lunes, 8 de junio de 2009

La primera cosecha

Una de las cosas que la mayoría de los paganos tenemos en común, es que tratamos de vivir de acuerdo con los ciclos naturales.

Sin embargo, muchas veces tenemos una idea demasiado superficial de estos ciclos, y se nos olvida una cosa muy importante: que no son siempre idénticos. De un punto geográfico a otro, a veces incluso aunque estén relativamente próximos, hay diferencias de situación y de clima (nubosidad, corrientes, horas de sol...)  que hacen que el ritmo natural tenga variaciones, y que las fechas en la que se producen determinados procesos y/o fenómenos no sean las mismas.
Cuando investigamos de manera académica sobre una espiritualidad tan ligada a la tierra como son los diferentes senderos del paganismo, corremos el riesgo de centrarnos en los datos y olvidar, perdiendo de vista el conjunto, que esos datos fueron recopilados en un momento y lugar específicos, y que pueden no ser completamente extrapolables a nuestra situación geográfica, cultural o individual.

El deshielo no llega al mismo tiempo a toda Europa. Hay países que tienen un invierno más largo, países en los que apenas dura unas semanas, y zonas que ni siquiera tienen algo que merezca llamarse invierno. El tiempo que las semillas toman para germinar no será igual en un área seca que en una rica en lluvias. La época en que el mar adquiere una temperatura tolerable para el baño varía muchísimo de zona de una costa a otra, no hablemos ya de si se trata del Mediterráneo o el Atlántico.

Y cada año, además, es diferente. Los hay más cálidos, más fríos, de nieve abundante y de sequía, de temperaturas extremas y estaciones suaves. Hacer las cosas mirando el calendario, porque se supone que deben hacerse en una fecha exacta, puede ser muy impreciso, y hasta contraproducente. Si realmente queremos conectar con los ciclos vitales, salgamos afuera, y contemplemos la naturaleza. Incluso en una gran ciudad hay plantas, árboles, animales... que pueden darnos pistas, pero no es tan difícil salir de vez en cuando de entre los edificios, y buscar un lugar donde observar.

Para encontrarse con la naturaleza, con la vida, no hace falta ir a un lugar idílico y perfecto donde el sol brille, el cielo sea prístinamente azul, los riachuelos murmuren y los pájaros canten. Basta con apartarnos un poco de nuestro camino, ir a algún parque o a las afueras, y sentir lo que está pasando: si la tierra bulle de vida o si está recogida en reposo, si las plantas se visten de colores o dejan caer sus hojas, si la hierba a los costados del camino verdea intensamente o está ya agostada por el calor.

Hoy, para mí, ha llegado la primera cosecha. ¿Ya tenéis vosotros algún campo listo para recoger?

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