viernes, 30 de octubre de 2009

[En otras palabras] Hundiré mis manos aquí, en este mar que no existe...

Hablemos del mar, del viento, del camino, de la oscuridad. Compartamos el temor y la esperanza... todo lo que se alza cuando la noche se alza.

Ansí tu mudo pueblo esté seguro
(…) honrando largos mares.

Francisco de Quevedo

Hundiré mis manos aquí, en este mar que no existe,
hundiré las hojas ávidas y el verso vertical que nació espada,
la tinta de helecho virgen, las sílabas furtivas que iban diciendo: sálvame,
y el amor como un vino escrito.

Hundiré mis dedos, las lianas vivas y los pólipos que enmudecen en mis dedos,
las flores graves que coronan a los reptiles que amo,
el liquen del sueño que maduran las serpientes más favorables,
el corazón pintado de blanco, hasta morir,
la garganta del día y sus branquias de oro.

Hundiré mis manos en noche que no existe sobre un mar que no existe,
mi garganta entre anzuelos de la flora marítima,
en agua ebria y en buques como pájaros,
en aquello que no será posible,
en todo lo que se alza cuando la noche se alza,
cuando encalla su cornamenta de ciervo temible y solloza,
estrofa antílope o estrella en metro antiguo,
y andará la locura como un óleo escarlata,
ala o aceites rojos sobre la superficie de cierta oscuridad,
de océano ninguno.

Hundiré mis manos en este lugar leve donde duermen secretas las marinas flamígeras,

y hablemos de las direcciones y de las cosas de la muerte,
y de sus rutas, y de sus atrios abrasados.

Blanca Andreu

jueves, 29 de octubre de 2009

Noche de muertos

El rayo centelleó e incendio los bosques. Un hombre-mono tomó a la carrera una rama ardiendo y la clavó en unas fauces de dientes afilados. El tigre aulló de dolor y escapó. El hombre-mono, con un resoplido triunfal, arrojó la rama llameante a un montón de hojas otoñales acumuladas en la caverna. Otros hombres se acercaron a calentarse las manos al fuego, riéndose de la noche donde acechaban los ojos amarillos de las bestias, atemorizadas.

–¿Veis, muchachos? –Las llamas se reflejaban, inquietas, en el rostro de Mortajosario.– Los días del Largo Frío han concluido. Gracias a este valiente, a este hombre que piensa por primera vez, el estío habita en la caverna del invierno.

–Pero –dijo Tom– ¿qué tiene que ver esto con el Día de los Muertos?

–¿Qué tiene que ver? Bueno, por mis huesos, todo. Cuando tú y tus amigos os morís todos los días, no hay tiempo para pensar en la Muerte ¿verdad? Sólo tiempo para correr. Pero cuando ya por último dejáis de correr... -Tocó los muros.

Los hombres-monos quedaron paralizados en mitad de un movimiento.

–...ahora tenéis tiempo de pensar de dónde venís, adonde vais. Y el fuego alumbra el camino, muchachos. El fuego y el relámpago. Los luceros que brillan al alba. Un fuego protector en vuestra propia caverna. Sólo a la luz de las hogueras nocturnas pudo por fin el cavernícola, el hombre-bestia, ensartar pensamientos en una vara y ponerlos al fuego aderezándolos con un zumo de inquietud. El sol moría en el cielo. El invierno llegaba como una gran bestia blanca, sacudiendo la pelambre, y enterraba al sol. ¿Regresaría alguna vez la primavera?

¿Renacería el sol con el nuevo año o seguiría muerto? Los egipcios se lo preguntaron. Los cavernícolas se lo preguntaron un millón de años antes. ¿Saldrá el sol mañana cuando amanezca?

–¿Y es ese el origen de la Noche de las Brujas?

–Esas largas meditaciones nocturnas, muchachos. Y siempre allí, en el centro, el fuego. El sol. El sol sucumbiendo para siempre bajo el cielo frío, aterrorizando al hombre primitivo. Aquella era la Gran Muerte. Si el sol desaparecía para siempre, entonces ¿qué?

Y a mediados del otoño, mientras todo moría, los hombres-monos se agitaban en sueños, recordaban a los muertos del año anterior. Los espectros llamaban desde dentro de las cabezas. Recuerdos, eso son los espectros, pero los hombres-monos no lo sabían. Detrás de los párpados, en las horas tardías de la noche, aparecían los espectros de la memoria, saludaban, bailaban, y entonces los hombres-monos despertaban, echaban ramitas al fuego, lloraban, se estremecían. Podían ahuyentar a los lobos, pero no a los recuerdos, no a los fantasmas. Entonces se acurrucaban, rezaban pidiendo que llegase la primavera, vigilaban el fuego, agradecían a dioses invisibles las cosechas de frutos y bayas.

¡Noche de Brujas, en verdad! Hace un millón de años, en el otoño, en una caverna, con las cabezas pobladas de fantasmas, y el sol perdido.

Ray Bradbury, El árbol de las brujas


Todos tenemos fantasmas en la mente, temores personales en los que no solemos pensar durante el día, pero que a veces nos asaltan en la oscuridad. Miedos que tratamos de erradicar de nuestras vidas, de olvidarlos, borrarlos como si fuesen meras pesadillas que se evaporan con la luz de la mañana.
Huimos de nuestros temores, y así se vuelven más ominosos. Tratamos de no pensar en nada malo, de "no comernos el coco", llenando cada minuto con luces, colores, música, imágenes en movimiento, compañía o multitud, tareas, actividades. Huimos de la calma y del interior de nuestra propia mente, porque tememos lo que puede aguardarnos allí. Y mientras más nos empeñamos en negar lo desagradable, más miedo nos produce el recordar, de repente, su existencia.

Porque la vida es así. El dolor existe, la muerte llega, los accidentes ocurren, las cosas malan pasan, sin más. Y no podemos evitarlo todo. Podemos protegernos, pero nunca podremos estar totalmente a salvo. Y cuando algo malo se acerca, o cuando se ha instalado en nuestra vida, negar su existencia, como niños que cierran los ojos pensando que así nadie les verá, no sirve de nada.
Creemos que no pensar en las cosas que nos asustan las alejará de nosotros, cuando lo único que conseguimos es no estar preparados para el día en que, indefectiblemente, llegarán.

Los pueblos antiguos lo sabían. Temían, a grandes rasgos, las mismas cosas que hoy tememos nosotros: la enfermedad, el hambre, la guerra, los desastres naturales, el frío, el dolor, la muerte... pero ellos sabían que todas esas cosas formaban parte de la vida. Hacían plegarias para que se mantuvieran lejos, pero sabían que vivían bajo su sombra y que tarde o temprano tendrían que enfrentarlos.

Tomemos un momento en esta fiesta de Samhain para reflexionar sobre nuestros temores. Para tomar conciencia y asumir que siempre habrá cosas que no podremos controlar. Para tratar de conocer la oscuridad y de convertir el miedo irracional en prudente respeto. Para recordarnos que el sol siempre vuelve a salir, pero para ver la luz primero hay que atravesar la noche.

lunes, 26 de octubre de 2009

[Arte] Itálica


Muy cerca de Sevilla, en Santiponce, se conservan aún las ruinas de la que fue la primera ciudad fundada por los romanos en Hispania: Itálica. Los legionarios se establecieron en el lugar, a principios del s. III a. C., y el asentamiento se convirtió en pueblo, en ciudad. Creció, prosperó, fue cuidada y embellecida, tuvo tal importancia que entre sus muros nacieron dos hombres que llegaron a ser grandes emperadores...



Y pasó el tiempo. Itálica cayó en decadencia, como el propio Imperio, convertida en terreno baldío o cantera, expoliada, olvidada. Un montón de ruinas, viejas piedras que sólo unos cuantos locos podían tener interés en observar o conservar.



Pero siguió pasando el tiempo. Y con él cambiaban las ideas y las costumbres. Ya en el siglo XIX, conocer el pasado era importante para mucha gente. Y entonces, junto con otros lugares abandonados y minusvalorados, se volvieron los ojos a Itálica , un tesoro al que casi nadie antes había prestado atención. Y empezaron las excavaciones, los estudios, el cuidado, el respeto. La emoción de sacar a la luz, poco a poco, parte de lo perdido.




Empezaron a escucharse entre las piedras derruidas las viejas voces romanas, los viejos mitos a salir de entre el polvo, los viejos tiempos a tendernos la mano a través de los siglos. Empezamos a descubrir, y con ello, empezamos recordar.


Fotos tomadas en las ruinas de Itálica en este mes de octubre (a excepción de las imágenes de los mosaicos, sacadas de postales porque mi cámara no les hace justicia).

Más Información:

Itálica en la Wikipedia
Itálica en el Portal de Museos y Conjuntos Arqueológicos y Monumentales de Andalucía

miércoles, 21 de octubre de 2009

[En otras palabras] Canción a las ruinas de Itálica


Poco queda del pasado. Poco recordamos, poco averiguamos, casi nada sabemos con certeza. Pero en algunos lugares, si guardamos silencio, podemos escuchar a las antiguas piedras susurrarnos secretos...



CANCIÓN A LAS RUINAS DE ITÁLICA

Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa.
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Sólo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelas cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impío honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo, representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago!

¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¿Dónde, pues fieras hay, está, el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
mas aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos,
y miran tan confusos lo presente,
que voces de dolor el alma siente,
Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna y la que baña
el mar, también vencido, gaditano.

Aquí de Elio Adriano,
de Teodosio divino,
de Silo peregrino,
rodaron de marfil y oro las cunas;
aquí, ya de laurel, ya de jazmines,
coronados los vieron los jardines,
que ahora son zarzales y lagunas.
La casa para el César fabricada
¡ay!, yace de lagartos vil morada;
casas, jardines, césares murieron,
y aun las piedras que de ellos se escribieron.


Fabio, si tú no lloras, pon atenta
la vista en luengas calles destruidas;
mira mármoles y arcos destrozados,
mira estatuas soberbias que violenta
Némesis derribó, yacer tendidas,
y ya en alto silencio sepultados
sus dueños celebrados.
Así a Troya figuro,
así a su antiguo muro,
y a ti, Roma, a quien queda el nombre apenas,
¡oh patria de los dioses y los reyes!
Y a ti, a quien no valieron justas leyes,
fábrica de Minerva, sabia Atenas,
emulación ayer de las edades,
hoy cenizas, hoy vastas soledades,
que no os respetó el hado, no la muerte,
¡ay!, ni por sabia a ti, ni a ti por fuerte.

Mas ¿para qué la mente se derrama
en buscar al dolor nuevo argumento?
Basta ejemplo menor, basta el presente,
que aún se ve el humo aquí, se ve la llama,
aun se oyen llantos hoy, hoy ronco acento;
tal genio o religión fuerza la mente
de la vecina gente,
que refiere admirada
que en la noche callada
una voz triste se oye que llorando,
«Cayó Itálica», dice, y lastimosa,
eco reclama «Itálica» en la hojosa
selva que se le opone, resonando
«Itálica», y el claro nombre oído
de Itálica, renuevan el gemido
mil sombras nobles de su gran ruina:
¡tanto aún la plebe a sentimiento inclina!

Esta corta piedad que, agradecido
huésped, a tus sagrados manes debo,
les do y consagro, Itálica famosa.
Tú, si llorosa don han admitido
las ingratas cenizas, de que llevo
dulce noticia asaz, si lastimosa,
permíteme, piadosa
usura a tierno llanto,
que vea el cuerpo santo
de Geroncio, tu mártir y prelado.
Muestra de su sepulcro algunas señas,
y cavaré con lágrimas las peñas
que ocultan su sarcófago sagrado;
pero mal pido el único consuelo
de todo el bien que airado quitó el cielo
Goza en las tuyas sus reliquias bellas
para envidia del mundo y sus estrellas.

Rodrigo Caro

lunes, 19 de octubre de 2009

El ocaso

El sol se pierde lentamente tras el horizonte, para que podamos disfrutar del tiempo de reposo, confiados en que mañana volverá a amanecer, y, con la nueva luz, todo será igualmente nuevo.






Fotos tomadas desde el mirador Paso del Aire, en la Sierra de Cazorla

viernes, 16 de octubre de 2009

[En otras palabras] El acero inclemente de la utopía

Y siempre me voy, y siempre vuelvo, y siempre estoy en medio de un viaje... pero todavía puedo, todavía hay tiempo, de conocer nuevos mundos, y de encontrar el camino de regreso.

EL ACERO INCLEMENTE DE LA UTOPÍA

siempre he pensado
que podía volver

naves pesadas desgarrador naufragio
y yo pensaba que podía volver

todo en torno me volvía la cara
la noche y el día me daban lo mismo
lo amargo y lo dulce me parecían iguales
hacía mucho que madre en su llanto
me había enterrado
pero yo pensaba
que aún podía volver

con las últimas fuerzas,
azotaba las últimas fuerzas
con las alas y el cuerpo
repletos de flechas
y seguía pensando
que podía volver

me iba alejando
me alejaba temblando de cólera
me estoy alejando al repetir obsesivamente
que todavía puedo,
que todavía puedo volver

Dorin Popa

lunes, 12 de octubre de 2009

La historia de los árboles

El hombre pone piedra sobre piedra y hace un castillo; siembra en la tierra y hace un bosque. Elija cada uno lo que prefiera, pero el más pequeño bosque será siempre mayor que el castillo más grande. Aunque no tenga más historia que la de sus árboles.

José Saramago, Viaje a Portugal
(citado en La Memoria del Bosque, de Ignacio Abellá)

La historia de los árboles dice tanto como la de las piedras.
Están ahí, unos y otras, testigos del pasado a los que, a veces, podemos convencer para que nos susurren algo de lo que han visto suceder. Mientras permanezcan en pie estaremos conectados por un hilo casi intangible a quienes nos precedieron y andaron los mismos caminos que tratamos de recorrer hoy.
Pero las piedras se derrumban y los árboles se talan. Y aunque la piedra perdida aún pueda contarnos sobre quién la talló, un árbol una vez caído desaparece para la memoria, y todos perdemos, con él, un poco de nuestro pasado.

viernes, 9 de octubre de 2009

[En otras palabras] Naciendo en los bosques

Renaciendo, y avanzando, paso a paso hacia adelante. Luchando para que cada lágrima del pasado sea mañana una semilla.

NACIENDO EN LOS BOSQUES

Cuando el arroz retira de la tierra
los granos de su harina,
cuando el trigo endurece sus pequeñas caderas y levanta su rostro de mil manos,
a la enramada donde la mujer y el hombre se enlazan acudo,
para tocar el mar innumerable
de lo que continúa.

Yo no soy hermano del utensilio llevado en la marea
como en una cuna de nácar combatido:
no tiemblo en la comarca de los agonizantes despojos,
no despierto en el golpe de las tinieblas asustadas
por el ronco pecíolo de la campana repentina,
no puede ser, no soy el pasajero
bajo cuyos zapatos los últimos reductos del viento palpitan
y rígidas retornan las olas del tiempo a morir.

Llevo en mi mano la paloma que duerme reclinada en la semilla
y en su fermento espeso de cal y sangre
vive agosto,
vive el mes extraído de su copa profunda:
con mi mano rodeo la nueva sombra del ala que crece:
la raíz y la pluma que mañana formarán la espesura.

Nunca declina, ni junto al balcón de manos de hierro
ni en el invierno marítimo de los abandonados, ni en mi paso tardío,
el crecimento inmenso de la gota, ni el párpado que quiere ser abierto:
porque para nacer he nacido, para encerrar el paso
de cuanto se aproxima, de cuanto a mi pecho golpea como un nuevo corazón tembloroso.

Vidas recostadas junto a mi traje como palomas paralelas,
o contenidas en mi propia existencia y en mi desordenado sonido
para volver a ser, para incautar el aire desnudo de la hoja
y el nacimiento húmedo de la tierra en la guirnalda: hasta cuándo
debo volver y ser, hasta cuándo el olor
de las más enterradas flores, de las olas más trituradas
sobre las altas piedras, guardan en mí su patria
para volver a ser furia y perfume?

Hasta cuándo la mano del bosque en la lluvia
me avecina con todas sus agujas
para tejer los altos besos del follaje?
Otra vez
escucho aproximarse como el fuego en el humo,
nacer de la ceniza terrestre,
la luz llena de pétalos,
y apartando la tierra
en un río de espigas llega el sol a mi boca
como una vieja lágrima enterrada que vuelve a ser semilla.

Pablo Neruda

miércoles, 7 de octubre de 2009

Tempus Fugit

Existe una cosa muy misteriosa, pero muy cotidiana. Todo el mundo participa de ella, todo el mundo la conoce, pero muy pocos se paran a pensar en ella. Casi todos se limitan a tomarla como viene, sin hacer preguntas. Esta cosa es el tiempo.

Hay calendarios y relojes para medirlo, pero eso significa poco, pues todos sabemos que, a veces, una hora puede parecernos una eternidad, y otra, en cambio, pasa en un instante; depende de lo que hagamos durante esa hora.

Porque el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón.

Michael Ende, Momo

Wen reflexionó sobre la naturaleza del tiempo y entendió que el universo se recrea de nuevo, instante tras instante. Por tanto, comprendió que en verdad no existe el pasado, únicamente un recuerdo del pasado. Cuando se parpadea, el mundo que se ve al abrir los ojos no existía al cerrarlos. Por tanto, dijo él, el único estado apropiado en la mente es la sorpresa. El único estado apropiado en el corazón es el gozo. El cielo que estás viendo ahora nunca lo habías visto antes. El momento perfecto es ahora. Alégrate de ello.

Terry Pratchett, Ladrón del Tiempo


Cada segundo es un regalo, cada día una bendición. A cada cual corresponde decidir qué hacer con su tiempo, pero vale la pena recordar que la flor horaria que en este momento se marchita no volverá a florecer.

viernes, 2 de octubre de 2009

[En otras palabras] Rescates

Hay cosas que nunca cambian... quizá simplemente están ahí para que, con el tiempo, aprendamos a apreciarlas de la manera en que antes no podíamos. Para aprender a celebrar lo que siempre hemos tenido.


RESCATES

muriendo de costumbre
y llorando de oído

César Vallejo

Este regreso no era obligatorio
sin embargo
la mano encuentra su cuchara
el paso su baldosa
el corazón su golpe de madera
el abrazo su brazo o su cintura
la pregunta su alguien
los ojos su horizonte
la mejilla su beso o su garúa
el orgullo su dulce fundamento
el pellejo su otoño
la memoria su rostro decisivo
los rencores su vaina
el reloj su lujuria tempranera
el dolor su no olvido o su neblina
el paladar sus uvas
el loor su desastre
la nostalgia su lecho

o sea
perdón vallejo
aquí estoy otra vez
viviendo de costumbre
celebrando de oído


Mario Benedetti