Se acumulan muy despacio, y van haciéndose más grandes y más oscuras. Chocan unas contra otras y producen truenos lejanos y leves centellas, pequeños indicios de que algo enorme se avecina.
Y siguen creciendo y creciendo, y el aire se preña de tensión hasta el punto en que cuesta respirarlo.
Y entonces cae el primer rayo, golpeando el punto más alto: el árbol más crecido, la bandera en la torre, la veleta del campanario...
Y a ese rayo lo siguen otro, y otro más, aseteando la tierra, y el ruido de los truenos no te deja pensar.
Y empieza a llover, a llover, a llover, de forma que parece que nunca va a parar, y se desbordan los ríos, y se resquebrajan los diques, y se inundan las calles, y el agua arrastra todo lo que encuentra a su paso.
Y cuando pasa la tormenta, alumbra el sol, el agua se evapora lentamente. El aire parece más limpio, los colores más vivos.
Y sobre el barro que se va secando, germinan, alargándose hacia la luz, las primeras hojas de plantas nuevas...
lunes, 7 de septiembre de 2009
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3 comentarios:
;) Bonito
sencillo y muy bien escrito, te felicito.
Gracias a ambos por comentar. Me alegro que os gustase. Pasáos por aquí siempre que queráis. :)
Un saludo,
Sibila.