jueves, 29 de octubre de 2009

Noche de muertos

El rayo centelleó e incendio los bosques. Un hombre-mono tomó a la carrera una rama ardiendo y la clavó en unas fauces de dientes afilados. El tigre aulló de dolor y escapó. El hombre-mono, con un resoplido triunfal, arrojó la rama llameante a un montón de hojas otoñales acumuladas en la caverna. Otros hombres se acercaron a calentarse las manos al fuego, riéndose de la noche donde acechaban los ojos amarillos de las bestias, atemorizadas.

–¿Veis, muchachos? –Las llamas se reflejaban, inquietas, en el rostro de Mortajosario.– Los días del Largo Frío han concluido. Gracias a este valiente, a este hombre que piensa por primera vez, el estío habita en la caverna del invierno.

–Pero –dijo Tom– ¿qué tiene que ver esto con el Día de los Muertos?

–¿Qué tiene que ver? Bueno, por mis huesos, todo. Cuando tú y tus amigos os morís todos los días, no hay tiempo para pensar en la Muerte ¿verdad? Sólo tiempo para correr. Pero cuando ya por último dejáis de correr... -Tocó los muros.

Los hombres-monos quedaron paralizados en mitad de un movimiento.

–...ahora tenéis tiempo de pensar de dónde venís, adonde vais. Y el fuego alumbra el camino, muchachos. El fuego y el relámpago. Los luceros que brillan al alba. Un fuego protector en vuestra propia caverna. Sólo a la luz de las hogueras nocturnas pudo por fin el cavernícola, el hombre-bestia, ensartar pensamientos en una vara y ponerlos al fuego aderezándolos con un zumo de inquietud. El sol moría en el cielo. El invierno llegaba como una gran bestia blanca, sacudiendo la pelambre, y enterraba al sol. ¿Regresaría alguna vez la primavera?

¿Renacería el sol con el nuevo año o seguiría muerto? Los egipcios se lo preguntaron. Los cavernícolas se lo preguntaron un millón de años antes. ¿Saldrá el sol mañana cuando amanezca?

–¿Y es ese el origen de la Noche de las Brujas?

–Esas largas meditaciones nocturnas, muchachos. Y siempre allí, en el centro, el fuego. El sol. El sol sucumbiendo para siempre bajo el cielo frío, aterrorizando al hombre primitivo. Aquella era la Gran Muerte. Si el sol desaparecía para siempre, entonces ¿qué?

Y a mediados del otoño, mientras todo moría, los hombres-monos se agitaban en sueños, recordaban a los muertos del año anterior. Los espectros llamaban desde dentro de las cabezas. Recuerdos, eso son los espectros, pero los hombres-monos no lo sabían. Detrás de los párpados, en las horas tardías de la noche, aparecían los espectros de la memoria, saludaban, bailaban, y entonces los hombres-monos despertaban, echaban ramitas al fuego, lloraban, se estremecían. Podían ahuyentar a los lobos, pero no a los recuerdos, no a los fantasmas. Entonces se acurrucaban, rezaban pidiendo que llegase la primavera, vigilaban el fuego, agradecían a dioses invisibles las cosechas de frutos y bayas.

¡Noche de Brujas, en verdad! Hace un millón de años, en el otoño, en una caverna, con las cabezas pobladas de fantasmas, y el sol perdido.

Ray Bradbury, El árbol de las brujas


Todos tenemos fantasmas en la mente, temores personales en los que no solemos pensar durante el día, pero que a veces nos asaltan en la oscuridad. Miedos que tratamos de erradicar de nuestras vidas, de olvidarlos, borrarlos como si fuesen meras pesadillas que se evaporan con la luz de la mañana.
Huimos de nuestros temores, y así se vuelven más ominosos. Tratamos de no pensar en nada malo, de "no comernos el coco", llenando cada minuto con luces, colores, música, imágenes en movimiento, compañía o multitud, tareas, actividades. Huimos de la calma y del interior de nuestra propia mente, porque tememos lo que puede aguardarnos allí. Y mientras más nos empeñamos en negar lo desagradable, más miedo nos produce el recordar, de repente, su existencia.

Porque la vida es así. El dolor existe, la muerte llega, los accidentes ocurren, las cosas malan pasan, sin más. Y no podemos evitarlo todo. Podemos protegernos, pero nunca podremos estar totalmente a salvo. Y cuando algo malo se acerca, o cuando se ha instalado en nuestra vida, negar su existencia, como niños que cierran los ojos pensando que así nadie les verá, no sirve de nada.
Creemos que no pensar en las cosas que nos asustan las alejará de nosotros, cuando lo único que conseguimos es no estar preparados para el día en que, indefectiblemente, llegarán.

Los pueblos antiguos lo sabían. Temían, a grandes rasgos, las mismas cosas que hoy tememos nosotros: la enfermedad, el hambre, la guerra, los desastres naturales, el frío, el dolor, la muerte... pero ellos sabían que todas esas cosas formaban parte de la vida. Hacían plegarias para que se mantuvieran lejos, pero sabían que vivían bajo su sombra y que tarde o temprano tendrían que enfrentarlos.

Tomemos un momento en esta fiesta de Samhain para reflexionar sobre nuestros temores. Para tomar conciencia y asumir que siempre habrá cosas que no podremos controlar. Para tratar de conocer la oscuridad y de convertir el miedo irracional en prudente respeto. Para recordarnos que el sol siempre vuelve a salir, pero para ver la luz primero hay que atravesar la noche.

4 comentarios:

Juan A. dijo...

Impresionante, querida amiga. La oscuridad es hermosa, creativa... y está poblada de monstruos y pesadillas.

Qué sería de nosotros sin ellos?

Besos.

Sibila dijo...

No seríamos humanos, sin duda. No tendríamos nada que nos espoleara hacia adelante. Hasta que no se oculta el sol no se pueden ver las estrellas. ;)

Un saludo.

Vaelia dijo...

"El árbol de las brujas" debería ser lectura obligatoría, al menos en algún momento de nuestra vida... Precisamente el fragmento publicado en su día me hizo reconsiderar definitivamente cómo debería celebrar el Solsticio de Invierno.

"Hay que atravesar la noche", sí, hay que hacerlo, aunque sea helada, y nos encontremos tan solos como el Ermitaño del Tarot, con la única guía de nuestro propio faro. Hay lecciones que de las que no podemos evadirnos, si realmente queremos el conocimiento.

Gracias de nuevo,
Vae.

PD: Ya que estamos "El Segador" de Pratchett también es altamente recomendable en estas fechas.

Sibila dijo...

Es una gran lección, el cuento completo. Este fragmento me pareció el más llamativo porque encajó con lo que he andado pensando últimamente, pero sí que vale la pena repasarlo cada cierto tiempo.

Y gracias por tus palabras sobre el Ermitaño. Creo que va siendo hora de encender el candil.

Un abrazo.

PD: El Segador es un libro maravilloso. Esa cosechadora me daba hasta escalofríos.