Son muchas las personas que conozco que se esfuerzan en aportar cosas a los demás. Los motivos son muy variados, desde un interés general en hacer que la gente se sienta cómoda a un cariño particular por esas personas, el deseo de quedar bien, ser correspondido, o incluso, despertar el interés personal de alguien específico.
A veces, incluso, esos gestos llegan a convertirse en pequeñas incomodidades que sobrellevan con gusto, por hacer un favor, o echar una mano: horas sin dormir, planes cancelados, compañías no deseadas...
Y, con cierta frecuencia, no reciben más a cambio que un "gracias" de compromiso y la oportunidad de volverlo a hacer en un futuro.
En cambio, hay otras ocasiones en que lo que ofreces ni siquiera te cuesta esfuerzo, quizá ni te das cuenta de que lo das, pero para alguna persona es un regalo inestimable.
No siempre el valor de un gesto depende de lo que uno cree haber aportado, ni de lo que espera o deja de esperar a cambio. Quien da no sólo debe apreciar lo que entrega, sino también saber a quién lo entrega. A veces el valor de lo ofrecido depende más del receptor que de uno mismo.
miércoles, 16 de julio de 2008
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