lunes, 5 de mayo de 2008

Entreabierta

A veces la vida te arrastra lejos, y te vas. Pero por más lejos que sepas que vayas a estar, dejas la puerta entreabierta.
Para escuchar en la distancia los murmullos y el eco de las risas, y sentirte acompañada. Apenas un hilo de luz en la distancia, un brillo cálido, un guiño cómplice, la sensación de que, en alguna parte, hay un sitio esperándote.

Dejas la puerta entreabierta y de vez en cuando vuelves, la abres, te bañas en la luz, unes tu voz al canto, tu risa a la de los demás. Dejas que te invada la dulzura del reencuentro, y después la melancolía de su brevedad. Y repartes de nuevo besos de despedida, y vuelves a marcharte.

Pero al salir, tu mano se detiene una décima de segundo antes de cerrar. Y aunque estarás muy lejos, tanto que no podrás percibirlo, allí estará siempre esa rendija entreabierta, ese rayo de esperanza. Para que puedas regresar.

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