lunes, 26 de abril de 2010

En piel ajena

Hay muchas cosas que pueden aprenderse por lo que se ha dado en llamar condicionamiento vicario. Forma una parte importantísima del proceso de nuestra educación cuando somos niños. Observamos a otros realizar determinadas conductas, y las consecuencias que éstas tienen para ellos reducirán (si son negativas) o aumentarán (si son benficiosas) nuestra probabilidad de imitar ese comportamiento. Podemos también reproducir acciones de los demás hasta completar una tarea que por nosotros mismos, sin modelo a seguir, no hubiéramos sabido realizar.

Sin embargo, cuando se trata de tomar decisiones adultas y responsables, no nos valen las experiencias de los demás. Por similar que pueda parecer el dilema o el contexto a algo vivido por otra persona, nunca será idéntico. Hasta el consejo mejor intencionado obvia la importancia de nuestra experiencia interna, subjetiva, que es un factor tan relevante como cualquier otro parámetro de la situación.

A veces, incluso, otras personas disponen de información que nosotros no tenemos sobre elementos que están en juego, pero conocerla por boca de otros nunca sustituye a la propia percepción, y no sirve, en la mayoría de los casos, para prevenirnos o evitar que hagamos lo que nuestra propia iniciativa nos impulsa a hacer. No tiene sentido quejarse a posteriori diciendo "si hubiera sabido entonces lo que sé ahora...", porque lo cierto es que ese conocimiento proviene justamente de la experiencia de haber actuado sin saberlo. Puede que hasta fuera necesaria, imprescindible, para asimilar y grabar la enseñanza.

Los conocimientos y las vivencias de los demás pueden ayudarnos en algunas ocasiones, pero cuando llega la hora de andar nuestro propio camino y cruzar nuestras propias puertas, no hay más salida que arriesgarse al ensayo y error, pasarlo mal, equivocarnos, trastabillar, tropezar y caernos mil veces para poder levantarnos de nuevo. Hay cosas que no se aprenden en piel ajena.

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