lunes, 13 de octubre de 2008

La mente, el cuerpo y el mundo (II): El lenguaje del cuerpo

Conozco muchas personas que no son capaces de escucharse a sí mismas. Gente que se pone nerviosa y no se da cuenta, que actúa de una determinada manera sin saber por qué lo hace, que se encuentra mal y no es capaz de encontrar el motivo... En realidad, supongo que son cosas que nos han pasado a todos alguna vez.

Y es que aunque no pensemos en ello, o no queramos creerlo (pues muchas veces nos provoca una suerte de indefensión el pensar que hay cosas, incluso en nosotros mismos, que no podemos controlar), nuestras decisiones conscientes, los actos que hacemos voluntariamente, los movimientos que realizamos a propósito, se acompañan de otras muchas cosas sobre las que nuestra mente tiene influencia, pero no poder absoluto.

Tomemos el ejemplo de un momento de tensión. Sentimos una vaga desazón, de la que somos conscientes (aunque a veces no plenamente), pero, aparte de eso... ¿qué más está ocurriendo? Quizá se nos acelere el corazón, sintamos que nos falta el aire o respiremos más superficialmente y con mayor rapidez, quizá nos suden las manos o nos tiemblen las piernas. Puede que queramos decir algo y se nos quiebre la voz.

En momentos como ése, nuestro cuerpo toma el control, y nuestra mente, tan lógica, tan racional, sólo sabe que se encuentra mal y que desea evitar ese lugar, situación, objeto, persona... que provoca tan desagradable sensación. Muchas veces, si preguntas a una persona qué le sucede en esas situaciones (por qué nunca sube a un ascensor, por ejemplo, o por qué evita hablar en público), sólo sabrá responder con vagas expresiones como "no me gusta", "me da vergüenza" o incluso "me da miedo". Sabes que te encuentras intranquilo, sabes que no te sientes bien, pero no conoces el motivo. Y a veces, con el tiempo, esa ligera ansiedad se convierte en auténtico temor, y acaba limitándonos.

Por eso es importante ser conscientes de que no somos sólo nuestros pensamientos y acciones, que las emociones y las sensaciones no son cosas insignificantes, sino que pueden ser más poderosas de lo que creemos. 

Necesitamos saber cómo nos sentimos, saber que no podemos refrenar los latidos de nuestro corazón sólo con decidirlo racionalmente, que necesitamos escuchar lo que el cuerpo está tratando de decirnos. Y luego, si es preciso, podremos actuar en consecuencia.

2 comentarios:

Céfiro dijo...

Creo que para convertirnos en animales racionales tuvimos que pagar el peaje con parte de nuestros instintos. ¿Podemos recuperarlos? Las religiones sintoistas, por ejemplo, opinan que si.

Salud.

Sibila dijo...

La verdad es que sé muy poco de shinto, pero eso que me cuentas parece muy interesante. Investigaré un poco, a ver qué me encuentro.
Personalmente opino que nuestro instintos están simplemente... dormidos, y quizá sea necesario necesario removerlos un poco desde la mente consciente para que despierten.