A veces, hay algo de nosotros mismos que nos cuesta asumir. Porque no lo entendemos, porque no encaja con lo que creíamos ser, porque lo hemos descubierto en nuestro interior sin pretenderlo, surgiendo como reacción a un momento o acontecimiento concreto… Y nos sorprendemos de que algo así forme parte de nosotros.
No tiene por qué ser algo desagradable. Quizá tan sólo es diferente, o chocante. Quizá incluso hay mucha gente que lo considera totalmente normal. Pero para nosotros es algo desconocido, algo que no imaginábamos… y, de repente somos conscientes de que ese algo, tan extraño, tan ajeno, es parte de lo que somos.
¿Cómo lo afrontamos? A veces lo enarbolamos, desafiantes, llamando la atención sobre justamente eso, entre todo lo que nos define, acabando por perder de vista lo que era realmente, antes de convertirlo en un estandarte. A veces lo escondemos, avergonzados, tratando de olvidar que está ahí. Tratamos de fingir que no existe, que nunca ha existido. Nos convencemos de que es un hecho aislado, o guardamos la esperanza de que desaparezca como mismo llegó. Sólo que no lo hace. Porque realmente nunca vino. Siempre ha reposado ahí, agazapado en nuestro interior, formando un todo con el resto de nuestra personalidad. Que no lo viésemos antes no significa que no estuviese.
Tratar de ocultarlo es como fingir que eres rubia cuando eres morena. Puedes teñirte el pelo tan a menudo como sea posible, antes de que ni siquiera asomen las raíces. Puedes ocultar cualquier foto o documento que muestre que tu pelo es oscuro. Pero bajo esas mechas, sigues siendo morena. Aunque trates de convencerte de que siempre has sido rubia y el tinte no es más que para resaltarlo, no vas a cambiar el color real de tu pelo, y en cuanto te descuides volverá a aflorar. Puedes disimularlo, puedes rechazarlo, puedes mentir, y mentirte. Pero no puedes cambiar lo que realmente eres, lo que en el fondo te convierte en ti mismo.
A veces, queremos olvidar alguna parte de nosotros. Porque nos resulta incómodo, porque nos da problemas, porque quizá incluso nos asusta un poco. Pero un día surge de nuevo, y te mira a los ojos, y te ves como en un espejo. Y comprendes que eres lo que eres, nada más, y nada menos. Simplemente tú.
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