miércoles, 1 de septiembre de 2010

La trampa de la bondad (I): Lo que no sabemos

La bondad está considerada como una gran virtud en muchas sociedades y culturas. Es lo más positivo que hay, dado que la bondad es, por definición, buena. O eso damos por sentado. Raro es a quien que no le gusta pensar en sí mismo como una buena persona, considerar que se mueve por los más elevados motivos, que su forma de tratar a los demás es la correcta, y que su comportamiento es el mejor posible.

Mucha gente, incluso trata activamente de "Hacer el Bien", normalmente tomando como meta cosas como no ser egoísta, preocuparse por los demás y apoyar las causas más elevadas y justas... sin plantearse que el Bien, con mayúscula, no existe, y que muchas veces los mejores principios, los actos más desinteresados y compasivos, los que parecen más buenos, pueden ser tremendamente erróneos vistos desde una perspectiva diferente.

Incluso cuando no nos engañamos a nosotros mismos, disfrazando de buenas cosas que no lo son, interpretando la realidad de manera que podamos sentir que estamos en lo correcto, o utilizando medios dudosos "por un bien superior" (qué palabras tan terroríficas), incluso cuando realmente nuestras acciones son benignas y generosas, sus consecuencias pueden no serlo.

No sólo se trata de si ayudamos a quien no desea ser ayudado, o si nuestros valores morales son certeros en lo que definen como bueno (recordemos que matar o morir en nombre de un Dios ha sido durante siglos el epítome de la bondad), sino, sobre todo, de la imposibilidad de saber, antes de actuar, si nuestro honesto acto de bondad resultará realmente en un bien, y en qué clase de bien, y para quién. Se trata de que no podemos reducir la realidad a parámetros tan simples, etiquetando las cosas como buenas o malas a priori y decidir a partir de esa etiqueta lo que debemos hacer y lo que no, sin tener en cuenta la existencia de muchos otros factores. No podemos simplemente atarnos a ideologías (religiosas, políticas, ecologistas...), dejando que sean éstas las que nos den la definición general del Bien y el Mal, una sencilla y cómoda, que sirva para todos los casos y nos permita sentirnos henchidamente satisfechos de nuestra propia bondad.

Porque hay mucho que no sabemos, muchas circunstancias, muchos puntos de vista del mismo acontecimiento. Rescatar a la gacela herida puede parecernos estupendo, pero, desde luego, no le parecerá lo mismo al león hambriento. Quizá el hombre al que ayudamos a entrar en el portal del que "ha perdido la llave" sea un simple ladrón. Quizá el perrito tan mono que sacamos de la calle tenga una enfermedad que se contagie a todos los otros perros del refugio de animales. Quizá el leve dolor de la ampolla que le evitamos con fuertes medicamentos al niño que se ha quemado un dedo haga que vuelva a jugar con fuego y sufra quemaduras peores. O quizá no. Cada vez que actuamos nos estamos arriesgando a equivocarnos, y como no podemos quedarnos sentados sin hacer nada, lo mínimo que podemos hacer es reflexionar sobre las circunstancias concretas y sus ramificaciones. "Ser bueno" no es una cuestión de tener un rutilante faro ético que nos guíe en la dirección correcta, sino de buscar la mejor forma de actuar posible, en cada caso concreto y cada vez.

La bondad por la bondad no puede ser la única guía de nuestras acciones. No nos creamos tan moralmente superiores por ser buenos, porque nunca sabremos si los frutos de nuestras benignas obras no serán peores que los de nuestra inacción. Preocupémonos por hacer el bien, sí, pero siempre mirando a quién, cuándo, y cómo.

2 comentarios:

Argonautas dijo...

Hola de nuevo. Muy interesantes y muy bien escritos tanto este artículo como el anterior; me he quedado con las ganas de intervenir en ese pero puedo decir algo en éste, aunque (ocurre en los dos pero quizás en éste más) trata temas muy complejos; muy apasionantes también.

Dejame empezar por tratar de refutar alguna de tus afirmaciones: "preocuparse por los demás y apoyar las causas más elevadas y justas... sin plantearse que el Bien, con mayúscula, no existe". Yo creo que sí existe, lo que ocurre es que no en este mundo, no como algo material o alcanzable directamente. Esto tiene claro paralelismo con el mundo platónico de las ideas, pero sería como cuando un avión vuela sobre un territorio montañoso; el avión va en línea recta (el Bien del mundo invisible) pero su sombra corre abrupta por la tierra (el bien, en minúsculas, del mundo terrenal, visible). Cualquier visión al respecto creo que es más una visión de creencia (valga la redundancia) que de conocimiento (aunque también tiene una justificación cognitiva; no podría existir algo que se manifestase de forma continua en la percepción de todos los sujetos, el bien con minúsculas, si ello no emanase de alguna categoría o concepto superior, el Bien con mayúsculas). Pero también creo que es necesario para cualquier persona plantearse este tipo de problemas, pues de ellos emana su entendimiento del mundo, de la vida, y a raíz de eso, de su forma de estar en él.

Es interesante también, en referencia al "bien" con minúsculas, cómo lo describes con la gacela salvada y el león hambriento. Creo que hay un medio que está al alcance de cualquiera para enfrentarnos a la difícil cuestión (como todas las cuestiones esenciales de la vida) del bien y el mal, y nace de nuestro interior. Todos tenemos conciencia, y creo que ella es la mejor brújula, no dogmática como cualquier sistema ideológico, religioso, etc., ante situaciones que se nos puedan presentar. Por ejemplo: yo salvaría a la gacela... jeje.

Un abrazo, muy buenos estos dos artículos.

Sibila dijo...

Hola, Argonauta. Siento haber tardado tanto en responderte, últimamente no estoy a todo lo que debería estar, hay épocas así... :P

Sí que es muy platónica, en el sentido más literal, tu idea de ese Bien superior. Yo, la verdad, no soy demasiado partidaria de poner los conceptos y valores más allá de nosotros mismos, excepto quizá si se pueden asumir como una meta inalcanzable pero a la que valiese la pena aproximarse asintóticamente.
Pero como bien dices, es una cuestión de creencias, y también de actitudes, lo relevante es la forma en que uno lo pone en práctica.

Guiarse por la conciencia individual es lo que propongo, pero ante todo, atendiendo a la situación concreta y sus posibles ramificaciones. Que nadie decida por nosotros, ni siquiera nuestros propios heurísticos. ;)

Me alegro de que te haya gustado, espero tener tiempo estos días para seguir ahondando en el tema.

Un saludo.