Mientras más aprendo, más me asombro. Mientras más sé, más me queda por saber. Son tantos los interrogantes que plantea una sola mirada al cielo… Hay tanto misterio envuelto en una gota de agua…
El mundo gira, en un equilibrio casi perfecto, sustentado por miles de millones de caóticos procesos ocurriendo al mismo tiempo, más como un número de malabares con infinitas pelotas que como una máquina perjectamente ajustada. Y, sin embargo, todo encaja. Todo ocupa su lugar, con una precisión milimétrica, para que los grandes cambios se produzcan gradualmente, tanto que ni nos damos cuenta. Y, sin embargo, a pequeña escala, el cambio es lo único incesante.
Ni siquiera sabemos exactamente qué hay bajo nuestros pies, bajo la corteza terrestre, o en la profundidad de gran parte de los océanos. Ni sabemos qué ocurre exactamente en el interior de nuestro cerebro, qué es lo que convierte un intercambio químico en una sensación, o una sinapsis aleatoria en un pensamiento. Sabemos, sí, por qué brillan las estrellas, pero no sabemos cuántas estrellas hay, ni cuántas de aquellas cuyo brillo vemos cada noche han cambiado o desaparecido ya, mientras percibimos la luz que emitieron hace mil o un millón de años.
Miro a mi alrededor y me asombro, de que la densidad del agua helada sea menor que la del agua líquida, haciendo flotar el hielo sobre los mares. De que la fuerza de la gravedad, tan poderosa que mantiene a los planetas en sus órbitas, sea a la vez tan débil que se la puede vencer momentáneamente tan sólo de un salto. De que las plantas transformen las sales de la tierra, la luz del sol, el aire y el agua en verde vida. De que huesos, músculos y tendones colaboren con tanta exactitud, formando y dando movimiento a mis dedos, y mi sistema nervioso haga que lleguen hasta ellos los impulsos de mi cerebro, permitiéndome escribir estas líneas. De que, alguien, en algún lugar del mundo, pudiese un día tener una idea tan nueva y fascinante como la de plasmar sobre la pared de una cueva la imagen de un bisonte, y de que desde ahí se llegase a Las Meninas, El Pensador, o la cúpula de Santa Maria dei Fiori.
Miro a mi alrededor y no paro de hacerme preguntas. Algunas de ellas han recibido respuesta a través de las cosas que he ido aprendiendo. Otras quizá la reciban algún día. Muchas de ellas, sin embargo, seguirán siempre siendo incógnitas para mí. Pero, en realidad, eso no me importa. Mi fe en las leyes de la naturaleza no se basa en las respuestas, sino en las propias preguntas.
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2 comentarios:
Aún quedan muchos misterios por descubrir...
Saludos,
Tanakil.
Muchas gracias Sibila, pese a que Mediaeval Babes no me molen, ahi estas. Agradezco que visitaras mi espacio y yo voy a ir ivsitando el tuyo, espero que hagas lo msimo! Somos pocos, si...