miércoles, 13 de abril de 2011

Silvestre


Estamos acostumbrados a los ramos, las macetas, los jardines, los arbustos y los parterres. A rosas, claveles, lirios, crisantemos... Pero hay otra belleza que se muestra en las plantas silvestres que logran abrir sus flores cada año, aprovechando cada gota de lluvia, cada rayo de sol. Una belleza que va más allá de los ojos, que le habla a nuestro corazón de fuerza y de tesón, de los ritmos naturales, de la vida que late en el vientre de nuestra Madre Tierra, esperando su momento.






Porque las flores que brotan espontáneamente, esos pequeños destellos de luz y color entre el pasto, o incluso en las cunetas o en los rincones abandonados, son un regalo de la primavera que nos conecta con nuestra propia savia nueva, y nos recuerda que es el momento de que también nuestras propias semillas extiendan sus brotes hacia el sol..

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es justo lo que pienso. Si algún día tengo un jardín, aparte de un estanque, pienso poblarlo con plantas silvestres de las más variadas familias, colores y temporadas de floración. Así podré aprender más sobre ellas y sus polinizadores y requerirán menos cuidados.

Otro valor añadido de las flores silvestres, es que las plantas han tenido que luchar muy duro reuniendo los recursos necesarios para llegar a florecer (que no son pocos), compitiendo ferozmente tanto con sus vecinas como con un ambiente tan a menudo hostil. Son como las piedras preciosas: su valor no es debido solo a su brillo o su color, sino a las dificultades y peligros que implican su obtención.

Sibila dijo...

Es una gran idea, sí señor. Podemos aprender mucho de las plantas menos "ornamentales", aunque en este mundo se prime, como siempre, la belleza artificial sobre el valor natural. Como bien dices, las dificultades y peligros que pasa una semilla silvestre hasta que lllega a florecer la hacen inmensamente más valiosa, mucho más que el esqueje mimado en vivero que se agosta al sol.

Un saludo.