lunes, 9 de noviembre de 2009

De relumbrón y oropel

No sé si es la sociedad actual, o el ser humano propiamente dicho, pero a veces me da la impresión de que se valora la apariencia cada vez más por sí misma, no ya porque sea señal de algo, sino simplemente por ser... bueno, aparente.

No es que sea nada nuevo, el caso es que últimamente lo veo por todas partes, y me da qué pensar.
Es una tendencia muy extendida, pero estos días me ha llamado la atención especialmente en el campo de los productos de estética. Alcanza su máxima expresión en cualquier anuncio de cremas, jabones, maquillaje o potingues varios: que recuerde ahora mismo, he visto productos con oro, caviar, seda, extracto de perla... ¿veis el patrón? Evidentemente, la gran mayoría de esos productos han sido testados farmacológicamente y, si bien no producen exactamente los efectos que promete la publicidad, tampoco es que dañen la piel. Pero qué casualidad que el oro y el caviar, además de ser muy caros y (por tanto) exclusivos, también tengan interesantes propiedades para el bienestar del organismo, más que, por ejemplo, el estaño o las judías verdes. O que las tengan las secreciones de una ostra (que es al fin y al cabo lo que son las perlas) pero no las de una almeja. ¿O no?*

Se llama efecto de halo, una especie de "atajo mental" propio de nuestro cerebro por el cual agrupamos todas las características que percibimos de una misma cosa y las evaluamos en conjunto partiendo de lo que sabemos de una sola de ellas, normalmente la primera que conocemos o la más llamativa. Si lo primero que percibimos de alguien es belleza física, tenderemos a encontrar a esa persona más simpática, agradable, e incluso más inteligente que a otra menos agraciada. Si escuchamos primero una voz chirriante y desagradable a nuestra espalda, al presentarnos a esa persona la encontraremos menos atractiva, menos simpática.
De la misma forma, si el oro, las perlas o la seda están ya catalogados en nuestra mente como algo hermoso, escaso y valioso, asociamos esas mismas cualidades a los productos que los contienen y los utilizamos, porque queremos tenerlas también.

La espiritualidad adolece también de su propio efecto de halo. Tendemos a considerar a las cosas llamativas, exóticas, inusuales o desconocidas, como más deseables, más fascinantes, más "mágicas".
Nos parece más sabio alguien que se autotitula maestro, con túnica bordada y amuletos arcanos, hablando con palabras que no entendemos, que un amigo en vaqueros que se exprese en un lenguaje llano y comparta con nosotros su aprendizaje sin pretender ser un experto. Consideramos los chakras y las runas signos de un enorme saber perdido, y catalogamos los cuentos infantiles de entretenimiento irrelevante. Hablamos con reverencia de la Biblioteca de Alejandría y nunca hemos entrado en la de nuestra ciudad.

Y esto también causa que algunas personas, cuando empiezan a andar una senda espiritual, traten de proyectar primero la imagen de ser diferentes, antes que preocuparse de aprender qué es lo que realmente les distingue de personas que siguen otros caminos y, sobre todo, qué les une a ellos. La apariencia antes que la esencia, porque la apariencia es lo que primero ha llamado la atención, y además es lo más fácil de conseguir, lo más fácil de copiar, ya que no hace falta saber qué significa. Los objetos y parafernalia "místicos", el lenguaje ampuloso pero insustancial, las referencias a "misteriosos secretos" sin nada detrás, e incluso el disfrazar de enseñanzas las más evidentes perogrulladas. Y después, otros muchos confunden esa apariencia con la auténtica esencia, y pierden el camino atraídos por el brillo del oropel, arrastrados por el canto de sirena del efecto de halo: "Parece que sabe, así que debe ser sabio. Si no comparte ese saber es porque no estoy preparado. Si cuando lo comparte me parece una tontería es que no lo he entendido bien, o que no soy digno".

Así que compramos la crema con partículas de oro, cuanto más cara, mejor, y reverenciamos a los maestros que nos hablan de símbolos secretos y civilizaciones perdidas, cuanto más artificiosamente, mejor. Y mientras tanto, las cremas que hacen la misma función a mucho menor precio cogen polvo en la estantería, y los verdaderos maestros y las auténticas enseñanzas se deslizan en silencio a nuestro lado y pasan de largo sin que les echemos una sola mirada.
Despreciamos los diamantes sin pulir porque los vidrios rotos brillan más.


*Sí, sé que también está la baba de caracol... de hecho, eso es también un ejemplo de efecto de halo, sólo que las cualidades a asociar son "natural", "ecológico", o "verde". Pero eso es otra historia, y debe ser contada en otra ocasión. ;)

6 comentarios:

Violeta dijo...

jajajj, ese asterisco, me he tenido que reír... jeje :)
Oye, currado el post, eh? Siento que cada vez estás consiguiendo más peso de Alma Antigua, no sé, una impresión: un halo -de misterio- ;p Ahora en serio, sí, te creces, y me ha dado qué pensar lo que has puesto; porque yo siempre consideré lo contrario, que la naturaleza compensaba: a más guapa menos inteligente y así. Claro que era un prejuicio, por supuesto, así que no real. Traspasar las apariencias para mí es ir hacia la inteligencia transpersonal. Releo tu texto, quiero rumiarlo.

Anónimo dijo...

Aanda qué interesante. Tiene sentido, en verdad.

Vaelia dijo...

Una verdad como una catedral, lo que debería resultarnos una ventaja perceptiva termina convirtiéndose en una trampa que nosotros solos nos ponemos a la hora de observar las cosas tal como son.

Aunque suene a fuera de tema pasa mucho con los animales, uno ve pelito suave y se imagina que en lugar de un animal salvaje se encuentra frente a una especie de peluche con animación. Luego la gente trata de tener mapaches en su casa... y termina hororizándose. Creo que no sería exagerado hacer el paralelismo con las entidades que ciertas personas tratan de invitar a sus rituales :P

Sibila dijo...

Violeta: Muchas gracias, aunque yo creo que simplemente soy de trayectoria irregular. :P
El efecto de halo pasa con todo, no sólo con la belleza. Si lo primero que sabes de una persona es que es inteligente o simpática y valoras eso positivamente, cuando la veas la encontrarás más atractiva (Pasa mucho con los actores de cine, hay chicas que encuentran increíblemente sexys a señores que por la calle no se pararían jamás a mirar, porque lo primero que supieron es que son famosos).

Merisusa: Me alegro que te interese. Es una de esas cosas que marca nuestra forma de eprcibir el mundo, sin que nos demos cuenta. Sabiéndolo, podemos luchar contra ese efecto, aunque no siempre nos salga.

Vae: La evolución tiene muchas trampas similares... lo que en una circunstancia nos salva la vida, en otra nos limita. No había pensado en lo de los animales, pero tienes toda la razón. Y no sólo es aplicable a las entidades, sino también a muchas cosas que dejamos entrar en nuestra vida con total desparpajo, más por lo que imaginamos que son que por lo que realmente sabemos. Y luego pasa lo que pasa...

Un saludo a todas. :)

Francis Ashwood dijo...

Sibila, Vae... Otra lección más que deberían aprender los de la New Age.

Hoy en día tenemos elementos y conocimiento de sobra para -cuanto menos- ser razonables, coherentes y tener sentido común. Creo que ahora el problema es que sobra tanto que no se ven las cosas verdaderamente cruciales.

Sibila dijo...

Sí que hay demasiado de sobra, los adornos nos distraen de lo esencial. Y el mayor problema es que al final los adornos son lo único que se ve y se convierten en lo que la gente busca, convencidos de que hay algo debajo de esa apariencia demasiado misterioso para poder ser visto... cuando hace tiempo que lo poco que tenían de real no está ahí.