Una vez, hace años, estuve en el lugar adecuado en el momento preciso.
No estaba siendo un buen verano. De hecho, fue el peor verano que he pasado. Gran parte de lo que había construido con mi vida se estaba derrumbando, y trataba de curar mis heridas en sitios que me eran totalmente indiferentes, haciendo cosas muy poco propias de mí con gente que no me aportaba nada.
Estaba desorientada, cansada y llena de frustración. Había seguido mis instintos y me habían llevado a un callejón sin salida, me había permitido soñar y esos sueños se habían roto en mil pedazos.
Así que me limitaba a estar allí, vegetando. Dolida, apática, aletargada, fui testigo de algunas cosas a las que ni siquiera presté atención hasta que escuché un nombre que me era familiar y comprendí que estaba asistiendo a una traición hacia una persona a la que conocía y apreciaba desde mi primera infancia, pero a la que no había visto en varios años. Y cuando volví a verla entonces, en ese lugar, en ese momento, no pude callar.
Le causé un gran dolor, pero supo comprenderlo. Llevaba años enredada entre la verdad y la mentira, tomando lo cierto por falso y lo ilusorio por real. Mi presencia rompió la telaraña, simplemente porque me conocía lo suficiente para saber que nunca le mentiría. Le causé dolor e hice lo posible por paliarlo. Y, mientras lo intentaba, encontré cosas en mi interior que creía olvidadas, y mi propio dolor se fue mitigando. Descubrí que tenía fuerza suficiente para superar aquél momento, y esperanza suficiente para volver a construir, y esta vez sobre mejores cimientos.
“Piensa que la arena es tu corazón”, me dijo mientras paseábamos por la playa, poniendo voz a mis propios pensamientos. “Algunas cosas dejan huellas superficiales, otras, marcas muy profundas. Pero tarde o temprano, el mar las borra”.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces. Muchas huellas en la arena desaparecieron por el batir constante de la marea. Pero lo que aprendí esos días no lo he olvidado, y nunca he vuelto a dejarme vencer por el desánimo o por el dolor.
Porque estuve en el lugar apropiado, en el momento justo, para empezar a creer en el destino.
lunes, 14 de diciembre de 2009
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2 comentarios:
Tus palabras siguen siendo un dulce bálsamo para el espíritu fatigado por el ir y venir de las mareas.
Un beso y un abrazo, querida amiga.
Gracias... a veces las palabras son lo único que puedes aportar, me alegro, pues, de que sirvan a alguien.
Un abrazo.