miércoles, 22 de septiembre de 2010

La trampa de la bondad (II): El altruísmo egoísta

Los comportamientos bondadosos normalmente se confunden con los comportamientos altruistas: Se considera siempre "bueno" hacer cosas por los demás, y prestarles ayuda, incluso aunque no sepamos si esa ayuda será adecuada u oportuna. La piedad, la compasión, la caridad... no sólo se convierten en muestras infalibles de bondad, sino que se identifican con ella.*

Dicen los teóricos de psicología social que todo altruismo es en el fondo egoísta, puesto que, sin nuestras acciones no nos hicieran sentirnos bien, no las llevaríamos a cabo, y que siempre que realizamos una acción recibimos una recompensa que condiciona su repetición en el futuro, no importa si dicha recompensa es algo material, o si se trata simplemente de la agradable sensación de sentirse benevolente y pensar en uno mismo como una buena persona.

Sin llegar tan lejos, es evidente que hay ocasiones en que preocuparse por los otros no es más que una forma diferente de complacernos a nosotros mismos, de sentirse superior por actuar de forma correcta o por ayudar a los demás. Olvidando que el objetivo de nuestra acción es el bienestar del otro, y juzgando su valor por la satisfacción que nos hace sentir a nosotros, en lugar de por lo que hemos podido aportar. El egoísmo que hay tras estas actitudes suele pasar desapercibido, sobre todo cuando se escuda en valores considerados universalmente "buenos", como la protección del indefenso o la renuncia personal, y es tanto más hipócrita en tanto se acaba utilizando al otro como objeto, como mero receptor, dejando de ser una persona para convertirse en espejo de nuestra virtud.
Y cuando pasamos por alto la identidad del otro, corremos el riesgo de empezar a pensar en los demás en términos de nuestros propios valores, y las palabras "por su propio bien", con todo lo que conllevan, ya no están lejos de nuestro horizonte mental.

Sentir compasión, compartir, ayudar, preocuparse por los demás, no tiene valor en sí mismo. Es la otra persona la que le dará significado, la que hará que valga la pena. Es en lo que se recibe en lo que debemos pensar, y no en lo que damos.


*Otras cualidades que también han llegado a esta identificación son, por ejemplo, la mansedumbre, la paciencia, el esfuerzo o la humildad. Es fácil ver que casi siempre se trata del mismo tipo de extremos.

1 comentarios:

Argonautas dijo...

Hola. Me parece interesante la cuestión que planteas, más de una vez lo he pensado también. Seguramente, la mayor parte de los actos llamados "bondadosos" no existirían si, con ellos, la parte actora no se "beneficie" al "sentirse bien" por hacerlo. No obstante, no se pueden entender todos así; muchas veces, y aludo a mi experiencia personal, no quieres hacerlo y, por alguna misteriosa razón, terminas hacíénolo, sabiendo que en el fondo lo que haces se supone que es bueno, pero sabiendo también que vas a pagar un precio por ello y no teniendo ninguna gana de pagarlo.

De todos modos, es muy complicado indagar en estos territorios con herramientas puramente cognitivas. Yo, también por simple experiencia personal, me conformaría con que con quienes tengo o pueda tener alguna relación simplemente vean que hacer "bien", o simplemente lo correcto, es bueno para ellos también, que "aprovecharse" de los demás termina afectando negativamente a uno mismo. Sólo con eso me conformaría, y tristemente he de decir, que (por mi experiencia directa), el panorama me parece bastante desalentador.

Es una pena, porque en ello no solo se va su tiempo de ellos (de quienes "obran mal"), también se va el de quien trata de "obrar bien". Y personalmente, es algo que me afecta mucho, me hace sentir, por más que uno intente darselo haciendo "el bien", como si mi existencia no tuviera sentido por culpa de todos quienes no han llegado a ese "estado mínimo" del que hablaba, que en mi experiencia particular, son legión.