No sabemos cómo rezaban los antiguos, no podemos penetrar en la intimidad de su vida religiosa, y por ello nos resultarán desconocidas determinadas profundidades del alma antigua. Si un feliz azar nos devolviese algún libro sagrado de finales del paganismo, las revelaciones que nos aportaría asombrarían al mundo. Veríamos desarrollarse bajo nuestros ojos estos misteriosos dramas, cuyos actos simbólicos conmemoraban la pasión de los dioses, podríamos compartir con los fieles sus sufrimientos, lamentarnos por su muerte y participar en las alegrías de su retorno a la vida. Se hallarían mezclados en estas vastas recopilaciones ritos arcaicos que perpetuaban oscuramente el recuerdo de creencias en desuso y fórmulas tradicionales, concebidas en una lengua envejecida y que apenas se comprendía, junto con las ingenuas oraciones imaginadas por la fe de los primeros tiempos, santificadas por la devoción de los pasados siglos y como ennoblecidas por todas las alegrías y las penas de las pasadas generaciones. Se podría leer a la vez estos himnos en los que la reflexión filosófica se traducía en suntuosas alegorías o se humillaba ante la omnipotencia de lo infinito, poemas de los que sólo determinadas efusiones de los estoicos, que celebraban el fuego creador y destructor, o se entregaban plenamente a la divina Fatalidad, pueden darnos hoy en día alguna idea.
Pero todo esto ha desaparecido y también hemos perdido la posibilidad de estudiar de acuerdo con los documentos auténticos el desarrollo interno de los cultos paganos.
Las religiones orientales y el paganismo romano, Franz Cummont
Nos llamamos a nosotros mismos paganos, porque eso es lo más parecido a lo que sentimos que somos. Nos llamamos a nosotros mismos paganos porque esa palabra conecta con algo profundo en nuestro interior. Nos llamamos a nosotros mismos paganos por contraposición a las religiones que hace siglos llamaron así a quienes no creían lo que ellos. Nos llamamos a nosotros mismos paganos por miles de razones, tantas como las personas que nos encuadramos bajo esa palabra, pero muchas veces no sabemos qué es lo que queremos decir realmente al darnos ese nombre.
Ser pagano es más que una palabra, es un camino... aunque sea una senda medio oculta en la maleza, donde es más sencillo perderse que avanzar.
Tenemos que aprender a asumir que del paganismo antiguo se ha olvidado más de lo que entre todos conseguimos recordar o reconstruir. Y tenemos que aprender a asumir que eso no nos hace menos paganos, sólo paganos actuales.
3 comentarios:
Neopaganos sienta mejor; parece atemporal. Paganos actuales es como definirnos ya, de golpe, como si fuésemos vistos por alguien supremo y todoqyowpdoso. Con lo que estaríamos ante un puñado de paganos que no creen en la religión imperante pero viven con la sensación de ser vistos en todo momento, pensamientos incluidos, por ese supremo y todoqyowpdoso ser.
Paranoias mías.
Es que hoy ha tocado alcoholizarse.
Quizás no se note demasiado.
Tal vez el gran ser no se haya dado ni cuenta... ups, me delaté.
Sí, debo ser pagano actual.
Juas, juas, juas, blablablá, equisdé y demás.
¡¡¡Un saludaco!!!
Pues a mí me parece al revés, fíjate. Neopagano me parece una palabra más definitoria, casi desgastada por el uso, hasta que ha perdido su significado de "nuevo pagano" para acabar confundiénsose con "pagano neoerista", y es una identificación que quiero evitar a toda costa, de ahí que no la haya usado esta vez.
Para cada cual, las palabras significan cosas distintas. :D
En todo caso, creo que no termino de entender tu reflexión sobre el gran ser todoloqueseaoso... al menos yo, no he conocido ningún pagano que viva con esa sensación... aunque sí algunos supuestos agnósticos e incluso ateos.
Un saludo. :D
Tampoco termino de ententer mi reflexión, no te creas.
¿Demasiado tiempo libre?
Pues sí. Va a ser eso.