Ayudar a alguien no significa hacer las cosas en su lugar. Pedir ayuda no significa quitarte la responsabilidad de lo que haces y colgársela a otro.
En una búsqueda espiritual, que alguien te enseñe, te aconseje o te eche una mano, no es más que un pequeño paso dentro de un largo camino que tienes que recorrer por ti mismo.
Pero, en lugar de eso, no paro de ver gente que pide una ayuda milagrosa que solucione todos sus problemas, una varita mágica que haga aparecer cuanto desean, sin tener que esforzarse ni trabajar para ello.
Gente que quiere echar la culpa a otros, a la suerte, al mal de ojo, de todo lo malo que le pasa. Gente que se niega a reconocer que la única manera de mejorar su vida es ponerse a hacerlo. Gente que no pide que le ayuden, sino que hagan las cosas por ellos.
Y, por supuesto, siempre hay otras personas que se creen mejores que nadie, que presumen de ser “diferentes” y “especiales”, y para las que poder manejar la vida de otras personas es un reclamo. Y estas personas se erigirán en “magos” o “maestros”, y no perderán ocasión para apropiarse de la voluntad de quienes se ponen en sus manos, regodeándose en su admiración. Y en realidad, nunca prestan ningún tipo de ayuda.
A la gente que de verdad puede ayudar no hay que buscarla. Aparece, sin más, en el momento adecuado. Porque lo único que hacen es darnos un empujoncito para que nos ayudemos a nosotros mismos.
lunes, 30 de julio de 2007
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