miércoles, 16 de mayo de 2012
[Yo y mis circunstancias] El aprendizaje inesperado
El conocimiento tiene una naturaleza fractal. En los límites de lo que sabes, en el interior de lo que crees conocer, hay pequeños huecos que, de cerca, resultan ser gigantescos océanos de ignorancia, donde caben universos enteros.
La más inocente de las preguntas, la más pequeña de las dudas, puede abrirte la puerta a un inmenso abismo inabarcable, al que sólo puedes acercarte de pasito en pasito, siguiendo un fino hilo que se agita entre tus dedos como si estuviera vivo, y te transporta de un tema al otro, del pasado al presente, de una a punta a otra del planeta y a saltos por ignotos puntos de la galaxia.
Aprender no es una cuestión de sentarte en un aula, un salón, o a los pies de un gurú, a que te marquen un temario y unos ejercicios, y te evalúen después. Puedes pasarte la vida estudiando sin que nada de lo que ves o te cuentan cale realmente en tu interior.
Y sin embargo, cuando sigues tu propio camino, y renuncias a pisar en las huellas de otros, o lo haces durante un tramo pero desviándote hacia otro sendero cuando encuentras un nuevo rastro, aunque sean unos pies desnudos o unas pezuñas hendidas... lo que encuentras te marca de verdad, pasa a formar parte de tí, quizá porque lo has encontrado cuando debías toparte con ello, porque tu camino tenía que llevarte hasta ahí, necesariamente, o quizá porque al estar respondiendo a una pregunta que es tuya y sólo tuya, una pregunta que surge de otra, y que te llevará hacia otra más, se convierte en la pieza de un puzle cuyo sentido es mayor y va más allá del dato anecdótico. Y la imagen que forme ese puzle, con el tiempo, resultará a su vez ser parte de una imagen aún mayor, y la suma de todas ellas, de todo tu conocimiento aprendido y vivido (quizá aprendido justamente a través de haberlo vivido, respirado, trabajado, acariciado, incluso sangrado...), será tu memoria, y parte de tu identidad.
En este último año, he aprendido muchas cosas. La mayoría de ellas, como de costumbre, donde y cuando no lo esperaba. Y, como consecuencia, he cambiado. Sigo andando mi propio camino, y sigue siendo ese camino agreste y empinado que tan duro resulta de recorrer y tantas satisfacciones y buenas compañías me ha brindado. Pero mi forma de expresarlo, de vivirlo, ya no es la misma. Y tampoco quiero que lo sea, porque la vida es movimiento, y cambio, y los únicos que no cambian son los muertos.
Esta semana se han cumplido cinco años desde aquel primer paso que di al crear este rincón en internet para tratar de compartir mi perspectiva y mi particular experiencia sobre mi espiritualidad pagana. No me corresponde a mí saber qué pueden haber aportado mis palabras a otras personas, pero sí sé que a mí me ha servido de mucho escribirlas, y me ha permitido crecer y aprender a muchos niveles. Y también me ha abierto nuevas puertas, algunas de las cuales ni siquiera imaginaba que estuviesen ahí, mucho menos que su llave estuviese en mi mano. Ha sido una hermosa etapa, y ha coincidido con algunos de los momentos más bonitos de mi vida, pero también con algunos de los más duros. Y como todas las etapas, ha llegado el momento de que se acabe para dar paso a cosas nuevas.
Eso no quiere decir que haya perdido las ganas de escribir, o que me haya desilusionado. No abandonaré en un futuro, porque mi sendero sigue adelante desde esta puerta. Sé que he dejado cosas pendientes, por falta de tiempo o de inspiración, y ésas son otras historias que serán contadas en otra ocasión. Aún tengo mucho que decir, mucho que contar, mucho que compartir. Sólo que no será aquí. Este espacio queda cerrado desde ahora, aunque no desaparecerá. Cuando tenga algo que contar (y creedme que hay varias cosas esperando su momento), podréis encontrarme en Ouróboros y en el Ouróboros ABC, y algún día, cuando esta nueva etapa también finalice, como todo debe finalizar, empezaré a construirme otro rincón desde el que dejar oir mi voz, para quien quiera escucharla, y daré entonces las correspondientes señas..
Gracias a todos los que habéis estado ahí, y a los que lleguen aquí en el futuro. Nada desaparece y todo se transforma, y quién sabe en qué otros caminos coincidirán nuestras huellas.
A partir de aquí, como diría uno de los grandes maestros que la vida me ha dado... Fortuna caetera mando, encomiendo el resto a la Fortuna.
miércoles, 29 de febrero de 2012
Caminando por el arcén
Luego me di cuenta de que si esa comparación era aplicable, no sólo al cine y a la espiritualidad, sino también a muchas otras cosas, es porque la actitud a la que se refería es un fenómeno común en la sociedad actual, esa especie de necesidad que tienen muchos de desmarcarse, de considerarse a sí mismos diferentes, separados de la masa o el rebaño, entidades amorfas que, por supuesto, son todos menos uno mismo, o menos uno mismo y la gente a la que otorgamos unilateralmente, y como por cortesía, la consideración de ponerles a nuestro mismo nivel.
¿Nunca habéis visto una de ésas películas cuya campaña se basa básicamente en pretender ser alternativas, rompedoras, o impactantes... y que luego resulta que se hacen tremendamente famosas y quienes las defendían empiezan a tacharlas de "comerciales"? ¿Nunca habéis oído a alguien hablar de una película o un grupo musical remarcando, antes de nombrar su calidad o lo que le gusta de ellos, que se trata de algo poco conocido, como si eso fuese un punto (y grande) a su favor?
Ocurre cada vez más, en todos los ámbitos, a todos los niveles. Junto a los que realmente apoyan, hacen o creen algo porque han llegado ahí, paso a paso, por sus propios medios, siguiendo vagas señales, cribando, reflexionando, convenciéndose racional y emocionalmente y siendo consecuentes con su decisión pese a las pegas que pueda traer consigo, hay otros muchos que simplemente creen que ser distinto equivale a molar más.
Veganos y crudívoros, votantes de partidos minoritarios, góticos y emos, fans de lo "natural" y lo "alternativo", frikis y geeks, budistas y paganos... los diletantes se distinguen fácilmente: son los que llaman constantemente la atención sobre sus ideas y sus actos, los que tratan de convencer a los demás de las bondades de su forma de vida e incluso convertirles, a veces llegando a acusar a quien no hace lo que ellos, de parte de (o todos) los males del mundo. Porque su postura, sus acciones, no tienen valor intrínseco, se definen de forma relativa por mero contraste con los de la mayoría.
Se trata, una vez más, de la clásica dicotomía del ser contra el aparentar. ¿Por qué, si no, fingimos que nuestro camino es diferente, cuando es el mismo? Caminamos por el arcén o por la tierra apisonada al borde de la autopista, mirando por encima del hombro a los "pobres borregos" que la recorren en sus coches, cuando, puestos a llegar al mismo sitio, al menos ellos llegarán antes, y se darán cuenta, mucho antes que nosotros, de que no valía la pena cuando ése sea el caso. Aprenderán la lección que les toca, mientras nosotros nos creemos muy alternativos por ir a pie, avanzando lentamente, sin llegar nunca a donde se supone que queríamos ir, porque lo que nos motiva es el mero hecho de alardear de estar yendo por un camino diferente al de los demás.
Avanzamos en zig-zag, para sentir que no estamos dirigiéndonos al mismo sitio que el resto, pero nuestra trayectoria, en conjunto, es exactamente la misma que la de la gran mayoría de la gente, sólo que queremos creernos que no. Asumámoslo, por ir picoteando aquí y allá, no estamos probando algo diferente. Sólo estamos, si acaso, coqueteando con lo exótico, probando platos nuevos sin más razón que su mera novedad, para luego dejarlos o desvirtuar su significado al encajarlos a patadas en una filosofía, un ritmo de vida y una cultura que los vacía de todo significado y los deja en mera forma.
Al hacer eso, nos estamos engañando, creyéndonos mejores, superiores, a los que por lo menos son lo suficientemente honestos para reconocer que no necesitan nada más que lo que conocen y que aquello que les han enseñado o han visto desde siempre es lo bastante bueno para llenar su vida y hacerles felices. Ni siquiera se trata de ir para volver, alejarnos de lo que hemos tenido siempre frente a nuestras narices para poder dotarlo de una nueva perspectiva y aprender a apreciarlo. No queremos dar valor a lo que ya tenemos y conocemos, al contrario, queremos despojarlo de él. Nos alejamos para juzgar con acritud, para hacer burla y para sentirnos superiores, porque queremos creer que despreciar algo nos coloca automáticamente por encima de ese algo. No hay interés, no hay aprendizaje, no hay perspectiva, no hay riesgo, no hay valentía. Sólo una pose, una excusa para reafirmarnos. Soy distinto, ergo soy mejor. Pobrecillos los demás, miembros de la masa indiferenciada, que no conocen ni comprenden lo que me hace especial.
Como dije, el "ser diferente" no puede tener valor propio, ya que se define en relación con otro conjunto, en lugar de por sí mismo. Así que si pretendemos asignarle un valor, debemos juzgar a los demás, para destacar sobre ellos. Y eso nos convierte en dogmáticos, engreídos, intransigentes etiquetadores, que se creen con derecho a marcar una escala y asignar lugares en ella. Cuando lo que deberíamos estar haciendo no es medir, sino avanzar, y disfrutar de la senda y todo lo que nos ofrece, y centrarnos en superar los obstáculos, cosa para la que, dicho sea de paso, nunca viene mal un poco de ayuda. La diferenciación con respecto a los demás no es una cualidad en sí misma, y desde luego, no es lo que deberíamos centrarnos en buscar. A veces ocurre que se deriva del camino que nos toca seguir, pero siempre debería ser un efecto secundario, y no un objetivo, sino algo colateral. Todos los seres humanos somos absolutamente distintos para cierto valor de identidad, igual que somos absolutamente idénticos para otro cierto valor. Lo importante es buscar nuestro propio camino, el que debemos recorrer cada uno, a nuestro ritmo, con todas sus curvas, sus baches y sus encrucijadas. Tal vez resulte que otras personas, incluso muchas, comparten un tramo con nosotros, que avanzamos en la misma dirección y el mismo sentido durante un tiempo, a lo mejor hasta un largo tiempo. Y eso debería ser motivo de alegría, no de mofa ni de desprecio.
No debería importarnos cómo de transitado es nuestro sendero, sólo que es el nuestro. Y quienes nos acompañen, por numerosos que sean los que caminen a nuestro lado, deberían ser, siempre, bienvenidos.
miércoles, 22 de junio de 2011
De eclipses y coincidencias
Las sombras del ocaso siempre apuntan a la luna llena, porque en eso consiste el plenilunio, en que nuestro satélite está en el lado opuesto al sol con respecto a la Tierra... lo cual es el mismo motivo por el que los eclipses de luna se producen siempre en esa fase.
No es menos maravilloso ni menos mágico porque sepamos lo que ocurre... al contrario, nos permite captar la interrelación, como un magnífico engranaje, que está presente en todo lo que nos rodea, el sutil proceso del que formamos parte, Sol, Luna, Tierra, y nosotros, espectadores privilegiados que asistimos al glorioso espectáculo que la naturaleza nos brinda, seres conscientes, a caballo entre lo material y lo espiritual, que podemos, por ello mismo, percibir y apreciar a la vez su lógica y su poesía.
Formamos parte de este asombroso baile sideral, y somos afortunados de poder comprenderlo y también sentirlo. De poder calcular con precisión milimétrica el movimientos de los astros, y mirar luego al cielo, a esa luna rojiza, y sentir en nuestro interior la música de las esferas.
Imágenes realizadas a partir de fotos tomadas la noche del 15 de Junio en Izaña
miércoles, 18 de mayo de 2011
La sombra del umbral
Podemos fingir que no están ahí, pasar el cerrojo, amontonar delante todos los trastos que se nos ocurran, incluso tapiarlas. Pero ahí estará, por más que queramos convencernos de que sólo existe una pared, la conciencia de que hay un paso, un camino, una salida o una entrada. Nos hemos asomado al otro lado, y lo que hemos atisbado nos puede haber maravillado, sorprendido o dado miedo, pero sabemos que es real y que está ahí.
Una vez ese conocimiento se instala en nosotros, no podemos negarlo, sólo ocultárnoslo, racionalizarlo o mentirnos. A lo peor, erigirnos en guardianes de algo que no nos pertenece, tratar de alejar a otros, cuando los vemos demasiado dispuestos, del lugar al que nosotros no queremos o no nos atrevemos a llegar.
Ni siquiera tenemos que atravesar la puerta, si tanto respeto nos impone. Hace falta un tipo especial de valor para decidir plantarse. Pero también hay que ser lo bastante lúcido para reconocer que es nuestra decisión, que la puerta está ahí, abierta. O la sombra del umbral acabará condicionando nuestras vidas más de lo que nunca podría haberlo hecho el umbral mismo.
miércoles, 22 de septiembre de 2010
La trampa de la bondad (II): El altruísmo egoísta
Dicen los teóricos de psicología social que todo altruismo es en el fondo egoísta, puesto que, sin nuestras acciones no nos hicieran sentirnos bien, no las llevaríamos a cabo, y que siempre que realizamos una acción recibimos una recompensa que condiciona su repetición en el futuro, no importa si dicha recompensa es algo material, o si se trata simplemente de la agradable sensación de sentirse benevolente y pensar en uno mismo como una buena persona.
Sin llegar tan lejos, es evidente que hay ocasiones en que preocuparse por los otros no es más que una forma diferente de complacernos a nosotros mismos, de sentirse superior por actuar de forma correcta o por ayudar a los demás. Olvidando que el objetivo de nuestra acción es el bienestar del otro, y juzgando su valor por la satisfacción que nos hace sentir a nosotros, en lugar de por lo que hemos podido aportar. El egoísmo que hay tras estas actitudes suele pasar desapercibido, sobre todo cuando se escuda en valores considerados universalmente "buenos", como la protección del indefenso o la renuncia personal, y es tanto más hipócrita en tanto se acaba utilizando al otro como objeto, como mero receptor, dejando de ser una persona para convertirse en espejo de nuestra virtud.
Y cuando pasamos por alto la identidad del otro, corremos el riesgo de empezar a pensar en los demás en términos de nuestros propios valores, y las palabras "por su propio bien", con todo lo que conllevan, ya no están lejos de nuestro horizonte mental.
Sentir compasión, compartir, ayudar, preocuparse por los demás, no tiene valor en sí mismo. Es la otra persona la que le dará significado, la que hará que valga la pena. Es en lo que se recibe en lo que debemos pensar, y no en lo que damos.
*Otras cualidades que también han llegado a esta identificación son, por ejemplo, la mansedumbre, la paciencia, el esfuerzo o la humildad. Es fácil ver que casi siempre se trata del mismo tipo de extremos.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
La trampa de la bondad (I): Lo que no sabemos
Mucha gente, incluso trata activamente de "Hacer el Bien", normalmente tomando como meta cosas como no ser egoísta, preocuparse por los demás y apoyar las causas más elevadas y justas... sin plantearse que el Bien, con mayúscula, no existe, y que muchas veces los mejores principios, los actos más desinteresados y compasivos, los que parecen más buenos, pueden ser tremendamente erróneos vistos desde una perspectiva diferente.
Incluso cuando no nos engañamos a nosotros mismos, disfrazando de buenas cosas que no lo son, interpretando la realidad de manera que podamos sentir que estamos en lo correcto, o utilizando medios dudosos "por un bien superior" (qué palabras tan terroríficas), incluso cuando realmente nuestras acciones son benignas y generosas, sus consecuencias pueden no serlo.
No sólo se trata de si ayudamos a quien no desea ser ayudado, o si nuestros valores morales son certeros en lo que definen como bueno (recordemos que matar o morir en nombre de un Dios ha sido durante siglos el epítome de la bondad), sino, sobre todo, de la imposibilidad de saber, antes de actuar, si nuestro honesto acto de bondad resultará realmente en un bien, y en qué clase de bien, y para quién. Se trata de que no podemos reducir la realidad a parámetros tan simples, etiquetando las cosas como buenas o malas a priori y decidir a partir de esa etiqueta lo que debemos hacer y lo que no, sin tener en cuenta la existencia de muchos otros factores. No podemos simplemente atarnos a ideologías (religiosas, políticas, ecologistas...), dejando que sean éstas las que nos den la definición general del Bien y el Mal, una sencilla y cómoda, que sirva para todos los casos y nos permita sentirnos henchidamente satisfechos de nuestra propia bondad.
Porque hay mucho que no sabemos, muchas circunstancias, muchos puntos de vista del mismo acontecimiento. Rescatar a la gacela herida puede parecernos estupendo, pero, desde luego, no le parecerá lo mismo al león hambriento. Quizá el hombre al que ayudamos a entrar en el portal del que "ha perdido la llave" sea un simple ladrón. Quizá el perrito tan mono que sacamos de la calle tenga una enfermedad que se contagie a todos los otros perros del refugio de animales. Quizá el leve dolor de la ampolla que le evitamos con fuertes medicamentos al niño que se ha quemado un dedo haga que vuelva a jugar con fuego y sufra quemaduras peores. O quizá no. Cada vez que actuamos nos estamos arriesgando a equivocarnos, y como no podemos quedarnos sentados sin hacer nada, lo mínimo que podemos hacer es reflexionar sobre las circunstancias concretas y sus ramificaciones. "Ser bueno" no es una cuestión de tener un rutilante faro ético que nos guíe en la dirección correcta, sino de buscar la mejor forma de actuar posible, en cada caso concreto y cada vez.
La bondad por la bondad no puede ser la única guía de nuestras acciones. No nos creamos tan moralmente superiores por ser buenos, porque nunca sabremos si los frutos de nuestras benignas obras no serán peores que los de nuestra inacción. Preocupémonos por hacer el bien, sí, pero siempre mirando a quién, cuándo, y cómo.
lunes, 5 de julio de 2010
La letra de la ley
Las creencias y rituales religiosos también muestran relaciones adaptativas en forma de tabúes. A menudo los tabúes adoptan la forma de mandatos sagrados que resuelven las ambigüedades y controlan la tentación de involucrarse en conductas como el incesto, que tienen beneficios a corto plazo pero que, a la larga, son socialmente perturbadoras. Con este enfoque se pueden examinar muchos tabúes sobre animales cuya explotación provoca consecuencias ecológicas y económicas ambiguas. Por ejemplo, el tabú del cerdo entre los antiguos israelitas se puede comprender como una adaptación al cambio de los costos y beneficios de la cria de cerdos, provocado por el crecimiento demográfico, la deforestación y la desertización. Una relación análoga entre costos y beneficios a corto y a largo plazo, puede también explicar la pauta de uso y no uso de ciertos animales y tabúes asociados a diversas intensidades de lo sagrado que cabe observar en aldeas de diferentes tamaños de la selva tropical amazónica. Un ejemplo final de la forma en que tabúes y religiones enteras se adaptan a contextos políticos, económicos y ecológicos cambiantes es la vaca sagrada en la India.
Marvin Harris, Antropología CulturalCap. 12: La religión
Las reglas y normas evolucionan. Los preceptos que se crearon para una población específica en un contexto específico, no siempre tienen el mismo sentido tras la colonización de nuevas tierras, la mezcla racial y cultural que se produce con el contacto con otros pueblos, o el simple paso del tiempo.
Pero las leyes no siguen esta evolución de manera natural. Mientras más explícita es una norma, mientras más estricta sea la obligación de su cumplimiento o más duros los castigos por su incumplimiento, más difícil será que sufra cambios, y éstos serán más lentos. Cuánto menos se recuerde de los motivos que llevaron a hacer las cosas de determinada manera, menos dispuesta estará una comunidad a cambiarlos. Y, por supuesto, siempre hay grupos interesados en que las cosas sigan como están... sobre todo cuando esas leyes les otorgan privilegios.
El caso de los tabúes y las normas morales basados en la fe es especialmente resistente al cambio, porque, aunque inicialmente respondieran a alguna necesidad, su aceptación y persistencia se basan en la aseveración de que son cosas que agradan o desagradan a Dios, los Espíritus, los Ancestros, o cualquier otra entidad reverenciada. Y se explican por el más simple de los razonamientos circulares. No debemos hacer tal cosa porque es algo malo. ¿Y por qué es algo malo? Porque a los Dioses no les gusta ¿Y por qué a los Dioses no les gusta? Porque es malo. O a la inversa, debemos seguir las normas porque los Dioses nos favorecerán si lo hacemos. Y al que le pasa algo malo... bien, los Dioses no lo habrán encontrado digno de sus favores. Algo habrá hecho (o habrá dejado de hacer), cuando ha sido castigado.
Aún peor es cuando estas leyes y tabúes, frutos de su contexto, son extendidas más allá de las situaciones específicas que pretendían regular, para ser usadas como justificación de comportamientos que aquellos que pusieron por escrito una norma ancestral que quizá ni siquiera ellos comprendían ya del todo, jamás soñaron que pudieran existir. En estas condiciones, seguir las leyes al pie de la letra, sin saber cuál es el motivo por el que fueron promulgadas, puede llevarnos a tomar decisiones o realizar acciones que están en contra del espíritu profundo de esa misma ley.
Los pueblos paganos de la antigüedad acataban muchas reglas y tradiciones que nosotros, desde nuestra perspectiva, aún debemos esforzarnos por entender, y muchas de ellas sin duda no tendrán cabida en el mundo moderno. Estudiarlas antes de adoptarlas ciegamente, aprender a distinguir las que sí son válidas para nuesta vida actual, es la mejor forma que tenemos de mantener su espiritualidad presente entre nosotros.
lunes, 28 de junio de 2010
El espíritu de la ley
No surgen porque sí, sino que, por lo general, tienen un sentido, responden a una necesidad de regular determinados comportamientos que es necesario mantener, o de castigar otros que son disruptivos o problemáticos. La mayor parte de las normas que rigen una comunidad tratan de responder a las necesidades de sus miembros, facilitar la convivencia y las relaciones entre ellos, minimizar las disputas y, en caso de que se den, resolverlas de forma justa. No importa si es un patio de vecinos, una clase de parvulitos, una pandilla de amigos, un equipo deportivo, una comunidad religiosa, una asamblea de concejales o el conjunto entero de habitantes de un país, cualquier grupo de seres humanos necesita guiarse por una serie de reglas, implícitas o explícitas, que ayuden a sus miembros a orientar sus acciones en la dirección adecuada para obtener el mayor bien general posible.
Esto no quiere decir que no hayan existido (y existan) leyes injustas, redactadas para favorecer los privilegios de una minoría o para dejar fuera a otras, normas estúpidas o arbitrarias creadas para legitimar caprichos de algún gobernante, o reglas trasnochadas que dejaron de tener sentido hace tiempo y permanecen por la fuerza de la costumbre, limitándonos en lugar de ayudarnos. Pero, en su conjunto, podemos aceptar con bastante seguridad que, si algo se convirtió en norma sancionada, es porque tenía alguna utilidad.
Y esa utilidad puede haberse reducido o desaparecido con los avances de la ciencia, la sociedad o la cultura, pero también puede permanecer intacta, sólo que nunca nos hemos parado a pensar cuál será, acatando la ley o rebelándonos frente a ella como una imposición, sin comprender de dónde viene y a qué responde.
Ceñirnos a las normas al pie de la letra y enfrentarnos a quienes no las cumplen o no se rigen por ellas simplemente porque sí puede ayudarnos a convivir, pero también puede alienarnos, coactar nuestra libertad e impedirnos madurar. Saltárnoslas simplemente porque sí puede darnos ventajas, pero también puede causarnos graves perjuicios, o causárselos a otras personas. Rebelarnos contra la autoridad llevando la contraria en todo es tan infantil como obedecer ciegamente.
Lo que precisamos es entender el espíritu de la ley, no su letra, tratar de comprender de dónde vienen las normas, porqué se crearon en primer lugar, si son impuestas o consensuadas, si están anquilosadas o han evolucionado, y, sobre todo, a qué necesidades de la comunidad dan respuesta. Intentar regirnos por nuestras propias reglas, pero tomando como base las comunes, e intentar que éstas sean flexibles y razonables, las mejores posibles, las más adecuadas para uno mismo y para todos.
miércoles, 23 de junio de 2010
La realidad de lo irreal
¿Deseáis ver los Reinos Lejanos? Muy bien. Pero primero, debéis saber: los lugares que visitaréis, los lugares que veréis, no existen. Porque solamente hay dos mundos... el vuestro, que es el mundo real, y otros mundos, que son de fantasía. Mundos como ésos existen en la imaginación de los hombres. Su realidad o falta de realidad no es importante. Lo que importa es que están ahí. Esos mundos proveen alternativas. Proveen escape. Proveen amenazas. Proveen sueños y poder. Proveen rechazo y dolor. Ellos le dan significado a vuestro mundo. No existen, y de esa manera, ellos son todo lo que importa.
Titania, reina de las hadas,
en Los Libros de la Magia, de Neil Gaiman
Estamos acostumbrados a considerar "real" al mundo externo, e "irreales" a nuestras experiencias internas. Sin embargo, todo lo que conocemos del mundo no es más que la conjunción de diferentes percepciones sensoriales que nuestro cerebro integra e interpreta. Los pensamientos, los sentimientos y las emociones son experiencias meramente internas, no observables, de cuya existencia otras personas no tienen más pruebas que nuestras palabras y acciones basadas en ellos. ¿Es más real el paisaje que veo por la ventana que la sensación que despierta en mí? Hay personas con determinados trastornos cerebrales que son incapaces de percibir algunas cosas o cualidades, o que perciben otras que los demás no. Su realidad es distinta a la de quienes le rodean, pero no por eso es menos real para ellos.
Cuando creamos algo, primero imaginamos cómo podría ser, después cómo desarrollarlo, luego podemos diseñarlo, y posteriormente realizarlo. ¿Era menos real entonces la idea que el objeto? ¿Es menos real el plano que la máquina? ¿Es menos real que el cuadro la imagen que el pintor tenía en su cabeza antes de plasmarla en el lienzo? No. Ambos son reales, sólo que en ámbitos distintos. Una semilla no es un árbol, pero puede llegar a serlo, y la semilla no es menos real que el árbol únicamente porque aguarde escondida bajo la tierra, ni comienza a ser real cuando el primer brote verde sale a la luz.
Cuando nos sentimos felices, o tristes, cuando nos enfadamos o nos enamoramos, no son experiencias menos reales porque otras personas no puedan percibir que las sentimos. Cuando soñamos, mientras estamos inmersos en el mundo onírico, éste es real para nosotros. Cuando imaginamos, cuando creamos, estamos haciendo realidad en nuestra mente cosas que no existían antes, y podemos incluso hacerlas realidad físicamente para que pasen a formar parte del mundo externo. Pero primero tienen que ser reales para nosotros.
La existencia no es una cuestión de absolutos, hay diferentes grados de realidad. Que algo no sea visible, tangible y persistente, no quiere decir que no sea real.
lunes, 14 de junio de 2010
[Música] La Maza
La Maza
Si no creyera en la locura
de la garganta del sinsonte,
si no creyera que en el monte
se esconde el trino y la pavura.
Si no creyera en la balanza,
en la razón del equilibrio,
si no creyera en el delirio,
si no creyera en la esperanza.
Si no creyera en lo que agencio,
si no creyera en mi camino,
si no creyera en mi sonido,
si no creyera en mi silencio...
Qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones,
un revoltijo de carne con madera,
un instrumento sin mejores resplandores
qué lucecitas montadas para escena.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un testaferro del traidor de los aplausos,
un servidor de pasado en copa nueva,
un eternizador de dioses del ocaso,
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Si no creyera en lo más duro,
si no creyera en el deseo,
si no creyera en lo que creo,
si no creyera en algo puro.
Si no creyera en cada herida,
si no creyera en la que ronde,
si no creyera en lo que esconde
hacerse hermano de la vida.
Si no creyera en quien me escucha,
si no creyera en lo que duele,
si no creyera en lo que quede,
si no creyera en lo que lucha...
Qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un amasijo hecho de cuerdas y tendones,
un revoltijo de carne con madera,
un instrumento sin mejores resplandores
qué lucecitas montadas para escena.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Un testaferro del traidor de los aplausos,
un servidor de pasado en copa nueva,
un eternizador de dioses del ocaso,
júbilo hervido con trapo y lentejuela.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera,
qué cosa fuera la maza sin cantera.
Silvio Rodríguez
miércoles, 9 de junio de 2010
Errare humanum est (III): Resarciendo
Resarcir.
(Del lat. resarcīre).
1. tr. Indemnizar, reparar, compensar un daño, perjuicio o agravio. U. t. c. prnl.
Quizá compensar un error cometido sea una de las cosas mas difíciles de hacer, y no digamos de hacer correctamente. Es mucho más sencillo buscar una instancia externa que nos castigue, nos absuelva, o ambas cosas, sea un sacerdote o la Ley de Tres. O convencernos a nosotros mismos, sea repitiéndonos que no es nuestra culpa para lograr cierto grado de tranquilidad de conciencia, o flagelándonos con pensamientos y sentimientos negativos, rumiando nuestra equivocación o previendo desastrosas consecuencias casi con esperanza, con la sensación de merecerlas. O escudarnos en nuestras buenas intenciones, como si bastase con un pensamiento amable para contrarrestar un acto dañino.
No podemos hacer nada para arreglar algo que ya ha pasado, para "borrar" nuestros errores. Pero sí podemos evitar volver a cometerlos, y el primer paso es reconocer que somos responsables de todo cuanto hacemos o dejamos de hacer, decimos o callamos. Y si nuestras buenas intenciones tienen algún valor, es hacernos ver cuánto nos hemos desviado del objetivo al equivocarnos.
No podemos resarcir a todos aquellos a quienes hayamos herido, ofendido o perjudicado. Pero sí podemos reconocer que algunos de esos actos los hicimos voluntariamente, sabiendo o no lo que acarrearían, y afrontar sus consecuencias, y tratar de minimizar aquellas que no pretendíamos. Sí podemos asumir que otras veces, sin pretenderlo, hicimos daño porque cometimos errores, dejar a un lado las excusas y el orgullo, y simplemente empezar por disculparnos. Y después, poner todo lo que esté en nuestra mano para compensarlo. Muchas veces será mucho más sencillo de lo que pensamos.
No podemos eliminar nuestros errores, pero podemos aprender de ellos mucho sobre el camino que deseamos tomar, sobre los demás, y, ante todo, sobre nosotros mismos.
lunes, 31 de mayo de 2010
Errare humanum est: El derecho a equivocarse
Errores insignificantes, sin apenas relevancia para nadie, y errores tremendos, con cuyas consecuencias no deseadas debemos cargar, a veces, toda la vida.
Nos equivocamos por desconocimiento sobre las circunstancias o las personas, porque nos faltan datos, porque malinterpretamos los datos que nos llegan, porque no queremos ver la realidad tal y como es, porque nos falta tiempo para reaccionar adecuadamente, porque nos fallan los nervios o nos puede el temperamento, porque hablamos sin pensar, porque callamos cuando no deberíamos, porque sobrevaloramos nuestra capacidad para afrontar los acontecimientos, o la infravaloramos...
Cometemos errores de juicio y de actuación, y no siempre tenemos la capacidad de introspección y autocrítica necesaria para ser conscientes de ello.
Pero en cambio somos muy rápidos en distinguir los errores de los demás, puesto que podemos contemplar las situaciones en su conjunto, y llegamos a ser muy perceptivos cuando nuestras emociones y motivaciones no están directamente en juego. Incluso algunos podemos tener clarísimas intuiciones o pálpitos ante determinadas situaciones que involucran a personas a las que apreciamos. A veces, hasta podemos darnos cuenta de que alguien cercano va a cometer un error antes de que lo haga, y advertirle.
Sólo que esas advertencias y consejos normalmente caen en saco roto. Porque los humanos somos así, y la visión de otra persona, por bienintencionada e imparcial que sea, nunca es igual a la de uno mismo. Ni mucho menos tiene en cuenta todos esos factores viscerales que nos llevan la mayoría de las veces a tomar decisiones. Y todos sentimos que hay áreas de nuestra vida (y nuestro camino espiritual es una de ellas) en las que nadie, por querido que nos sea o respetada que nos parezca su opinión en general, tiene derecho a entrometerse.
Así que no debemos enfadarnos porque no nos hagan caso, ni regodearnos cuando resultemos tener razón, ni sentirnos culpables por no haber podido evitar el mal trago a la otra persona. Cada cual tiene su propia vida, y sigue su propio camino, y quién sabe si ese tropiezo no le habrá alejado del sendero por el que iba a perderse, o si aprender a superar ese fallo no será lo que le haga salir indemne de alguna dura prueba vital.
La vida no es fácil. Muchas veces la experiencia directa, los tropiezos y los golpes son la única forma de aprender. Y cometer errores la única forma de no volver a caer en ellos más adelante, cuando quizá ya no sean reparables, o de superar otras situaciones para las que de otra manera no estaríamos preparados.
Todos tenemos derecho a aprender. Todos tenemos derecho a equivocarnos.
lunes, 3 de mayo de 2010
Las ideas y las acciones (II): Heurísticos
Los humanos no somos máquinas, no contemplamos todas las múltiples alternativas existentes ni le otorgamos el mismo valor a todas las explicaciones posibles. No estamos preparados para tener en cuenta la infinidad de factores que pueden estar influyendo en un momento dado, ni podríamos hacerlo sin que el proceso de razonar se volviera lento e ineficaz.
Así que usamos heurísticos.
Pero estos "atajos mentales" no nacen en el vacío. Dependen de nuestra cultura, de nuestra educación, de nuestra experiencia. Todo el tiempo tomamos decisiones basadas en datos que no tenían por qué ser correctos cuando los interiorizamos, o que pueden haber dejado de ser correctos con el tiempo. Y si no somos conscientes de ello, es fácil optar por la solución equivocada, o no llegar siquiera a percibir los nuevos datos que contradicen nuestra idea previa, de forma que habrán cursos de acción que no nos plantearemos como posibles, cuando podrían ser los más adecuados.
Tener una mente abierta no consiste en aceptar cualquier idea que nos propongan, sino en luchar contra nuestros propios heurísticos y examinar todas las posibilidades, incluso aquellas que van en contra de nuestras creencias e ideologías, pero especialmente aquellas que, por ir en su favor, nos gustan nada más conocerlas, puesto que eso significa que estamos predispuestos a aceptarlas, no por su valor o fiabilidad intrínsecos, sino porque encajan cómodamente con lo que ya tenemos interiorizado y no requieren esfuerzo a la hora de ponerlas en práctica.
Actuar conforme a lo que dicte la conciencia requiere primero de un examen de esa misma conciencia, que nos dé garantías de que no tratamos de esconder nuestros prejuicios o de evitar cambiar nuestra cómoda estructura mental, escudándonos en valores que asumimos como propios sólo porque justifican lo que deseamos.
miércoles, 21 de abril de 2010
Las ideas y las acciones (I): Los actos equivocados por las razones correctas
Si nos obsesionamos con algo, o contra algo, por legítima y positiva que creamos que sea nuestra actitud, corremos el riesgo de verlo por todas partes, de proyectar sobre gestos, actitudes, hechos y palabras irrelevantes e inocuas nuestro amor, o nuestro odio.
Y entonces hacemos cosas totalmente contraproducentes. Como tratar de cambiar la mentalidad de los demás de un día para otro, haciendo que lo que pretendíamos eliminar, y que a lo mejor ya estaba diluyéndose por efecto del tiempo y la convivencia, se convierta en distintivo y en algo a lo que aferrarse para evitar la imposición externa. O emplear incorrectamente un lenguaje asentado y ya invisible por otro que, de tan artificial, remarca las diferencias que supuestamente queremos borrar. O decidir que las buenas cualidades van asociadas a la moral religiosa y al temor de Dios y sin fe no habría ética.
O pretender que la fuerza, la autoridad, el valor y la violencia son características masculinas, mientras que la dulzura, la sumisión, la paciencia y la ternura son características femeninas. Que cualquier Dios es patriarcal y represor y cualquier Diosa todo bondad y amor. Que el "poder femenino" es distinto del poder masculino, y ser mujer es más noble o mejor que ser hombre. Que "debes aceptarte como mujer" en vez de luchar para ser mejor persona. Como si la espiritualidad no fuese parte de todos y cada uno de nosotros independientemente de los cromosomas y los genitales que tengamos o dejemos de tener.
El mundo no será más justo hasta que dejemos de buscar revancha por agravios que sólo están en nuestra cabeza y empecemos a trabajar para mejorar el futuro.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
No necesitamos mártires
Seguir un camino espiritual no implica enfrentarse a nadie que siga otro. Si hay personas que lo creen así, bien... ¿no habéis escuchado nunca la expresión «Dos no pelean si uno no quiere»?
Pero si hay algo que me molesta todavía más, es el querer arogarse para uno mismo y sus creencias el sufrimiento de otros. Inocentes víctimas de la política y la sociedad de tiempos pasados que, en la mayoría de los casos, no hicieron nada más que estar en el momento equivocado cuando alguien buscaba a quien señalar con el dedo como culpable de lo que quiera que en ese momento fuese "malo". Y que ahora algunos, en lugar de respetar su memoria como merecen, utilizan como estandarte para bajo su sombra señalar a otros. Qué vergüenza.
Los paganos actuales no necesitamos sentirnos ofendidos porque otros piensen distinto a nosotros y emplear ejemplos históricos cargados de emocionalidad (y, por tanto, de demagogia) para legitimar un rol de damnificados que no nos pertenece. No necesitamos mártires, si van a servirnos para atacar y demonizar a otras personas por el mero hecho de tener creencias diferentes y compartirlas con muchas otras personas que realizaron, hace mil o dos mil años, malas acciones, por atroces que éstas fueran. Porque lo que uno cree no es el único criterio que define lo que uno es.
Lo que los paganos necesitamos es gente que esté dispuesta a vivir intensamente su espiritualidad, no a sufrir (o a morir) por ella.
lunes, 9 de noviembre de 2009
De relumbrón y oropel
No es que sea nada nuevo, el caso es que últimamente lo veo por todas partes, y me da qué pensar.
Es una tendencia muy extendida, pero estos días me ha llamado la atención especialmente en el campo de los productos de estética. Alcanza su máxima expresión en cualquier anuncio de cremas, jabones, maquillaje o potingues varios: que recuerde ahora mismo, he visto productos con oro, caviar, seda, extracto de perla... ¿veis el patrón? Evidentemente, la gran mayoría de esos productos han sido testados farmacológicamente y, si bien no producen exactamente los efectos que promete la publicidad, tampoco es que dañen la piel. Pero qué casualidad que el oro y el caviar, además de ser muy caros y (por tanto) exclusivos, también tengan interesantes propiedades para el bienestar del organismo, más que, por ejemplo, el estaño o las judías verdes. O que las tengan las secreciones de una ostra (que es al fin y al cabo lo que son las perlas) pero no las de una almeja. ¿O no?*
Se llama efecto de halo, una especie de "atajo mental" propio de nuestro cerebro por el cual agrupamos todas las características que percibimos de una misma cosa y las evaluamos en conjunto partiendo de lo que sabemos de una sola de ellas, normalmente la primera que conocemos o la más llamativa. Si lo primero que percibimos de alguien es belleza física, tenderemos a encontrar a esa persona más simpática, agradable, e incluso más inteligente que a otra menos agraciada. Si escuchamos primero una voz chirriante y desagradable a nuestra espalda, al presentarnos a esa persona la encontraremos menos atractiva, menos simpática.
De la misma forma, si el oro, las perlas o la seda están ya catalogados en nuestra mente como algo hermoso, escaso y valioso, asociamos esas mismas cualidades a los productos que los contienen y los utilizamos, porque queremos tenerlas también.
La espiritualidad adolece también de su propio efecto de halo. Tendemos a considerar a las cosas llamativas, exóticas, inusuales o desconocidas, como más deseables, más fascinantes, más "mágicas".
Nos parece más sabio alguien que se autotitula maestro, con túnica bordada y amuletos arcanos, hablando con palabras que no entendemos, que un amigo en vaqueros que se exprese en un lenguaje llano y comparta con nosotros su aprendizaje sin pretender ser un experto. Consideramos los chakras y las runas signos de un enorme saber perdido, y catalogamos los cuentos infantiles de entretenimiento irrelevante. Hablamos con reverencia de la Biblioteca de Alejandría y nunca hemos entrado en la de nuestra ciudad.
Y esto también causa que algunas personas, cuando empiezan a andar una senda espiritual, traten de proyectar primero la imagen de ser diferentes, antes que preocuparse de aprender qué es lo que realmente les distingue de personas que siguen otros caminos y, sobre todo, qué les une a ellos. La apariencia antes que la esencia, porque la apariencia es lo que primero ha llamado la atención, y además es lo más fácil de conseguir, lo más fácil de copiar, ya que no hace falta saber qué significa. Los objetos y parafernalia "místicos", el lenguaje ampuloso pero insustancial, las referencias a "misteriosos secretos" sin nada detrás, e incluso el disfrazar de enseñanzas las más evidentes perogrulladas. Y después, otros muchos confunden esa apariencia con la auténtica esencia, y pierden el camino atraídos por el brillo del oropel, arrastrados por el canto de sirena del efecto de halo: "Parece que sabe, así que debe ser sabio. Si no comparte ese saber es porque no estoy preparado. Si cuando lo comparte me parece una tontería es que no lo he entendido bien, o que no soy digno".
Así que compramos la crema con partículas de oro, cuanto más cara, mejor, y reverenciamos a los maestros que nos hablan de símbolos secretos y civilizaciones perdidas, cuanto más artificiosamente, mejor. Y mientras tanto, las cremas que hacen la misma función a mucho menor precio cogen polvo en la estantería, y los verdaderos maestros y las auténticas enseñanzas se deslizan en silencio a nuestro lado y pasan de largo sin que les echemos una sola mirada.
Despreciamos los diamantes sin pulir porque los vidrios rotos brillan más.
*Sí, sé que también está la baba de caracol... de hecho, eso es también un ejemplo de efecto de halo, sólo que las cualidades a asociar son "natural", "ecológico", o "verde". Pero eso es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión. ;)
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Ritmos y ciclos
En aquel momento pasé por alto la relevancia de otra variable, y es que no sólo el lugar y el momento son importantes, sino también, y mucho, la forma en que los percibimos. Cada persona tiene también sus propios ritmos naturales: ritmos ultradianos, circadianos, infradianos, circalunares, circanuales... y de ellos dependerá gran parte de nuestra adaptación al ambiente.
Hay personas trasnochadoras que están más activas en las horas nocturnas, y personas madrugadoras que abren los ojos llenos de energía con la primera luz del día. Hay personas que son especialmente sensibles a los cambios de luz, y a las que los días cortos del invierno les provocan una melancolía que no saben justificar. Hay otras a las que el calor del verano les causa un agobio y un estado de ánimo irritable que sólo se apaciguan cuando descienden las temperaturas. Hay quien florece con la primavera, como las rosas, y quien cobra vida con las primeras lluvias del otoño, como las setas.
Para conectar con el ciclo natural, debemos conocer a fondo primero con nuestro propio ritmo, saber cuándo estamos más despiertos o más atentos, cuándo el cuerpo nos pide actividad y cuándo nos pide reposo. No tiene sentido realizar rituales que requieren concentración cuando estamos dispersos y agotados, o meditaciones que requieren calma cuando estamos nerviosos e irritados.
Sincronizarnos con nuestro propio reloj y calendario interno es necesario para poder ponerlo en fecha y hora con lo que ocurre a nuestro alrededor.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Tolerancia, reciprocidad y coherencia
La tolerancia se practica, no se exige, ni mucho menos se ordena.
Curiosamente, justamente aquellos a los que se les llena la boca hablando de tolerancia en lo que se refiere a sus costumbres y creencias, aquellos que claman y ponen el grito en el cielo por cualquier mínima ofensa, real o imaginada, a lo que tiene para ellos un valor emocional, aquellos que exigen, no ya respeto a sus personas y pensamientos, sino reverencia para sus propias ideologías, resultan ser casi siempre aquellos que luego consideran que las creencias, emociones, ideas y actos de los demás tienen menos valor que las que ellos han recibido o adoptado.
Si quieres que te respeten, respeta. Si quieres que acepten que tu espiritualidad es buena para tí y los tuyos, acepta que otros caminos espirituales pueden ser igual de buenos para aquellos que los siguen. Si quieres que comprendan que tu religión es algo serio y auténtico, no la banalices. Y aprende a reirte de tí mismo antes de burlarte de los demás.
(Sí, es otro exabrupto... quizá otro día me extienda un poco más sobre lo hipócrita que resulta reclamar tolerancia y respeto para las prácticas paganas mientras se prejuzga, desprecia e insulta a los monoteístas siempre que hay ocasión. Hoy sólo necesitaba soltarlo.)
miércoles, 15 de julio de 2009
Invocar sin saber
Hace ya tiempo, escribí sobre lo contraproducente que es hablar de los Dioses sin conocerlos realmente. Lo que en ese momento pasé un poco por alto es que puede resultar, además, peligroso.
El paganismo no es únicamente una religión amable y luminosa. Tiene un lado oscuro, al igual que lo tiene la propia naturaleza. No existe el día sin la noche, ni la miel sin la abeja. El equilibrio ecológico requiere de la existencia de depredadores. La sangre, el dolor, la muerte, forman parte de la vida. Y a todas esas fuerzas "oscuras" rendimos también culto los paganos, porque rechazar lo feo y lo desagradable es rechazar también lo hermoso y lo placentero.
A lo largo de la historia, los seres humanos hemos conocido muy bien esas fuerzas. Nuestros antepasados de todas las etnias y culturas les dieron nombres, efigies, símbolos, y un lugar importante en sus panteones. Reconocían su poder, porque en muchos casos vivían a su merced, en épocas en las que el hambre, las enfermedades o la muerte violenta estaban siempre presentes, siempre cercanas. Y esos Dioses, los representantes de la cara menos amable del mundo, fueron muy respetados, pero también temidos.
Actualmente, sin embargo, el hambre y la enfermedad son algo que les pasa a otros, la muerte violenta algo que queda lejos. Vivimos tratando de evitar todo lo que sea feo o doloroso, de mantenerlo mientras más distante mejor. Ocultando, si es preciso, la cabeza como los avestruces, y fingiendo que las cosas malas son algo que no existe, o que nunca podrían ocurrirnos a nosotros. Así que no encontramos lugar para los Dioses oscuros, y los convertimos en meras etiquetas a las que creemos que podemos ponerles el contenido que más nos plazca.
Por un lado, como todo lo que se banaliza, acabamos creyendo que sólo tiene valor si podemos ponerlo a nuestro servicio y usarlo para lo que nosotros queramos. Juntemos a eso la fascinación por "el poder", y la errónea idea de que aquello que es puede ser más dañino es más poderoso. Y obtendremos a ciertas personas que desean el favor de los Dioses oscuros para "tener poder", que no es más que otra forma de decir que necesitan llenar de cualquier manera una serie de carencias que ni siquiera reconocen tener.
Por otro lado, la negación de la realidad alcanza la categoría de dogma. ¿Para qué es necesario asumir que la vida tiene una parte desagradable si puedo ignorar su existencia? Basta con mantenerse en un mundo idealizado, donde todo es de color de rosa, y la Madre Naturaleza nos rodea con su amor, donde las serpientes no tienen colmillos, los cervatillos pastan libres, los lobos comen césped, y los Dioses oscuros son sólo unos incomprendidos que en el fondo resulta que están para repartir luz, magia buena y caramelos a aquellos que los invocan ofreciéndoles pastelillos y amistad porque los aman sinceramente.
Pero ninguna de estas posturas tienen en cuenta que cuando uno invoca el nombre de un Dios o una Diosa, está atrayendo esas energías, y no son las que uno crea que son ni las que se invente sobre la marcha, sino las que ancestralmente han sido reunidas bajo ese nombre.
Hades puede ser muchas cosas, pero no es amable. Loki puede ser muchas cosas, pero no es sincero. Seth puede ser muchas cosas, pero no es leal. Hécate puede ser muchas cosas, pero no es tierna, ni compasiva.
Si manejar dichas energías ya es complicado conociéndolas a fondo, hacerlo de manera ignorante y despreocupada puede resultar francamente arriesgado. Es, a todos los efectos, jugar con fuego.
No podemos permitirnos caer en una banalización tan absoluta de la espiritualidad pagana, instalarnos mentalmente en un mundo perfecto en el que todo está configurado a nuestro gusto. No podemos permitirnos creer que somos el centro del universo y que los Dioses existen para velar por nuestra comodidad. No podemos permitirnos pensar que el fuego no quema.
Olvidamos que la Naturaleza puede ser la Madre amante, pero también la Destructora, y que los edificios construidos sobre una falla están destinados a caer tarde o temprano.
lunes, 8 de junio de 2009
La primera cosecha
Una de las cosas que la mayoría de los paganos tenemos en común, es que tratamos de vivir de acuerdo con los ciclos naturales.
Sin embargo, muchas veces tenemos una idea demasiado superficial de estos ciclos, y se nos olvida una cosa muy importante: que no son siempre idénticos. De un punto geográfico a otro, a veces incluso aunque estén relativamente próximos, hay diferencias de situación y de clima (nubosidad, corrientes, horas de sol...) que hacen que el ritmo natural tenga variaciones, y que las fechas en la que se producen determinados procesos y/o fenómenos no sean las mismas.
Cuando investigamos de manera académica sobre una espiritualidad tan ligada a la tierra como son los diferentes senderos del paganismo, corremos el riesgo de centrarnos en los datos y olvidar, perdiendo de vista el conjunto, que esos datos fueron recopilados en un momento y lugar específicos, y que pueden no ser completamente extrapolables a nuestra situación geográfica, cultural o individual.
El deshielo no llega al mismo tiempo a toda Europa. Hay países que tienen un invierno más largo, países en los que apenas dura unas semanas, y zonas que ni siquiera tienen algo que merezca llamarse invierno. El tiempo que las semillas toman para germinar no será igual en un área seca que en una rica en lluvias. La época en que el mar adquiere una temperatura tolerable para el baño varía muchísimo de zona de una costa a otra, no hablemos ya de si se trata del Mediterráneo o el Atlántico.
Y cada año, además, es diferente. Los hay más cálidos, más fríos, de nieve abundante y de sequía, de temperaturas extremas y estaciones suaves. Hacer las cosas mirando el calendario, porque se supone que deben hacerse en una fecha exacta, puede ser muy impreciso, y hasta contraproducente. Si realmente queremos conectar con los ciclos vitales, salgamos afuera, y contemplemos la naturaleza. Incluso en una gran ciudad hay plantas, árboles, animales... que pueden darnos pistas, pero no es tan difícil salir de vez en cuando de entre los edificios, y buscar un lugar donde observar.
Para encontrarse con la naturaleza, con la vida, no hace falta ir a un lugar idílico y perfecto donde el sol brille, el cielo sea prístinamente azul, los riachuelos murmuren y los pájaros canten. Basta con apartarnos un poco de nuestro camino, ir a algún parque o a las afueras, y sentir lo que está pasando: si la tierra bulle de vida o si está recogida en reposo, si las plantas se visten de colores o dejan caer sus hojas, si la hierba a los costados del camino verdea intensamente o está ya agostada por el calor.
Hoy, para mí, ha llegado la primera cosecha. ¿Ya tenéis vosotros algún campo listo para recoger?