Hay muchos lugares, objetos y personas que vemos todos los días. Recorremos las mismas calles, utilizamos los mismos objetos, nos cruzamos con las mismas personas, vecinas, desconocidas, o ambas cosas, cuyos horarios coinciden con los nuestros. Y pasamos de largo casi sin verlos, acaban por volverse invisibles, de tan familiares.
Dejamos de prestarles atención a las cosas conocidas, entendidas, etiquetadas. Ya son rutinarias, corrientes, triviales. Buscamos otras cosas, cosas que nos sorprendan, que nos llamen la atención, que nos hagan sentir la emoción del descubrimiento.
Y sin embargo esa emoción puede encontrarse también en las pequeñas cosas cotidianas. Sólo tenemos que cambiar la perspectiva, mirarlas de nuevo como si fuera la primera vez.
Levantar la vista para ver las ventanas, los balcones, y los tejados, las macetas de flores y las copas de los árboles cuyos troncos nos bloquean el camino al pasar deprisa por la acera.
Tratar de hacer las cosas de siempre con distintas herramientas, o sin ellas, para aprender a apreciar el trabajo que nos ahorran. Observar la forma del más vulgar de los objetos, sabiendo que es el producto final de un proceso de diseño que, en algunos casos, ha llevado cientos de años perfeccionar.
Mirar a la gente de verdad, conscientemente: sus caras, sus manos, su forma de caminar o de moverse. Preguntarte, por una vez, quiénes son, cómo son sus vidas, qué pasará por sus pensamientos.
Las más curiosas enseñanzas de la vida no están sólo en las cosas llamativas... también aparecen en las más simples, las que hemos olvidado cómo mirar.
Quizá haya algo maravilloso que ver en el reflejo del sol en los cristales de una fachada, en la forma y el filo de unas tijeras, en la media sonrisa de nuestro compañero de vagón de metro... Quizá haya algo maravilloso que ver ahora mismo, justo ante tus ojos. Si sabes mirar.
lunes, 4 de agosto de 2008
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4 comentarios:
Suele decirse "dios está en los detalles". No sé si dios, pero desde luego, a menudo la poesía.
Describía una bióloga marina que había trabajado en la Antártida su sorpresa ante la nula atención que sus colegas científicos prestaban al tronar propio del deshielo. En determinado momento -según dijo-, ella no pudo evitar encogerse asustada ante el sísmico rugido al que los otros no prestaban ya atención. Miró al cielo buscando rayos, porque confundió el sonido con un cercanísimo trueno. No se trataba sino del sonido de los vastos bloques de hielo al quebrarse.
En las muchas semanas que pasó investigando estoy seguro que ella también dejó de oír, por cotidiano, el relámpago en los hielos.
Verdaderamente debemos desempolvar nuestro extrañamiento, es necesario un esfuerzo de sensitividad para no apartar esa conexión etérea, casi mágica, entre el fuego en las alturas y el hielo a ras de mar, entre la eternidad y el instante.
By Jacinto Deleble Garea
Gracias por compartir una historia tan maravillosa. :D
Es una pena que nos acostumbremos tan pronto a lo cotidiano, pero a veces algo nos hace mirar las cosas de otra manera y comprobamos que la maravilla puede estar justo ahí.
Un saludo.
Definitivamente hay algo maravilloso que ver en cada instante de nuestra vida. Leía el otro día en un libro de Charlotte Joko Beck que si la practica espiritual no conduce a sentir cada vez más asombro ante cada pequeña cosa de la vida, es que no se va por buen camino. Estoy totalmente de acuerdo.
Aquí, aquí: tu respiración, el sonido de las teclas, la sensación del aire en la piel... Para aquel que tiene el ojo del alma abierto en cada experiencia hay algo asombroso, milagroso.
Me he sentido muy identificado con esta entrada, de verdad que sí. Muchas gracias. Tienes una mente preciosa.
Saludos.
Tienes razón. Cada experiencia, por insignificante que parezca, tiene la potencialidad de cambiar nuestra vida. No es lo que vivimos, sino cómo lo vivimos.
Y... gracias... es una de las cosas más bonitas que me han dicho nunca. Yo siempre había pensado que simplemente tengo una mente "rara". Me sonrojas, en serio. ^^