miércoles, 16 de mayo de 2007

La Importancia del Equilibrio



Al definir las creencias básicas de la wicca, prácticamente lo primero que aparece en cualquier libro o página web que consultemos es la creencia en el Dios y la Diosa. Una dualidad que se complementa, polos opuestos que se unen para formar un todo mayor que la suma de las partes. El Sol y la Luna. La Madre Tierra, y el Señor de lo Salvaje.

Sin embargo, son muchos los wiccanos que ponen a la Diosa por encima del Dios, lo femenino sobre lo masculino, destruyendo el equilibrio que es la base de la naturaleza. La mayoría de las personas que cometen este error son, o bien hembristas despechadas, o bien ex-cristianos que desean distanciarse lo más posible de su antigua religión (sí, son los mismos que despotrican del patriarcado y sollozan hablando de los Tiempos de las Hogueras... pero eso es otra historia, sobre la que me extenderé en otro momento). Y caen en el mismo error que tanto critican. En querer dominar y subyugar al otro, sólo que con la excusa de haber sido dominadas y subyugadas anteriormente. Lo cual, a mi entender, no les exime de culpa, sino que al contrario, es un agravante, puesto que desean hacer a otros lo que les parecía un crimen cuando eran ellos los sometidos.
Respeto sus creencias, pero no puedo permitir que digan (porque lo dicen, y lo publican) que la wicca es una religión de mujeres, que la Diosa es la respuesta al Dios patriarcal, y que la wicca debe implicarse en el feminismo activamente. Y, sobre todo, no puedo permitir que insulten y linchen a cualquiera que no piense como ellos.

Si miramos cualquiera de esos libros o páginas que nos hablan del Dios y la Diosa, es fácil comprobar que la información sobre la Diosa es mucho más larga y compleja que la que hay sobre el Dios, que en muchos casos se limita a una breve descripción arquetípica. ¿Por qué? ¿Acaso todos conocemos al Dios sin necesidad de que nos digan más? Lo dudo, puesto que el Dios pagano no se parece en nada al Dios monoteísta.
Nuestro Dios no creó el mundo en siete días, ni es un ser omnipotente, omnisciente, justo y misericordioso, pleno de bondad. No castiga a los infieles ni exige sacrificios. No es un Dios celoso que quiera ser adorado en exclusiva. No hace pactos con un pueblo en perjuicio de otros. No juzga, ni condena, ni castiga.

Nunca he entendido por qué tantas personas en el paganismo se centran en la Diosa, obviando al Dios. Lo único que consiguen es que la idea del Dios monoteísta, el Dios de Abraham, se quede fija en sus mentes, en lugar de comprender cuán distinta es la mitad masculina de nuestro panteón. Así, asocian las características de su nuevo Dios al antiguo, y son incapaces de liberarse de sus prejuicios, incapaces de interiorizar una nueva idea de la divinidad alejada de la que les fue impuesta.

Cuando se empieza este camino, es normal que la novedad de la adoración a la Diosa, la libertad que da abrirse a una parte de la espiritualidad que estaba siendo desdeñada , haga que por un momento nos olvidemos de que Ella no está sola. Pero ¿no es acaso tan reconfortante o más descubrir un Dios nuevo, un Dios totalmente diferente al que nos enseñaron a reverenciar y temer? ¿Por qué nos cerramos entonces a esa experiencia? Debemos transformarnos, desterrar los prejuicios, y empezar de cero. Conocer primero aquello que está en la base de nuestra religión, aprender qué nos aporta. Abrir los ojos y ver la energía masculina entrelazada con la femenina, amorosamente y en constante lucha, en la naturaleza.
Adorar al Dios pagano es adorar a la fuerza del mundo, la energía que hace brotar la vida, que en esta primavera nos hace bullir la sangre en las venas. ¿Cómo podemos voluntariamente cerrarnos a una experiencia así?

(La ilustración, aunque con añadidos míos, está sacada de http://www.slate.com/id/2132858/, donde también hacen una severa crítica (en inglés) a alguno de los otros grandes errores perpetuados del paganismo)

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