miércoles, 23 de noviembre de 2011

Tejiendo la red



Según vamos viviendo, vamos construyendo una serie de redes. Como los hilos de una telaraña, conectamos nuestra vida con la de los demás, con nuestro entorno y las normas que lo rigen, buscando puntos de apoyo, apuntalando relaciones, situándonos donde queremos o creemos que nos conviene estar. Acumulamos cosas, costumbres y rutinas que nos ayudan a tener un cierto control sobre el ambiente, y a encontrarnos a gusto en él.

Pero a veces, un apoyo se desmorona, el peso hace colapsar la estructura, o quizá una ráfaga de viento o una mano, inconsciente o malévola,  rompe nuestros hilos. Y la mayoría de esas veces nos lanzamos a reconstruir, juntando los pedazos, aquello que ya se ha roto. O, si tenemos fuerza suficiente para dejar atrás lo que sabemos que hemos perdido, podemos tender hilos nuevos partiendo de lo que ha quedado intacto, y recomponer nuestra zona de confort. El problema es cuando nos negamos a reconocer que nuestro esfuerzo va a ser inútil. Cuando nos empeñamos en levantar estructuras sobre bases inadecuadas, o en el lugar y momento menos oportuno, y perserveramos y perseveramos, dejándonos la piel repitiendo una y otra vez los mismos patrones, pretendiendo, con un optimismo injustificado, nacido sólo de nuestra capacidad de autoengañarnos, que esta vez sí,  esta vez obtendremos un resultado diferente, aunque hayamos hecho las mismas cosas.

Es difícil desprenderse de los viejos hábitos, de aquello que te hace sentir seguro, del lugar donde sabes que puedes permtirte rendirte y caer, porque caerás en blando. Pero, si lo piensas, ya lo hicimos al menos una vez. El primer hilo que tiende una araña es siempre un salto de fe que requiere dejar atrás el lugar seguro al que había trepado sin saber si alcanzará el siguiente puntal. Una vez también nosotros nos atrevimos a confiar en alguien o a elegir un camino, a partir del cual nuestra vida empezó a crecer. Nuestra red, nuestro lugar seguro, es algo en permanente evolución, algo que empezamos a construir casi de la nada, y podemos reconstruir igualmente cuando sea necesario. No es el lugar, ni los apoyos que eliges, ni cada uno de los hilos, ni la forma en que se entrelazan entre sí. Es la araña en su centro, atenta a cada vibración que su tela le transmite, lo que da sentido a todo el tejido.

Hay muchísimas cosas en la vida que no podemos prever. Cosas para las que es imposible estar preparado, porque obedecen a un azar incalculable. Pero eso no quiere decir que uno de esos acontecimientos tenga necesariamente que poner nuestra vida patas arriba, incluso si no hemos tenido la precaución o la suerte de que nuestro entorno sea lo suficientemente firme como para resistir el golpe. Por mucho que la tormenta nos zarandee, podemos empezar de nuevo. Sólo es preciso un salto al vacío.