A veces parece que cuanto más tiempo y esfuerzo dedicas a preparar algo, cuanto más tratas de prestar atención a los detalles, más inconvenientes surgen.
Pueden no ser más que pequeños desajustes o retrasos, o puede que lo más urgente y relevante se estropee justo cuando ya no hay tiempo de repararlo. Puede que hayamos confiado en que otra persona hiciera una parte del trabajo sólo para descubrir (normalmente cuando el plazo se nos echa encima) que esa parte está sin hacer, o mal hecha. Puede que necesitemos una pieza que no está disponible, o que nos prometan una ayuda que nunca llega.
Puede ser, simplemente, que nadie es perfecto, y no está en nuestra mano que todos y cada uno de los engranajes que deben trabajar en conjunto para obtener el resultado que queremos funcionen de manera ideal.
No podemos controlarlo todo. Por eso, cuando a mitad del camino (o quizá incluso cuando ya vislumbramos la meta) tropezamos con esa piedra que no vimos, o que creíamos haber apartado, debemos ser conscientes de que los impedimentos son algo que simplemente ocurre. Y aunque nuestra primera reacción sea darle de patadas a la piedra y gritar de rabia, eso no nos hará estar un paso más cerca de nuestro objetivo.
Así que en lugar de maldecir los obstáculos, o de quedarnos paralizados por la frustración, debemos recordar que hay muchas cosas que escapan a nuestro control, levantarnos y seguir andando. Ser lo bastante flexibles para afrontar lo imprevisto, buscar nuevas formas de enfocar el problema, y ser siempre conscientes de que, por muy bien que planifiques las cosas, algo puede fallar.
Lo importante es no rendirse cuando eso pase, sino tener los ojos bien abiertos y la mente despierta para encontrar otro camino.
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