No vemos el mundo tal como es, vemos el mundo tal como somos, dice, si mal no recuerdo, el Talmud. Y es una gran verdad. No sólo porque nuestras ideas cambien y den forma al mundo que nos rodea, sino sobre todo porque nuestros esquemas mentales sesgan nuestra percepción, influyendo en lo que vemos y lo que no, lo que recordamos y lo que olvidamos, la información que nos parece relevante y la que descartamos. E igualmente sesgan nuestros actos, puesto que tomaremos las decisiones basándonos en esas percepciones, en nuestra experiencia anterior y además en nuestras características de personalidad, ética individual y expectativas de lo que en nuestro entorno interpretarán de esos actos... e incluso en nuestro estado de ánimo del momento.
Si nos obsesionamos con algo, o contra algo, por legítima y positiva que creamos que sea nuestra actitud, corremos el riesgo de verlo por todas partes, de proyectar sobre gestos, actitudes, hechos y palabras irrelevantes e inocuas nuestro amor, o nuestro odio.
Y entonces hacemos cosas totalmente contraproducentes. Como tratar de cambiar la mentalidad de los demás de un día para otro, haciendo que lo que pretendíamos eliminar, y que a lo mejor ya estaba diluyéndose por efecto del tiempo y la convivencia, se convierta en distintivo y en algo a lo que aferrarse para evitar la imposición externa. O emplear incorrectamente un lenguaje asentado y ya invisible por otro que, de tan artificial, remarca las diferencias que supuestamente queremos borrar. O decidir que las buenas cualidades van asociadas a la moral religiosa y al temor de Dios y sin fe no habría ética.
O pretender que la fuerza, la autoridad, el valor y la violencia son características masculinas, mientras que la dulzura, la sumisión, la paciencia y la ternura son características femeninas. Que cualquier Dios es patriarcal y represor y cualquier Diosa todo bondad y amor. Que el "poder femenino" es distinto del poder masculino, y ser mujer es más noble o mejor que ser hombre. Que "debes aceptarte como mujer" en vez de luchar para ser mejor persona. Como si la espiritualidad no fuese parte de todos y cada uno de nosotros independientemente de los cromosomas y los genitales que tengamos o dejemos de tener.
El mundo no será más justo hasta que dejemos de buscar revancha por agravios que sólo están en nuestra cabeza y empecemos a trabajar para mejorar el futuro.
miércoles, 21 de abril de 2010
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