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lunes, 27 de octubre de 2008

Endoculturación

La cultura de una sociedad tiende a ser similar en muchos aspectos de una generación a otra. En parte, esta continuidad en los estilos de vida se mantienen gracias al proceso conocido como endoculturación. La endoculturación es una experiencia de aprendizaje parcialmente consciente y parcialmente inconsciente a través de la cual la generación de más edad incita, induce y obliga a la generación más joven a adoptar los modos de pensar y comportarse tradicionales. Así, los niños chinos usan palillos en lugar de tenedores, hablan una lengua tonal y aborrecen la leche porque han sido endoculturados en la cultura china en vez de en la de los Estados Unidos. La endoculturización se basa, principalmente, en el control que la generación de más edad ejerce sobre los medios de premiar y castigar a los niños. Cada generación es programada, no sólo para replicar la conducta de la generación anterior, sino también para premiar la conducta que se adecue a las pautas de su propia experiencia de endoculturización, y castigar , o al menos no premiar, la cultura que se desvía de éstas.

El concepto de endoculturación, (pese a sus limitaciones, que analizaremos más adelante) ocupa una posición central en el punto de vista distintivo de la antropología moderna. La incomprensión del papel que desempeña en el mantenimiento de las pautas de conducta y pensamiento de cada grupo forma el núcleo del fenómeno conocido como etnocentrismo. El etnocentrismo es la creencia de que nuestras propias pautas de conducta son siempre naturales, buenas, hermosas o importantes, y que los extraños, por el hecho de actuar de manera diferente, viven según modos salvajes, inhumanos, repugnantes o irracionales. Las personas intolerantes hacia las diferencias culturales, normalmente, ignoran el siguiente hecho: Si hubieran sido endoculturados en el seno de otro grupo, todos esos estilos de vida supuestamente salvajes, inhumanos, repugnantes e irracionales serían ahora los suyos.

Marvin Harris, Antropología cultural (1983)
Cap. 1 La antropología y el estudio de la cultura: Endoculturación y relativismo cultural


Las diferencias genéticas entre grupos humanos no tienen ni la milésima parte de la influencia sobre nuestros comportamientos de la que tienen las diferencias culturales. La educación (formal e informal) que recibimos nos prepara para que podamos integrarnos en la sociedad concreta de la que formamos parte. Cada sociedad tiene sus valores morales, su noción del éxito, sus tabúes, sus hábitos y sus vicios. Y cada sociedad, vista por una persona perteneciente a otra, parece ajena e irracional. Incluso la nuestra. Quizá especialmente la nuestra.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Valores personales, principios espirituales (II) - La Ley de Tres

Una vez hemos conocido la Rede, la siguiente norma que nos encontramos es la Ley de Retribución, o Ley de Tres, que no son la misma cosa, pero sí ilustran el mismo principio moral.

Todo lo que envíes te será devuelto por triplicado

Aunque hay quien no le pone ningún multiplicador, y quien cambia el tres por el siete, o el nueve.

También hay más de una manera de entenderlo: Hay quien afirma que se trata de una ley fundamentalmente relacionada con la magia, que ilustra las consecuencias de los trabajos mágicos, y hay quien piensa que se trata de una ley universal, y su aplicación a la brujería no es más que una concreción de un principio general.

¿Qué es, para mí, la Ley de Tres?

Personalmente, creo que la Rede, la Ley de Tres y toda la ética wiccana podría resumirse en una sola idea: RESPONSABILIDAD. No es que tema que las consecuencias de mis actos se vuelvan contra mí para castigarme, es que sé que, haga lo que haga, para bien o para mal, deberé cargar con ellas. La wicca no es una religión que fomente el escapismo ni la moral heterógena. Cada cual es totalmente responsable de aquello que hace y dice, sin la posibilidad de refugiarse en la evasión o el culpabilizar a otros.

Cuando hablo de responsabilidad, no hablo de que sea una exigencia que le hago a los demás.
Evidentemente, cada cual puede decidir ser responsable o no serlo. La mayor parte de las veces, en este mundo cómodo donde nos hemos instalado, la vida no te obliga a afrontar las consecuencias de tus actos, puedes buscar mil millones de excusas para no hacerlo. Evidentemente, para mí es muy importante (lo que no quiere decir que lo haga siempre... soy humana y también tengo mis momentos de evasión), pero quizá es porque yo soy de natural responsable. Probablemente haya muchos otros wiccanos que lo expresarían de otra manera, quizá porque son menos exigentes consigo mismos, o quizá porque es tan natural para ellos como el respirar y no necesitan definirlo.

Luego están las intenciones. Hay mucha gente que dice “Si haces algo malo, pero con buena intención, la Ley de Tres no te lo devolverá”, o bien, al contrario, “Si haces algo malo, aunque fuera con buena intención, la Ley de Tres te devolverá ese mal”.

Yo no lo veo de ninguna de esas dos maneras: Para mí la Ley de Tres es simplemente una cuestión de causa y efecto, es decir: tú envías unas determinadas energías y acciones, y éstas tienen unas consecuencias, que a su vez tienen otras consecuencias, y se van multiplicando... por eso lo que enviaste regresa amplificado, no porque haya nadie vigilando, preparado para castigarte por “ser malo”. Evidentemente, si tu intención era buena pero cometiste un error, recibirás las consecuencias de ambas cosas, las de tu buena intención, y también las de tu error.

Puede que unas sirvan para paliar las otras, y puede que no, depende de la fuerza con que se enviaron ambas. No es una cuestión personalista, los Dioses no están esperando para castigarte o para perdonarte. No depende de nadie, es más bien una cuestión de fuerzas naturales, casi de física. Un ejemplo podría ser el siguiente: Si vas caminando con la mejor de las intenciones, pisas algo y te resbalas, ¿acaso dejas de caerte porque resbalar no fuese lo que pretendías? La gravedad no personaliza, la Ley de Tres tampoco. Recibiremos consecuencias de todo lo que hagamos, absolutamente de todo, independientemente de lo “bueno” o “malo” que creamos que sea lo que hayamos hecho, independientemente de lo que nosotros creamos merecer. No es un castigo, no depende de lo que somos, sino de lo que hacemos... y la intención, es un acto también, una conducta interna no deja de ser conducta, al igual que leer mentalmente sin pronunciar las palabras en voz alta no deja de ser leer.

Delegar en “lo hice con buena intención” me parece un escapismo, al igual que “me equivoqué, ahora me va a volver por triplicado. Si querías ayudar y cometiste un error, no puedes esconderte y decir “no era lo que yo quería” o “la Ley de Tres me lo retribuirá”. Deberías hacer algo para arreglar lo que has hecho, porque son tus acciones, no hay nadie que te obligue a hacerlas y por tanto, nadie que vaya a arreglar tus fallos por ti. En el ejemplo de antes, no puedes evitar caerte al resbalar, pero puedes levantarte, y retirar del suelo lo que te ha hecho resbalar, para que no vuelva a pasarte.

Evidentemente, estoy siendo demasiado cerebral. Esto no quiere decir que yo sea perfecta, y que nunca caiga en la tentación de huir de las responsabilidades, pero sí que al menos, intento ser consciente de las consecuencias que pueden tener mis acciones antes de llevarlas a cabo, también intento paliar mis errores (que cometo a menudo) en la medida de lo posible.

lunes, 4 de febrero de 2008

Valores personales, principios espirituales (I): La Rede

Seguimos hablando de moral y de ética, como ya hicimos los últimos días. Es un tema en el que creo que es mejor ir poco a poco. ¿Por qué? Porque los principios morales de la wicca son más importantes para cualquier persona que practique esta religión que casi cualquier otra cosa. Desde luego, son muchísimo más importantes para definir lo que es ser wiccano que el hacer magia, pero en casi todos los lugares se le dedica diez veces más espacio a todo lo relacionado con la magia que a explicar despacio y con calma qué entiende un wiccano por “leyes morales”.

Cuando empezamos a andar este camino, pronto nos topamos con la Rede, la primera regla que, supuestamente, debe guiar nuestro comportamiento. Pero ¿sabemos realmente lo que significa? ¿hemos pensado en ello de verdad, o tan sólo repetimos las palabras sin saber qué quieren decir?
Ya hablé de esto una vez. Es necesario leer entre líneas, saber cómo y cuándo se escribió el poema que hoy conocemos como la Rede, y comprender el sentido que quisieron darle.
Pero hoy estoy hablando de normas morales, y es en la última frase en la que vamos a detenernos:

Mientras no dañes a nadie, haz lo que quieras


Tan malo es interpretar estas palabras literalmente, como ignorarlas cuando no nos favorecen. No se trata de una obligación de no pisar las hormigas ni arrancar las malas hierbas. Todo lo que hacemos, absolutamente todo, tiene consecuencias. Y es importante que, antes de actuar, pensemos si esas consecuencias pueden acabar haciendo daño a alguien. Muchas veces, cuando deseamos algo, no pensamos en cómo nuestros actos afectan a los demás, o cómo pueden afectarnos a nosotros mismos en un futuro. Ser conscientes de eso, calibrarlo, y decidir responsablemente, es duro, pero imprescindible.

Pero la parte peor interpretada es la segunda. ¿Qué significa “Haz lo que quieras”? ¿Es acaso que podemos hacer lo que nos dé la gana? Todo lo contrario, porque ese “lo que quieras” no está aludiendo a los caprichos, a los arrebatos, a los deseos que podamos tener. Está hablando de Voluntad. De lo que realmente queremos hacer. De la llama que arde en nuestro interior, la que nos marca el camino. Hacer lo que realmente queremos no siempre es fácil, pero esa voluntad es lo que debería guiar nuestros pasos.

Si yo tuviera que reescribir la frase, según la siento, diría algo así como: “Encuentra tu impulso más profundo y síguelo, traza tu destino, pero no permitas que nadie sufra por ello”.

miércoles, 30 de enero de 2008

Valores personales, principios generales

Como dije el otro día, creo que es importante llegar a unos principios morales personales bien fundamentados, no basados en un abstracto concepto de “bueno” y “malo” simplemente repitiendo como un loro lo que nos dijeron de pequeños.

Podría hablar largo y tendido de normas relativas y normas absolutas, de conciencia, y de convivencia. Y al final acabaría repitiendo lo que ya se dijo antes que yo. Así que os ahorraré la disquisición ético-filosófica. Alguien antes que yo ya la hizo, la expuso, y la sintetizó de manera admirable.

Porque, aunque pueda parecer complicado ceñirse a una norma razonada, a la vez personal y general, que ayude a la armonía social y al mismo tiempo no se base en miedo o castigo, esa norma existe, todos la conocemos. Evidentemente, nadie es perfecto, ni santo. Nadie se rige siempre por una moral y unos principios estrictos, y yo menos que nadie. Pero sí podemos procurar que, si nos saltamos las normas particulares, no estemos rompiendo en pedazos la norma general.

Aunque quizá no nos hayamos parado a pensar sobre ello, muchos la seguimos. Es mucho más sencillo de lo que parece.

Hay muchas definiciones:

  • “Haz a los demás lo que desees que te hagan a ti”
  • “Haz lo que quieras mientras no dañe a nadie”
  • “Todo lo que envíes te será devuelto”

Todas tomadas de una espiritualidad de base concreta, pero todas ciertas.

Pero nadie fue capaz de resumirlo como Immanuel Kant.

Obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu actuación se convierta en una ley universal

El Imperativo Categórico. Tan simple, y tan completo. Un segundo antes de actuar, un solo segundo o incluso menos, para preguntarnos: ¿Qué sucedería si todo el mundo que estuviese en mis mismas circunstancias hiciese lo mismo que yo?

¿Qué sucedería?

Si no puedes desear que las consecuencias de tus actos se multipliquen por cuatro mil millones… entonces, no lo hagas.

Obra como si la máxima de tu acción debiera convertirse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza

O al menos, lucha por ello.

lunes, 28 de enero de 2008

Valores personales, principios personales

Las creencias y la lógica no tienen por qué estar reñidas.
Parece evidente, ¿no? Pero, sin embargo, sigue habiendo muchísimas personas que supeditan su razón a sus principios morales. Y, aún peor, hay personas que supeditan el bienestar de los demás a sus principios morales.

Siempre he pensado que una persona que deja de hacer algo que le gusta, que le produce satisfacción o que le hace sentir bien simplemente porque le han dicho que es “malo”, sin explicarle por qué, está haciendo una tontería. Pero las personas que impiden que otros hagan cosas que les gustan, les producen satisfacción o les hacen sentir bien porque cree que eso que hacen es “malo”, están haciendo daño.

Hay cosas que son realmente dañinas, para uno mismo o para otros, y es tarea de cada uno, de nuestra cabeza y nuestro corazón, no llevarlas a cabo. Nadie debe imponernos una moral, sino darnos los motivos, las razones. Las cosas no son “malas” o “buenas” sin más. Son buenas o malas porque ayudan o hieren a otros, favorecen o dañan nuestra salud o nuestro entorno, protegen o menoscaban la riqueza de la vida… hay miles de razones para hacer o no hacer algo. Razones lógicas, emotivas, racionales, sentimentales, aprendidas, inducidas, deducidas, inventadas… “Me lo dijo Fulanito” no es una de ellas. “Es que me castigan”, tampoco. Al menos cuando has pasado de los diez años.

Crezcamos. Que nuestra moral venga de nuestro interior, y no desde fuera. Y dejemos que los demás vivan también según su moral, no según la nuestra. Y cuando ambas choquen, ¿qué tal si hablamos en lugar de pelear? Si nuestros principios están basados en razones sólidas, ¿no vale la pena mirarlos con otros ojos?