antiguos que no conozco... y no nos olvidemos de los cuentos, tesoros transmitidos de generación en generación desde el inicio de los tiempos, que han estado a salvo de las sospechas y de las persecuciones al creerse que su contenido era puramente infantil e "inocente", hablan siempre ese mismo lenguaje...
Me interesa profundamente esta quinta columna, presente a lo largo de la Historia, en todas sus manifestaciones.

Muy interesante, espero la próxima entrega.


:o)))

Sibila dijo...

Efectivamente, es como si hubiera una especie de "hilo conductor" que conecta a nivel profundo y básico a todas las concepciones espirituales del mundo.
Yo pienso que se debe a que todos compartimos unas características comunes que están más allá de las diferencias que son lo que resalta más a simple vista: todos somos fundamentalmente humanos, percibimos la realidad a través de los mismos sentidos y vivimos en interacción simbiótica, con el mundo que nos rodea.

En la raíz, todos somos iguales, y eso es lo que queda cuando despojamos a los cultos de sus adornos y discursos: somos humanos, estamos vivos, algún día estaremos muertos, y mientras tanto, dependemos de lo que nos rodea para seguir viviendo.
Todas las normas, todos los dogmas, nacen de ahí. Y por supuesto, también todos los mitos y los cuentos.