La naturaleza tiene su propio ritmo. Cuesta aceptarlo, porque vivimos de espaldas a ella, cuando hace calor, ponemos el aire acondicionado y cuando hace frío, subimos la calefacción.
Pero si nos paramos a llenar de aire los pulmones en lugar de respirar superficial y mecánicamente, podemos notarlo en el mismo aire. No es lo mismo el aire del amanecer que el del mediodía, ni el aire de la primavera que el del otoño.
Estamos en pleno verano, y el sol hace bullir la sangre en las venas. ¿No lo notáis? ¿No sentís la fuerza del estío, el fuego solar, inflamando vuestros pensamientos, vuestras emociones? ¿No encontráis nada nuevo en vuestro interior?
Dejad por un momento a un lado la comodidad, la tranquilidad, y dejáos llevar. Tomad este tiempo para lo que es: para regodearse en todo lo bueno que tiene la vida, para dar gracias por la abundancia de la tierra que, pese a todo, sigue nutriéndonos, para disfrutar, para vivir y expresar todas esas cosas que en invierno permanecen aletargadas en nuestro interior.
Salid de casa y abrid los brazos al sol. Llenáos los pulmones con el aire ardiente del verano. Alzáos sobre la tierra y haced todo lo que deseasteis hacer pero nunca hicisteis por falta de voluntad. Inundáos de fuego, desbordadlo, prended el suelo a cada paso.
Ya llegará, a su tiempo, el momento de descansar.
lunes, 23 de julio de 2007
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