miércoles, 28 de marzo de 2012

Señales de alarma

Siempre que iniciamos una relación con otra/s persona/s, ya sea de amistad, aprendizaje, laboral, amorosa,  o de cualquier otra índole, partimos de un voto de confianza inicial. Les proporcionamos un lugar en nuestras vidas, y compartimos con ellas, al mismo tiempo que las actividades cotidianas, muchas cosas en el plano psíquico y emocional. Aunque la relación no sea tan íntima como para crear auténtica interdependencia, siempre se crea una vinculación que se extiende más allá del mero contacto rutinario.
Es este vínculo el que causa que los problemas, cuando surgen, sean especialmente difíciles de afrontar. No sólo porque debemos conocer y tener en cuenta la situación y las reacciones de las otras personas (que son totalmente incontrolables por nuestra parte) además de las propias, sino porque la forma en que nuestras vidas se han entrelazado hace que ese conflicto afecte a muchos niveles y muchas veces lo analicemos pensando en las características de la relación y no del problema en sí. Al fin y al cabo, ya existe una historia en común, y hemos hecho una "inversión", de tiempo, esfuerzo y energía emocional en crear y sacar adelante ese lazo mutuo, que no queremos ver desperdiciada.
Sin embargo, no siempre es una buena idea esforzarse en conservar ciertas cosas, que tarde o temprano acabarán desmoronándose solas por sus propia idiosincrasia, ya que, al postergar lo inevitable sólo conseguiremos que, cuando la ruptura ocurra, sea mucho más violenta y dolorosa por todo el bagaje negativo acumulado.
Pero ¿cómo saberlo?

Muchas veces, cuando las cosas empiezan a descarriarse, pero bastante antes de que vayan realmente mal, percibimos que "algo no encaja". Unas palabras, cierta actitud, algo que está donde no debería o no está donde debería estar. Pequeñas muestras de determinado carácter que no termina de agradarnos en temas aparentemente no relacionados con lo que en el momento nos importa, detalles de los que nos percatamos y descartamos automáticamente como no relevantes, o que cuando nos los hacen notar desde fuera, respondemos que no vienen al caso.
Son señales de alarma, leves zumbidos de aviso de los que somos conscientes pero que nos negamos a analizar porque nos han enseñado que está mal desconfiar, que nos negamos a compartir porque es feo hablar mal de la gente, que pasamos por alto porque hay que pensar siempre en positivo.
Señales a las que sólo otorgamos significado a posteriori, cuando ya es tarde para hacer nada y nos han traicionado, mentido, estafado o dañado. Entonces sí que miramos atrás, y nos quejamos de no habernos fijado, de no haberles dado importancia, de no haber preguntado o prestado oído.
No hay que ser vidente, ni siquiera tener una intuición especialmente desarrollada; la mera experiencia, propia y ajena, debería ser suficiente para orientarnos, para saber qué cosas son sutiles indicios de incompatibilidad o  precursores de un problema en el horizonte, y cuáles son simplemente situaciones o reacciones puntuales sin más trascendencia. Una buena pista es si se trata de algo que se repite, con mayor o menor frecuencia, o tal vez parecen diferentes cosas pero todas vienen derivadas de una misma raíz.
Los patrones cíclicos en las relaciones y los proyectos son prueba de que algo no está resuelto, dado que aunque haya etapas buenas, siempre vuelve a resurgir exactamente el mismo escollo, demostrando así que no está superado. Y tarde o temprano, nos pillará con la guardia baja o con otros frentes abiertos, y ese escollo nos abrirá una brecha en el casco.

Es muy importante saber atender a esas señales cuando aparecen. La ingenuidad y la inocencia están muy bien para los niños, pero incluso ellos deben aprender, y si no apartan la mano al empezar a sentir calor, tendrán que hacerlo al sentir la quemadura. Un poco de suspicacia a tiempo no nos convierte en cínicos, amargados, o malas personas... cosas que sí podemos acabar siendo si ponemos nuestra confianza en gente que no la merece y después de muchas decepciones acabamos endureciéndonos y tratando a todo el mundo como un enemigo o traidor en potencia. Ir por la vida con el corazón abierto a cualquiera puede parecer una actitud hermosa y positiva, pero, en este mundo, lo más seguro es que acabe por convertirnos en víctimas perfectas. Y si no queremos o no sabemos combatir, al menos tenemos que aprender a alejarnos de lo que nos puede dañar antes de que lo haga, y no conceder un voto de confianza tras otro hasta que sea irremediable.

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