Incluso en los peores momentos, cuando las circunstancias nos bloquean, o cuando nuestros mejores esfuerzos acaban por mostrarse inútiles, cuando parece que todo a nuestro alrededor conspira para asfixiarnos y no dejarnos avanzar... incluso entonces, siguen habiendo y sucediendo cosas buenas.
Lo que ocurre es que nos suelen pasar desapercibidas mientras, enervados, tratamos de anticiparnos al próximo golpe, o nos replegamos en nosotros mismos, autocompadeciéndonos. Pero están ahí, aunque sean pequeñas cosas, y percatarse de su existencia puede ayudarnos a aminorar la carga, a hacer menos oscura la noche y recordarnos el amanecer. Si las ignoramos por comparación con todo lo malo que las rodea, nos quitaremos ese alivio a nosotros mismos, haciendo más desagradable, e incluso prolongando, la mala racha.
Verlo todo de color de rosa es una ingenuidad y un peligro, pero verlo todo negro es igual de pueril. Cada pequeño detalle tiene su propio color, y, aunque sea inevitable que unos se mezclen con otros en ocasiones, debemos aprender a apreciarlos por sí mismos, y no como reflejos de nuestro estado de ánimo o nuestras circunstancias.
No podemos dejar que el desaliento tiña nuestra percepción. Los momentos en los que peor parecen presentarse las cosas, son los momentos en que, justamente, debemos estar más atentos, y más abiertos a las pequeñas contrapartidas de la vida.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
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2 comentarios:
¿Sabes algún por qué?
Simplemente he tropezado con tu blog.......y he querido dejarte
palabras distintas...ya escritas hace tiempo...por ejemplo:
Durante dos o tres años, recibían instrucción, y si daban pruebas evidentes de conversión, haciendo frutos dignos de arrepentimiento, y apartándose radicalmente de las costumbres licenciosas de la vida pagana, eran admitidos al bautismo.
Pressensé, al tratar de la vida eclesiástica, religiosa y moral de los cristianos en los siglos segundo y tercero, dice:
"La celebración del bautismo era una de las ceremonias más imponentes de la antigua iglesia. Parece que era todavía muy simple en el primer tercio del segundo siglo, en tiempos de Justino Mártir. Se encuentran bien las formas esenciales del rito, en el cuadro que nos traza, pero están poco sujetas a reglas fijas y descartan toda influencia sacerdotal." "Los que —dice Justino— con plena persuasión han creído que los que les hemos enseñado es conforme a la verdad, y han declarado poder llevar una vida cristiana, son invitados a unir el ayuno a la oración para pedir a Dios el perdón de los pecados que han cometido, y nosotros también ayunamos y oramos con ellos. Los llevamos en seguida a un lugar donde encontramos agua y reciben la regeneración como la hemos recibido nosotros; porque somos sumergidos en el agua en nombre de Dios, Padre y Soberano de todas las cosas que existen, de Jesucristo nuestro Salvador, y del Espíritu Santo." El bautismo así comprendido no puede asimilarse a la regeneración misma; es cierto que no la produce de una manera mágica, y que esta identificación del signo y la cosa representada con expresiones tal vez imprudentes, no tiene ninguna importancia. El neófito ya está moral-mente renovado cuando se acerca al río en el cual será sumergido. Ha confesado su fe y se ha declarado capaz de entrar en la nueva vida, lo que implica que ya la posee. Justino Mártir nos lo muestra preparado por una instrucción preliminar para el gran acto que va a realizarse. Tocante al acto mismo, en su tiempo, no está sujeto a fechas fijas. La cosa importante es la condición moral de la fe suficiente. No se celebra tampoco en un lugar determinado. Como Lidia, la vendedora de púrpura convertida por San Pablo en Filipos, el neófito es sumergido en el arroyo vecino. En fin, el principal oficiante no es un sacerdote especial, que no existe, sino la iglesia misma, orando y ayunando con el catecúmeno. Ella tiene la conciencia de presidir enteramente su bautismo, aunque, muy ciertamente, sus ancianos y sus diáconos figuran en la ceremonia como sus representantes. Justino Mártir, que es un laico, habla en su nombre como en nombre de todos sus hermanos, cuando dice: "Conducimos a los catecúmenos a un lugar donde hay agua". Esta inmersión y la bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, parece que eran los únicos ritos del bautismo en esta época. Conserva todavía su carácter primitivo».
Bienvenido, La Palmera, pásate por aquí siempre que quieras.
Los ritos de los sacramentos cristianos son en su mayoría muy hermosos, y siempre ricamente simbólicos. En el Bautismo, como rito iniciático, se produce la purificación a través del agua y el renacimiento a través del espíritu. La comunidad cristiana de los primeros siglos era muy consciente de ello, es una lástima que se haya perdido gran parte de su sentido último con el tiempo, sobre todo al pasar a ser un rito de paso que celebra sobre todo el ingreso en la comunidad de los neonatos.
Siempre he pensado que debería separarse en dos ceremonias distintas: Primero una para la acogida en la Iglesia y celebrar el compromiso de los padres de educar a sus hijos dentro de la fe que siguen. Entonces se podría reservar el sacramento del Bautismo para cuando el propio creyente lo solicite, tras un tiempo de estudio y de manera individual. A la manera de la Confirmación actual, pero en serio. :P
Un saludo.