miércoles, 26 de enero de 2011

Arcoiris

Que algo sea un fenómeno natural y explicable, no quiere decir que no pueda ser mágico.


Mucha gente trata de relegar la espiritualidad a los "huecos", a los grandes misterios de la vida y el universo que la ciencia no puede explicar, como si fuera una muleta en la que apoyarse. Pero el sentimiento de lo sagrado nace de la reverencia y el asombro, y ambas cosas no disminuyen porque sepamos exactamente cómo ocurren las cosas. A veces, incluso, el saberlo no hace más que aumentar nuestra maravilla.


Todas las culturas y las mitologías han observado con fascinación los fenómenos naturales, y han creado mitos sobre ellos.
Si la luz y la oscuridad son poderosas en sí mismas, ¿qué decir de ese prodigio de color que cruza el cielo? La señal del pacto de paz entre el Creador y los hombres, la mensajera de los Dioses, "corriendo sobre el lluvioso viento", el puente Bifrost que une los mundos de Midgard y Asgard, la serpiente de colores del Tiempo del Sueño... el arcoiris es un límite, un umbral, entre el sol y la lluvia. Sólo puedes apreciarlo cuando las condiciones son las precisas, y por más que trates de acercarte, nunca lo alcanzarás. No es de extrañar que siempre fuese considerado un presagio, bueno o malo, pero increíblemente poderoso.


Pero además, el arcoiris nos sirvió para aprender, para conocer mejor el mundo que nos rodea y la naturaleza de la luz. Gracias, entre otras cosas, a esa señal en el cielo, los hombres nunca dejaron de preguntarse por las relaciones entre la luz y el color, por los fenómenos ópticos y nuestra forma de percibirlos, por la misma esencia de la realidad y su significado.

No hace falta una olla llena de oro enterrada en su extremo. Perseguir el arcoiris nos ha hecho más sabios, pero también más humildes; más niños, y como especie, más ricos.


Fotos tomadas el  22 de enero desde mi ventana.

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