Hay momentos en la vida en los que las cosas parecen detenerse y no terminan de arrancar. Sabes, aunque no sepas cómo, que falta algo, un momento, una persona, un lugar, un gesto... que lo ponga todo en marcha. Sabes que estás en un compás de espera, pero no lo que estás esperando.
Es como pasar la vida mirando por la ventana, o esperando en el muelle a que arribe un barco cuyo nombre no conoces. Cualquier movimiento te llama la atención, persigues con la mirada la mas mínima novedad... y entonces pasa de largo, o se acerca hasta que puedes verlo bien y descubres que no es lo que buscabas. Y continúas oteando la distancia, esperando.
Es fácil impacientarse, desear que la espera termine de una vez y ocurra lo que tenga que ocurrir, lo que sea con tal de que sea algo distinto. Es fácil perder los nervios y dar palos de ciego, tratando de provocar un cambio.
Y a veces, eso es justo lo que necesitamos. Hacer algo, tomar las riendas, batallar, recorrer una tras otra todas las bifurcaciones del camino, volviendo atrás en cada callejón sin salida, hasta que encontremos una puerta que cruzar.
Pero a veces no hay salida, porque no es el momento oportuno, o encontramos la puerta pero no tenemos la llave. También hay que saber esperar, y aprovechar ese tiempo para aprender. Esperar sin dejar de buscar, sabiendo que, aunque en este preciso momento no haya salida, puede aparecer cuando menos lo esperes, en el lugar donde ya has mirado mil veces, o en aquel en el que nunca se te ocurrió buscar, oculta a tu espalda, o brillando justo frente a tus ojos.
A veces, sólo el tiempo puede enseñarnos la palabra, el lugar, la persona, que guiará nuestros pasos hasta el lugar preciso.
A veces, la propia paciencia es la llave.
lunes, 26 de mayo de 2008
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1 comentarios:
Como suelen decir: "La paciencia es la madre de la ciencia". Pero a veces cuesta mucho tener esa actitud.
Saludos,
Tanakil.