Las manos son una parte importantísima de nuestro cuerpo a la hora de relacionarnos con el mundo. Palpamos, acariciamos, apretamos, gesticulamos y trabajamos con ellas. Pero no solemos prestarles atención. Cuando por algún motivo nos hacemos una herida en cualquier parte de una mano, de repente sentimos cada roce, y nos damos cuenta de que casi cualquier tarea requiere usar esa parte de nuestra piel, que incluso los gestos automáticos emplean muchas más zonas de la mano de lo que creíamos. Vamos a tratar de ser conscientes de nuestras propias manos.
Párate a mirar una de tus manos. Examina su dorso: la forma de tu mano, las arrugas, lunares o cicatrices, la misma textura de la piel. Mírala bien de cerca, observa los diminutos poros de tu piel. Mira las uñas, su color y su forma, las cutículas, el punto en el que la uña brota de la piel, cómo varía su curvatura desde esa base hasta la punta. Dobla los dedos, uno por uno, observa cómo los tendones se tensan bajo la piel, cómo las articulaciones trabajan.
Ahora da la vuelta a la mano y examina la palma. Mira bien cada línea, no sólo las más profundas y llamativas, sino también las diminutas y superficiales. Dobla la mano, muévela, y mira cómo las líneas se convierten en dobleces. Mírate la yema de los dedos, el patrón único de tus huellas digitales.
Mueve los dedos, haz gestos con ellos: estíralos, dóblalos, acércalos, aléjalos, crúzalos… cierra el puño y ábrelo, mira bien los movimientos de tu mano, apretada y abierta, cómo los nudillos y los tendones cambian de apariencia según estén tensos o relajados.
Cuando hayas observado cada centímetro de tu mano, tócala con la otra. Palpa cada rincón, primero con los ojos abiertos, y luego con los ojos cerrados. Apriétala, frótala, tira de los dedos, pellízcala incluso. Siente la dureza de los huesos, la flexibilidad de las articulaciones, la carnosidad de los abultamientos… Explórala por completo.
Luego repite el procedimiento con la otra mano, y, cuando hayas terminado, tómate un momento para pensar en las muchas ventajas que te reportan tus manos, lo útiles que son, su precisión, su fuerza y su belleza. Piensa en que poder usar las manos es parte de lo que hizo que se desarrollara la especie humana hasta ser como es hoy. Luego piensa en todas las cosas que se te ocurran que puedes hacer con ellas, haz una lista mental lo más larga que puedas de lo que puedes aportar al mundo a través de tus manos.
Por último, entrelaza los dedos y junta fuertemente las manos, apriétalas, siente la tensión, y luego suéltalas y agítalas para disiparla.
Repite el ejercicio cuantas veces quieras, pero que no se convierta en algo automático, sino siempre centrado en lo que haces y lo que sientes.
Solemos emplear las manos para realizar la gran mayoría de los gestos simbólicos. Tratar de ser plenamente conscientes de nuestras propias manos nos prepara para sentir y manejar la energía a través de ellas de manera más eficaz.
lunes, 28 de abril de 2008
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