Hace mucho tiempo, cuando era casi una niña, leí un cuento sin saber que escondía una lección que me marcaría para siempre.
Ni siquiera era un gran cuento, aunque nadie puede negarle la originalidad. Lo escribió Charles Dickens, y forma parte de Holiday Romance, una serie de cuentecitos escritos desde el punto de vista de una pandilla de niños que deciden escribir cada uno una historia para pasar sus vacaciones. Debido a ese punto de partida, el cuento está lleno de anacronismos, que le dan una ternura especial.
Si alguien quiere leerlo entero, puede encontrarlo aquí (en inglés, no conozco más traducción al español que aquél libro olvidado donde yo lo leí por primera vez)
En resumen, la pequeña Alice Rainbird, de siete años, cuenta la historia de la princesa Alicia (en realidad se trata de una familia normal, con un padre oficinista al que no le llega la paga para alimentar a sus diecinueve hijos, pero la imaginación de la niña los convierte en reyes y príncipes). Un día, un hada se aparece a su padre y le explica cómo puede su hija llegar a poseer una raspa de pescado mágica, que le concederá un deseo, siempre que lo pida en el momento adecuado.
La princesa guarda la raspa de pescado, y cada vez que ocurre un problema en casa (la madre cae enferma, uno de los niños se corta una mano, el bebé se golpea contra la chimenea…) en lugar de usarla, sale del apuro por sus propios medios, aunque a veces eso requiera un gran esfuerzo y mucho tiempo. En cada ocasión, su padre le pregunta si ha perdido o se ha olvidado de la raspa de pescado mágica, ella le responde que no, y luego corre a su habitación a contarle a su muñeca el gran secreto de la raspa mágica.
Por último, una noche ve a su padre particularmente triste y éste le confiesa que no tienen dinero, a pesar de que ha estado trabajando duro y lo ha intentado por todos los medios. “¿Lo has intentado duramente, lo has intentado por todos los medios, has hecho todo lo que estaba en tu mano?”, le pregunta la princesa Alicia. “Sin duda”, responde él. Y entonces ella le desvela el secreto: “Cuando hemos hecho lo máximo posible, y eso no da resultado, entonces es el momento correcto para pedir ayuda a otros”. Sólo entonces, saca la princesa su raspa de pescado mágica, que acaba con todos sus problemas, porque pidió el deseo adecuado.
A lo largo de mi vida, he tenido muchos problemas, como todo el mundo. Y cada vez que surgen dificultades o me encuentro en apuros, viene a mi mente la raspa de pescado de la princesa Alicia. ¿He hecho todo lo posible?, me pregunto. ¿Lo he intentado duramente, lo he intentado por todos los medios? ¿Me he esforzado lo suficiente, hasta agotar mis posibilidades? Si la respuesta es “No”, busco otra manera, le dedico más tiempo y más entrega. Y sólo cuando realmente he hecho todo lo que estaba en mi mano, sólo entonces, recurro a otros medios y a otras vías.
Las más importantes enseñanzas, las que más nos marcan y nos aportan, aparecen donde menos las esperas.
lunes, 6 de agosto de 2007
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